domingo, 22 de julio de 2018

Viernes 13. Sanfermines

Ane era como una muñeca de porcelana. Menuda de talla y de formas, sus ojazos rasgados destacaban en una cara pálida, casi perfecta, delimitada por una melenita corta. Era la mayor de tres hermanos y vivía en un ático del centro, a cincuenta metros de la playa. Buena hija y mejor estudiante, hizo la carrera de derecho para seguir con la tradición familiar. Su padre era notario y su madre había heredado el bufete de abogados de su padre.

El gimnasio, la piscina, la práctica de Pilates y una buena alimentación, fueron moldeando un cuerpo fibroso, elástico y sensual, camuflado por la ropa discreta y sencilla que tenía buen cuidado de elegir desde que, con poco más de doce años, a la vez que sus instintos despertaban a la vista de los torsos desnudos de algunos chicos de su club  de natación, se incomodaba ante las miradas de hombres de todas las edades.

Como la colegiala que era entonces, se enamoró de Aitor, uno los mejores nadadores del club, un año mayor que ella, un malote, alto y fuerte, con una cara vulgar, aspecto descuidado, mal peinado y afeitado, siempre vestido con chándal y camisetas. Tenía algo salvaje, que le atraía como un imán y le erizaba la piel solo con la mirada. Sus amigas no entendían qué veía en él, más allá de un cuerpo escultural, que no era más que uno más entre otros muchos.

Si bien la toleraban, sus padres tampoco aprobaban una relación, por momentos tempestuosa, con un chico que, más allá de su aspecto, no muy distinto del de otros de su edad, se manifestaba con lengua fácil, verbo disonante y actitudes en la frontera del machismo más rancio, que había terminado a trompicones sus estudios.  Subsistía de la generosa paga de sus padres y una miserable beca de la Federación, mientras que Ane, que tras la carrera hizo un prestigioso máster en Derecho Comunitario, había empezado a trabajar en el bufete, desde abajo, sin cobrar todavía, y sin dejar el puesto de encargada que tenía en Zara, donde entró como dependienta con 18 años recién cumplidos.

A sus 26 años, estaba claro que Aitor, a lo más que podía aspirar era a meterse en las finales de los Campeonatos de España y que sus marcas estaban muy lejos de las mínimas que le habían apartado de  las citas olímpicas de Londres y Río… y de las que pedirían en Tokio, en 2020, pero él seguía haciendo de la piscina y sus aledaños su hábitat natural. Decía con suficiencia que, si no conseguía ser olímpico en Tokio, se pasaría al triatlón. De lo que no decía nada era de ponerse a trabajar. Hacía unos años, apenas duró dos semanas como reponedor en Zara, adonde llegó gracias a los buenos oficios y referencias de Ane.

Tras muchos años de encuentros clandestinos y vacaciones a salto de mata, después de las que Aitor disfrutaba con sus amigotes en Conil de la Frontera, cuando terminaba la temporada, a Ane le apetecía hacer un viaje a Italia para volver a visitar Roma, Florencia, Siena y otras ciudades que había conocido con sus padres y ver agostar los campos de la Toscana. Tenía su permiso para llevarse el Volvo V40 y había ahorrado para comer y alojarse dignamente durante las dos semanas posteriores a la Semana Grande donostiarra. Estaba dispuesta a asumir el coste de esas vacaciones, que había soñado como el preámbulo de una convivencia, independiente de sus padres, en un pisito del alquiler que estaba negociando con su abuela, a precio de nieta. Lo tenía todo planeado y se lo pensaba plantear a Aitor primero, cuando volviera de Pamplona, y a sus padres después. 

Mientras pensaba en ello y hojeaba distraídamente la tablet, sentada en sofá después de comer, el informativo de Televisión Española del viernes 13 de julio, hablando de los Sanfermines, mostraba la imagen de un mozo a quien dos policías uniformados introducían en una furgoneta.

2 comentarios:

  1. Me surge la duda, un dispositivo electrónico se puede hojear?
    Técnicamente carece de hojas,si bien, uno puede pasar paginas de un libro electrónico....
    "...pensaba en ello y hojeaba distraídamente la tablet,..."

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  2. Obviamente, un dispositivo electrónico no se puede 'hojear'. Es una metáfora o una licencia literaria, no sé si muy afortunada. Saludos.

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