Que todavía se puedan hacer películas como The Mauritanian, que ya está en nuestra cartelera, ayuda a mantener viva la cada vez más débil llama que se alimenta del fuego que producen la verdad, la libertad, la presunción de inocencia y el Estado de Derecho.
Durante dos horas asistimos al calvario vivido por Mohamedou Ould Slahi (una historia real), un joven mauritano educado en Alemania, donde cuentan que fueron captados los terroristas que atentaron contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2020, acusado, sin pruebas, en base a una supuesta llamada telefónica y testimonios obtenidos bajo tortura, de ser uno de los reclutadores de aquellos terroristas.
A lo largo de la película vamos conociendo los planteamientos y las estrategias seguidas por la acusación y la defensa, los obstáculos que ésta encuentra y las dudas que van minando la confianza, al principio casi ciega, de militar encargado de conseguir la pena de muerte para Mohamedou.
En La noche más oscura (2012), película dirigida por Kathryn Bigelow, ya vimos cómo las gastan los agentes de la CIA con los detenidos para conseguir información que les lleve a Bin Laden. Por lo tanto, nada nuevo nos presentan en The Mauritanian. Y nada nos sorprende ¿verdad? Por inaceptable y hasta absurda que sea cualquier forma de tortura, sabemos que está ahí y que se practica.
El actor que interpreta a Mohamedou, Tahar Rahim consigue nuestra simpatía casi desde el primer plano. No terminaremos de saber hasta qué punto puede estar implicado -si es que lo está- en la trama terrorista, pero casi pondríamos la mano en el fuego por su inocencia.
No lo hace su abogada, Nancy Hollander, magníficamente interpretada por Jodie Foster, a quien siempre recordaremos por Taxi driver o El silencio de los corderos, que le dieron el Oscar hace 30 años. Hay que ver cómo pasa el tiempo y qué bien ha madurado esta actriz. Nancy Hollander defiende el derecho a un juicio justo y a que nadie pueda ser condenado sin pruebas.
Exactamente lo mismo defiende el coronel Stuart Couch, un personaje digno de una película de Clint Eastwood (en palabras de Begoña Del Teso) que llega a afirmar que él mismo le pondría la inyección letal si estuviera convencido de su culpabilidad, algo que no llega a poder demostrar.
Más allá de la historia, me ha impactado la interpretación del protagonista, que consigue eclipsar a todos los demás personajes. La película habla de él y su director, Kevin Macdonald, tiene la personalidad y la habilidad de no hurtarle ese protagonismo.
Es una película dura, nada fácil de disfrutar, sin concesiones, por momentos hasta premiosa, sí, pero una de esas películas que quedan grabadas en nuestra memoria, al menos en la mía.
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