viernes, 21 de julio de 2017

Maldito capicúa

El año pasado, entre el 27 de julio y el 12 de agosto, publiqué 7 posts y uno de propina, que titulaba Lo dejamos aquí... de momento. Arrancaba con Mario. 4:00.04, seguía con Iria. 2:00:02, Don Ramón, Justo... o Jota. 49 años, Lucía. 47 años, Marta. 100 y 200 metros, Don Marcelo. Arzobispo de Santiago. Son poco más de nueve folios, que he tenido que releer para coger el hilo del relato de una novela negra que dejé aparcada hace un año y cuyo título provisional es Maldito capicúa

Como entonces, estas semanas finales de julio y hasta que comience en agosto el Campeonato del Mundo de la IAAF, la competición atlética en todas sus facetas baja notablemente y algo debo tener para no faltar a mi cita diaria con vosotros.

Así que me voy a sacudir la pereza y voy a volver al tajo. Para poneros al día, tendréis que hacer el mismo ejercicio que yo: leeros los 7 posts precedentes. Para ello, basta que hagáis click en los enlaces de arriba.

Así sigue la historia:


El interrogatorio de una madre
Lucía se moría de ganas por conocer las andanzas de su hijo en la última semana y la cita que le había anunciado la tenía en ascuas, pero se mordió la lengua. Como buen gallego, Mario era un especialista en no contar lo que no le interesaba contar, sobre todo si le presionaban. Hacía un buen rato que se había ido el último cliente y estaba leyendo con la ventana abierta, cuando oyó el taxi. Desde el segundo piso, pudo ver cómo salía Mario, vestido de ciclista, y cómo el taxista le ayudaba a sacar la bici del maletero del viejo Mercedes.
La cita debía ser importante para que hubiera cogido un taxi desde donde quiera que estuviera.

¡Hola! Lucía, ya estoy en casa –le oyó gritar en cuanto abrió la puerta. Mario, tan ordenado él, llevaba las llaves de casa y la documentación en el bolsillo trasero del maillot.
¡Hola! Mario –le saludó su madre, bajando por las escaleras y cruzándose con él que subía cargando la bici. Aunque podía guardarla en la planta baja, le gustaba tenerla en su piso, en el pequeño gimnasio, para hacer rodillo.

Se dieron dos besos y cada uno siguió su camino, Lucía a la cocina, en la primera planta, y Mario a su ducha, en la tercera, de la que salió a los quince minutos con un pantalón corto de pijama, el torso desnudo y perfectamente afeitado. No necesitaba peinarse porque en verano solía llevar el pelo muy corto.

Menudo tufo le habrás dejado al pobre taxista. ¿De dónde venías? – Lucía ya había comenzado el interrogatorio, metiendo una pequeña cuña. 
Bien se ha ocupado el hombre de desinfectar el taxi antes de montarme. Ha puesto una manta y le ha echado litros de perfume. ¿No lo hueles?
Mario no estaba por la labor de contar nada y Lucía no quiso insistir. Ya buscaría alguna brecha para que él tomara la iniciativa de contarle qué había hecho desde que salió de casa el 14 de julio, montado en una bici, con una pequeña mochila y en compañía de tres amigos. Se fue a las cuestiones prácticas.

-  ¿Qué tal habéis comido estos días? Por lo que veo, el michelín sigue oculto, así que no habéis hecho excesos ¿verdad? Tú por lo menos. ¿Te saco ya la cena?
Sí, sí. Estoy hambriento. Hemos comido bien, con fundamento. Un buen desayuno, dos o tres horas de bici, fruta y yugures para almorzar, más bici, un bocata en la playa o en la orilla de algún río, siesta, una cerveza, ducha, cenar bien y a la cama.
¿Y no se aburren tus amigos con ese plan? ¿Qué hay de la juerga? ¿Y las chicas?
Hasta ayer, nada de juerga y nada de chicas, pero se cansaron de la bici y dimos una vuelta por Sanxenxo. Visto el curso que tomaba la noche, Anxo y yo nos volvimos y no sé ni cuándo ni cómo han llegado Pepe y Moncho. Hoy les he dejado dormidos y me he ido hasta el Castro de Baroña. ¿Lo conoces?
¿Desde allí vienes? Ahora entiendo lo del taxi. Te habrá costado un dinero ¿no? ¿Y tus cosas? 
Tengo que hablar con Anxo para saber qué hacen. Si eso, que las dejen allí y ya pasaré a buscarlas. Por lo poco que me ha contado el abuelo, me da que se acabaron las vacaciones, al menos hasta agosto.
¿Y esa cita de esta noche es con algún cliente? –le preguntó Lucía a tumba abierta, desde la cocina, mientras terminaba de aliñar la ensalada.
¡¡¡¡Jajajaja!!!! Que yo sepa, todavía no tenemos clientes que nos citen a las diez de la noche; y los pocos que lo hacen nos invitan a cenar. He quedado con una chica –se sinceró Mario.
¿La conozco? ¿Y qué fue antes, el huevo o la gallina, es decir, la llamada de mi padre o la de esa chica? Te conozco y tú no das una puntada sin hilo. 
Sólo contestaré a la última pregunta. Primero me llamó el abuelo y justo después recibí un whatsapp. Con el abuelo he quedado mañana a las siete y media y hasta entonces…
¿Dormirás en casa?
A las once y cuarto estaré de vuelta. Mañana tengo que madrugar. Y antes tengo que documentarme, no vaya a ser que el abuelo me pille en bragas.
¿Qué cita más rara no?

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