martes, 12 de mayo de 2020

Así no

Hace seis o siete semanas, policías de todo tipo y condición -cumpliendo las instrucciones recibidas- perseguían con saña a personas cuyo único delito era correr por playas desiertas, aceras despobladas o senderos inhóspitos, mientras eran jaleados por policías de balcón que increpaban a los runners. Las imágenes eran convenientemente difundidas por las televisiones para inocular el virus del miedo en la conciencia de los ciudadanos.

Los vilipendiados runners llevamos once días con dos ventanas que nos abren, de 6:00 a 10:00 y de 20:00 a 23:00 horas para que podamos salir a correr. En estos once días no han faltado las críticas sobre distancias que no se respetan, grupos que se forman, molestias a los peatones y paseantes y un largo etcétera en el que no faltan quienes se quejan porque no nos ponemos la mascarilla para correr.

Ayer era el primer día en el que se podían abrir bares y restaurantes con terrazas y otros establecimientos comerciales de menos de 400 metros cuadrados. El día, lluvioso, ventoso y tirando a frío no ayudaba a sentarse en una terraza y por lo que he oído en la radio, sólo abrió un diez por ciento de esos bares y restaurantes.

Cuando fui a hacer la compra al mercado de San Martín, el bar que está en la galería tenía todas sus mesas a tope. Obviamente, estar a cubierto favorecía ese lleno. Poco después de las diez, estaba de vuelta en casa, de donde, como he hecho desde que empezó el confinamiento, no volví a salir hasta esta mañana a las 6:03, que he ido a correr. ¿Ventajas? de estar jubilado.

Pensaba que el clima inclemente alejaría a los parroquianos de las terrazas, pero a lo largo de la tarde y la noche de ayer fui recibiendo noticias, una detrás de otra, acompañadas de fotos, nada trucadas, en las que se apreciaba que se estaban incumpliendo, hasta con exceso, todas  las recomendaciones relativas a la higiene, distancia de seguridad y grupos de personas. A falta de terrazas, buenos son los aterpes, toldos, sombrillas, galerías, soportales y cobertizos, abarrotados de personas, sentadas y de pie.

Atónito, observaba cómo el riesgo de contagio se multiplicaba entre hombres y mujeres que ni forman parte de una unidad familiar, ni trabajan juntos, ni tienen una relación en la que resulte sencillo, a posteriori, hacer alguna trazabilidad si alguno de ellos resulta infectado por el Covid19.

A cambio, yo sigo sin ver a mi hijo, que está en Tolosa, y para ver a mi hija tengo que quedar a correr con ella, a las 6:45, separados por más de veinte metros. Tendremos que quedar en un bar para estar más cerca y poder charlar sin incumplir las normas que nos han impuesto.

Y tampoco puedo ir a las pistas de Anoeta, donde, en más de diez mil metros cuadrados, apenas voy a coincidir con una docena de personas.

Creo que es bueno que vayamos transitando a la normalidad, que las empresas industriales produzcan, que las de servicios se entreguen a sus clientes, que los comercios puedan vender sus mercancías y el género que tienen expuesto y el que no, que podamos degustar un buen café en un bar o disfrutar de una sabrosa comida en un restaurante. Creo que es bueno que los alumnos vuelvan a las aulas y los profesores a las clases presenciales. 

Creo que en las próximas semanas y en los próximos meses el escenario y las normas serán dinámicos y cambiantes y que debemos asumir funcionar con la táctica de la prueba y error y la estrategia de coexistir con el Covid19 sin que lleguemos a colapsar, otra vez, el sistema sanitario. Creo que médicos, enfermeras, auxiliares, personal de limpieza, etc. están al límite de su capacidad física y mental, sin medios y sin la más mínima certeza sobre lo que les puede y nos puede deparar el futuro.

Decía ayer que en Gipuzkoa vivimos 713.000 personas, aproximadamente. Estoy seguro de que más de setecientas mil cumplimos con las medidas de higiene, distancia física y protección que nos han recomendado las instancias sanitarias, que son las que debemos atender, por encima de las consignas políticas. Pero qué daño nos pueden hacer esos pocos cientos o miles que ayer se pusieron y nos pusieron en riesgo.

Por eso fundamental que la vuelta a la normalidad, o la nueva normalidad, la hagamos con civismo, con respeto y con responsabilidad. A los del terraceo-poteo de ayer sólo les diría: Así no. 

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