viernes, 10 de enero de 2014

La autoridad de los maestros

El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su tercera acepción, define autoridad como: Prestigio y crédito que se reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia. A esa autoridad me refiero.

En Finlandia los alumnos se despiden de los profesores dándoles la mano y agradeciéndoles la tarea que han hecho y lo que les ha enseñado el profesor; y se ponen de pie cuando entra y sale de clase. En España, hemos pasado de la figura casi dictatorial que conocimos en mi etapa escolar, al ninguneo de los maestros y la justificación incondicional del compor-tamiento de los alumnos, lo que ha derivado en una pérdida de autoridad del profesorado, cuando no es situaciones de menosprecio y hasta acoso.

Entre profesores y alumnos se genera un complejo modelo de relación, con múltiples puntos de fricción, que se pueden engrasar desde el respeto mutuo, la comunicación positiva, la orientación al estudio y el ejemplo personal. Ese ejemplo personal que debe dar el profesor preparando muy bien la materia a impartir, llegando puntalmente al aula, facilitando el aprendizaje de la materia  y acabando con la misma puntualidad las clases; corrigiendo con diligencia, criterio y coherencia los exámenes; y haciendo un seguimiento personalizado de todos sus alumnos. Ese ejemplo personal que les hará ganar autoridad entre los alumnos y ante sus padres. Porque si los padres no respetan a los profesores, difícilmente lo harán sus hijos.

Y no se trata tanto de implantar leyes que atribuyan a profesores y maestros la condición de autoridad pública, como de seleccionarlos buscando los mejores perfiles, formarlos adecuadamente, evaluarlos periódica y sistemáticamente con criterios objetivos, reconocerlos material y moralmente, con una retribución competitiva y con el respeto que merece una figura clave para el desarrollo de cualquier sociedad avanzada.

Ahora que nuestros hijos han vuelto a clase, pensemos en qué podemos hacer los padres para que nuestros hijos, en casa y en la escuela, reciban una buena educación. Porque como decía Kant: ‘El hombre no es más que lo que la educación hace de él.’

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