sábado, 1 de febrero de 2014

El héroe discreto

Mario Vargas Llosa es uno de mis autores favoritos y si hablamos de novela el number one. Acabo de terminar la última, en la que vuelve a los paisajes de su infancia y su primera juventud. Si Conversaciones en la catedral (1969) se abre con la ya famosa frase: ¿En qué momento se había jodido el Perú?, en El héroe discreto nos podríamos preguntar cuándo empezó a arreglarse.

A través de personajes de carne y hueso, descubrimos comportamientos ejemplares de personas que, a pesar de sus flaquezas, hacen bandera de la decencia y son capaces de gestionar, desde una gran compañía de seguros hasta una modesta empresa de transportes. Porque de dos héroes discretos –y no de uno- nos habla MVLL: el modesto transportista de Piura, Felícito Yanaqué, y el empresario limeño Ismael Carrera, que plantan cara a los extorsionadores y a su propia familia.

La novela recupera personajes como el honrado sargento Lituma (Lituma en los Andes) o el refinado caballero Don Rigoberto (Los cuadernos de Don Rigoberto), proyectándolos en el tiempo y estableciendo un nexo de unión con novelas anteriores en la que nos presenta un Perú mucho más hostil.

Con humor, ironía y hasta un toque de culebrón venezolano, MVLL nos narra una historia que encierra una moraleja sociopolítica, en la que los malos son castigados y en la que los buenos, los héroes discretos, encuentran su recompensa, en el amor de sus personas queridas,  la buena marcha de sus negocios y la concreción de sus pequeños sueños terrenales.

Todo ello con la elegante prosa que le hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura (2010), el Cervantes (1994) o el Príncipe de Asturias (1986), aderezada de expresiones locales, como el ‘che guá, que graciosamente repiten sus personajes a lo largo de las casi 400 páginas de la novela.

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