jueves, 23 de agosto de 2018

13 de julio. Casual friday

Que un notario cincuentón vistiera trajes de Zara parecería una anormalidad, si no fuera porque pesaba sesenta kilos, tenía un índice de masa corporal de 18,5… y una hija que trabajaba en la sección de caballeros. Sin embargo, aquel caluroso 13 de julio, ya por la tarde, Don Miguel García Bengoechea vestía como cualquier pimpollo de Google disfrazado para el casual friday: un pantalón chino beige clarito, un polo azul liso por fuera y unos zapatos cómodos, que no eran de Zara y que valían más que cualquiera de sus trajes.  Un chico muy guapo que andaba por allí, pantalón negro y camisa negra de manga corta, que dejaba a la vista unos bíceps que a él le hubiera gustado tener cuando, a la edad de ese chaval, era un tipo escuálido, con los hombros caídos y con unos brazos que abarcaba con el índice y el pulgar de la otra mano, le reconoció, le saludó y le invitó a acompañarle: ‘Buenas tardes, Don Miguel. Ane me ha dicho que vendría. Le está esperando. Acompáñeme, por favor.’

Siguió al chaval, mientras cavilaba por qué un chico así estaba en la planta de caballeros y su subconsciente dedujo que los expertos de marketing de Inditex seleccionaban a dependientes de ese perfil para atraer a los clientes gays. Sonrió para sí mismo y pensó que, gay o no, era agradable tratar con chicos tan guapos y tan bien educados.

Apenas habían andado unos metros cuando se encontró con Sandra, la responsable de la tienda, que salía de su despacho, al que le invitó a entrar, tras despedir al chico: ‘Eskerrik asko! Mikel. Buenas tardes, Don Miguel, Ane le espera dentro.’, a la vez que le estampaba un beso en cada mejilla y le dejaba un rastro de perfume tan discreto y elegante como ella.

Dentro de aquel despacho, que no conocía, se sintió como esos toros que saltan a la plaza y en vez de correr alocadamente, se quedan parados, como aturdidos y fuera de lugar. Ane corrió hacia él, le abrazó y le dio dos sonoros besos: ‘¡Qué pronto has venido, aitatxo!’. Había salido de casa con un vestidito ligero, que tenía un corte como el de las camisetas de tiras que él se ponía para correr, cuya tela acababa mucho más arriba que las rodillas, dejando a la vista unas piernas firmes y también sensuales, y a la imaginación un cuerpo no menos sensual. Sin embargo, allí vestía el uniforme de la firma: pantalón negro y una camiseta también negra, que parecían hechos a medida para un cuerpo de muñeca como el suyo.

- Bueno, hija, date prisa que a las cuatro y media tengo una firma en la notaría. Por cierto, si puedes, escápate un momento para que te presente al doctor Larrañaga, el traumatólogo, es un viejo amigo de mi época de estudiante que siempre me pregunta por ti. ¿Te acuerdas de aquella fractura en el codo cuando eras una niña? Fue él quien te operó.
- Claro que me acuerdo, aita, pero no era una niña, tenía quince años y me quedé sin ir al campeonato de España.
- ¡¡¡¡Jajajaja!!!! Es verdad, Ane, menudas lloreras tuvimos que escuchar. Entre el codo y tu relación con Aitor, que había empezado en la concentración de Semana Santa, menudo verano nos diste.

En cuanto escuchó el nombre de su novio, se puso repentinamente seria, bajó la mirada y empezó a llorar, mientras con la voz entrecortada le decía: ‘De Aitor te quiero hablar, aitatxo’.

A Miguel García Bengoechea, su edad y su oficio le habían convencido de las bondades de la escucha y reprimió el comentario que le había llegado a la punta de la lengua y hasta el tono esperanzador en que hubiera preguntado: ‘¿Qué pasa con Aitor? ¿Lo habéis dejado?’. Se mordió la lengua, agarró a su hija por el cuello con su mano izquierda, le quitó dos lágrimas con el dedo índice de la mano derecha y le dijo: ‘Vamos a sentarnos y cuéntame qué ha pasado. No tengo prisa.’

Mientras Ane volvía a sentarse en la misma silla que había ocupado unos minutos antes, cuando estaba con Sandra, su padre mandó dos rápidos whatsapps. El primero, para su secretaria: ‘Llegaré tarde a la firma, Maribel. Discúlpame con los clientes’. El segundo para su cliente y a la vez amigo: ‘Barkatu, Gabino, tardaré como media hora en llegar. Tómate una cerveza en el Iturrioz y diles que la apunten en mi cuenta.’


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