viernes, 24 de agosto de 2018

15 de julio. Ese ahora ya había llegado


Retomamos el relato donde lo dejamos el 15 de julio. Antes de la final de la copa del Mundo y hacemos un flasch back:

‘Llego en 5’ ‘Estoy sin desayunar’ ‘Adivina qué me apetece’ ‘Estas solo, verdad?’ ‘Avísame para no cagarla’ Y una ristra de emoticonos: besos, corazones, labios pintados, frutas, una taza de café, un cruasán, unas llamas, rayos… Su teléfono móvil, transmutado en ametralladora de sonidos, anunciaba la llegada de Rebeca.

Como estaba solo, Asier decidió no contestar y esperar la irrupción de su novia. De haber estado con alguien, le hubiera avisado inmediatamente para moderar el asalto al que se iba a someter, que tanto necesitaba y para el que no se sentía preparado. Siempre había sido un tipo ordenado y la casa estaba bien. Tenía la cama sin hacer, porque pensaba cambiar las sábanas, pero creyó que no sería necesario. El ataque de Rebeca y su rendición incondicional se producirían mucho antes de llegar a la habitación.

Llevaba ocho años con Rebeca, a la que conoció el 1 de mayo de 2010. Aquel sábado festivo estaba, como voluntario de la Cruz Roja, en el campo de fútbol de Tajonar, donde las chicas de Osasuna se enfrentaban a las del Añorga. La portera y capitana del equipo, alta, fuerte, con unas piernas largas y musculosas y con una melera rubia que asomaba por debajo de una visera de color lila, le dejó boquiabierto cuando empezó a parar todos los balones que le lanzaban, dominando el área y gritando, en euskera, en castellano y en un idioma extraño,  cuando el árbitro les pitaba alguna falta en contra, como lo haría el guardameta peor hablado de la Liga. Con escaso disimulo, dejó a su compañero en el centro del campo, en la zona destinada a las asistencias, y se colocó detrás de la portería.

Osasuna perdía 0-1 y a falta de dos minutos el árbitro, un chico de su edad, pitó un claro penalti a favor de las locales, que Receba, adivinando la intención de la lanzadora, muy nerviosa, desvió a córner. A continuación, antes de recibir los abrazos de sus compañeras, se arrodilló y se quitó la camiseta, debajo de la cual, llevaba un top de color rosa, que evidenciaba dos tetas del tamaño de dos naranjas, y levantó los dos brazos mientras agitaba la prenda que se acaba de quitar. El gesto le costó una tarjeta amarilla. En el lanzamiento del córner, salió a por el balón, chocando con la misma jugadora que había lanzado el penalti, también muy alta, que le propinó un fuerte codazo en la nuca. Cayó inconsciente y su cuerpo, al llegar al césped, sonó como un fardo que alguien hubiera dejado caer.

Asier y su compañero Carlos, más veterano, corrieron a atenderla en cuanto el árbitro autorizó su entrada, que fue de inmediato. La chica no reaccionada. Respiraba entrecortadamente y decidieron llevarla en la ambulancia al Hospital de Navarra, a diez minutos de allí. Mientras Carlos conducía, llevando al lado a la masajista del Añorga, Asier se quedó atrás con ella, dándole la mano izquierda, mientras que con la derecha le apretaba ligeramente brazos y piernas para ver si reaccionada. La gorra la había perdido y dejaba al descubierto una bonita cara, de rasgos eslavos, con los pómulos marcados y una boca entreabierta, muy sensual, que le provocó un amago de erección. Para contenerlo, soltó la mano de la chica y dejó de tocarla, momento en el que ella despertó, se incorporó en la camilla y le preguntó: ‘¿Por qué has parado, bombón?’

Sobresaltado, Asier apenas acertó al balbucear: ‘¿Estás bien?’, a lo que ella contestó: ‘Pues creo que sí. ¿A ti qué te parece?’ A punto de perder el control de la situación, se arrodilló junto a la camilla y, con mucho cuidado, la cogió de los hombros y la tumbó suavemente: ‘Es mejor que estés tumbada hasta que te vea el médico ¿vale?’

‘Tregua concedida, chaval’ -le dijo con una sonrisa- mientras ahora era ella quien cogía la mano de Asier con las suyas y le decía: ‘Muchas gracias, de verdad’.

En cuanto llegaron a Urgencias, Asier tranquilizó al chófer y a la masajista, que empezó a hablar en euskera con Rebeca: ‘¿Ondo zaude? A lo que ésta contestó asintiendo con una sonrisa y guiñándole un ojo.

De acuerdo con el protocolo, una vez que el celador pasó a ocuparse de la paciente, su trabajo había terminado. Además, ya pasaba de las dos de la tarde y había cumplido su turno, pero Asier decidió que quizá mereciera la pena prolongar la jornada. Se despidió de Carlos: ‘Me quedo’ -y acompañó a Rebeca y la masajista en todas las pruebas que les hicieron.

Las chicas del Añorga, ya duchadas y vestidas de chándal, no tardaron en llegar, preocupadas primero por Rebeca y eufóricas después por la victoria y por la decisiva contribución de su portera, que le presentó a todas ellas con una desenvoltura que ya empezaba a no sorprenderle. ¿Habéis visto que pibón? Y no sé ni cómo se llama’. Él sí sabía que se llamaba Rebeca porque con ese nombre la jalearon en cuanto vieron que se había recuperado y estaba consciente.

‘Asier, Asier Araiz’, dijo tímidamente, mientras estrechaba manos y daba y recibía besos de docena y media de chicas de su edad con las hormonas desbordando por todos los poros de su piel. Justo entonces, sonó su teléfono. Era su madre, preocupada porque no había ido a comer. Un poco avergonzado, huyendo de las sonrisas cómplices de las chicas, se apartó unos metros: ‘Lasai, ama –con sus padres, alternaba el euskara con el castellano- Estoy en el Hospital acompañando a una chica que ha sufrido una conmoción en el partido y le están haciendo unas pruebas. No me esperéis a comer, ya pillaré un bocata por aquí’. Se libró como pudo de los reproches y del interés de una madre tan posesiva como la suya y colgó. Cuando levantó la vista, todas las chicas estaban pendientes de él, algo que Rebeca, sin duda la líder el aquel grupo, advirtió: ‘No os lo comáis que es mío ¿eh?’, provocando una carcajada general que fue atajada por una celadora veterana que pasaba por allí, arrastrando una camilla con un anciano, que se paró y les pidió que guardaran silencio ‘Y un poco de respeto, que no estáis en la discoteca’.

Aunque en las pruebas no se apreciaba nada grave, por precaución, el médico que la atendió decidió que debía quedar en observación. Eran las cinco de la tarde, los padres de Rebeca habían llegado desde San Sebastián y las chicas del Añorga se iban en el autobús. Asier no encontraba pretextos para seguir allí y fue a despedirse de Rebeca, antes de que la metieran en la sala de observación. Su madre estaba hablando con una enfermera y su padre, estaba junto a la camilla. ‘Mira, aita, este es Asier, el chico que me ha atendido en el campo y me ha acompañado en la ambulancia.’

El tipo era muy alto, tenía el pelo rubio entrecano, muy corto, y unos ojos verdosos idénticos a los de su hija. ‘Muchas gracias, Asier.’ –le dijo arrastrando las erres, a la vez que le estrechaba la mano con tal fuerza, que Asier la retiró antes de lo que la cortesía lo hubiera aconsejado.

‘Hazme una perdida al 678 134 895. Asier Araiz ¿verdad? No te vas a librar tan fácil de mí. Y mándame una foto de esa carita tan guapa’ –le dijo Rebeca mientras la misma celadora de antes se acercaba para llevarla a la sala de observación.

Azorado, Asier se apresuró a cumplir esas órdenes. Mientras buscaba la foto en el I-Phone, reparó en una reciente en la que aparecía en una competición, en bañador, nada más salir de la piscina y ya sin el gorro. Lucía regio, como le dijo el argentino que se la sacó.  Conscientemente, se demoró un par de segundos, los suficientes para que Rebeca la viera y entrara al trapo: ‘Y mándame también esa foto. Ya decía yo que eras un pibón.’ Se incorporó de la camilla, le agarró con las dos manos del cuello, le dijo al oído: ‘Me tienes que enseñar bien esos musculitos’ le dio un piquito en los morros y se dejó conducir a la sala de observación, dejando a Asier en el mismo estado en el que se encontraba ocho años, dos meses y casi catorce días después mientras esperaba la llegada de la que, casi desde entonces, era su novia, una chica que le desbordaba, que sacaba lo mejor de su cuerpo, de su corazón y de su voluntad.

Nunca había disfrutado tanto de nadie, con nadie ni para nadie. Con ella no había ni antes ni después, ni ayer ni mañana, ni pasado ni futuro, solo ahora, y el timbre anunciaba que ese ahora ya había llegado.

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