viernes, 31 de agosto de 2018

Fútbol femenino

La Real Academia Española de la Lengua define oxímoron como: Combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador. Es un recurso literario muy utilizado en la poesía y que da juego en la ironía y el humor, no siempre políticamente correcto. Los de nuestra generación decíamos que era un oxímoron el Pensamiento Navarro, periódico que dejó de editarse en 1981, y que también lo era el concepto de inteligencia militar.

Entrando en el terreno del machismo más rancio –que no ejercemos sólo los hombres- se han hecho muchas chanzas con el fútbol femenino, que las chicas se están encargando de desmentir.

El pasado viernes por la tarde, me impuse la obligación de ver el partido que enfrentaba a las selecciones femeninas de España y Japón en la final del Campeonato del Mundo sub-20, celebrado en Francia, en un pequeño campo de fútbol, que dejaba ver los edificios circundantes. El resultado es conocido: las menudas jugadoras japonesas ganaron bien (3-1) a las españolas, con un juego de tiki-taka. ¿El mundo al revés?

A la mañana, tomando café, le había comentado a un compañero mis intenciones y le había expresado mis dudas de si sería capaz de ver todo el partido. He visto muy poco fútbol femenino y la primera conclusión que saqué es que no podemos comparar lo que, en el aspecto físico (fuerza, velocidad…), pueden hacer chicas de 18 y 19 años, con lo que hemos visto en la Copa del Mundo de Rusia. La segunda, es que podemos trazar un paralelismo con deportes individuales, como el tenis: las chicas tienen menos fuerza y menos velocidad, pero no menos técnica. La tercera, ya mediada la segunda parte, es que la maña, y más entre las chicas, puede más que la fuerza. Las japonesas ganaron por su mejor técnica individual y su juego colectivo, que se impuso a la mayor talla de las de la camiseta roja y a la furia que desplegaron en algún momento del partido. ¡Ah! Otra diferencia entre las de rojo y las de azul: Todas las japonesas, salvo una, que tenía una especie de moño, lucían una melenita corta, mientras que casi todas las españolas mostraban un pelo mucho más largo, recogido en la inevitable coleta.

Y para rebatir algunas leyendas urbanas que circulan respecto de las chicas que juegan al fútbol, en lo relativo al concepto de belleza alcanzaban, a mi modo de ver, una media de notable, con algunos sobresalientes.

España venía de ganar 1-0 a Japón en la primera fase y durante la primera media hora fue superior, rondando el área de las de azul, forzando varios córners y poniendo a prueba a la buena portera nipona, curiosamente bastante alta. Sin embargo, una buena jugada de las japonesas la culminó su mejor jugadora, la número 9, con un disparo desde fuera del área que hubiera parado sin dificultades una portera más alta que la española, que, a partir de ahí tuvo intervenciones de muchísimo mérito.

El comienzo de la segunda parte fue un recital de las japonesas, que se pusieron 3-0, jugando a placer, pero todo cambió cuando, a falta de unos veinte minutos para el final, las españolas metieron un buen gol en un contraataque y, en la jugada siguiente, estrellaron el balón en el larguero. Fueron 5-10 minutos de furia, que las japonesas gestionaron bien para terminar dominando y creando ocasiones hasta que la árbitra, que estuvo impecable, ayudada por la exquisita deportividad de las chicas, pitó el final.

Mi mujer, que llegó con el partido empezado y que sólo ve los que juega la Real Sociedad –tiene ese punto de masoquismo- vio conmigo el partido hasta el final, disfrutando el excelente toque de las japonesas y sufriendo con la impotencia de las españolas cuando el partido se puso cuesta arriba.

No, el fútbol femenino no es un oxímoron, es una realidad que está ahí y que tiene toda la pinta de que seguirá creciendo en cantidad y calidad. Y ¡ojalá! lo haga sin caer en los comportamientos inaceptables de la violencia y el engaño de algunos furbolistas que, gracias al V.A.R., empiezan a quedar en evidencia.


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