Llegó a las 7:10, cinco minutos antes de la salida y le extrañó que el autobús, que a esas horas, los viernes, iba casi vacío, registrara una media entrada, con todas las ventanillas ocupadas. Avanzó por el pasillo, seleccionando el asiento, bueno, más que el asiento, la compañía. Pasada la mitad del autobús, a su derecha, distinguió a un chaval que vestía una camiseta amarilla y que estaba concentrado en su teléfono móvil. Era guapo, tenía cara de buen chico y ofrecía una imagen atlética y fibrosa, que no invadía el asiento de al lado.
Se sentó a su lado, le saludo (egun on), siendo correspondido, mientras el chico seguía con el celular. Con su mano derecha, cogió el cinturón de seguridad, situado a su izquierda, rozando el pantalón de su vecino de asiento, un vaquero ajustado que embutía unos muslos que permitían adivinar un cuádriceps rotundo. Fue imitado por el joven, que se colocó el suyo, rozando esta vez el muslo del recién llegado, que vestía unos pantalones formales de un traje azul marino.
Hacía frío en el autobús. Para prevenir las arrugas, se quitó la chaqueta, que colgó del gancho del asiento delantero, poniendose la parka que llevaba por fuera, y manteniendo la bufanda. El chaval seguía con la camiseta, que dejaba a la vista unos brazos fuertes y unos bíceps que denotaban la práctica de algún deporte.
Para vencer la tentación de seguir mirando, abrió su e-book y se enfrascó en la lectura sin que, periódicamente, pudiera evitar girar la vista a su izquierda para admirar el bello rostro que seguía fijo en el teléfono móvil, que sus manos tecleaban casi sin cesar, y del que emergía alguna sonrisa. En una de esas miradas, que pretendían ser discretas, se dio cuenta de que se había dormido y le miró con más atención, sintiéndose como Gustav Aschenbach, admirando la angelical belleza de Tadzio, en Muerte en Venecia. Tenía el pelo negro y corto, descuidadamente bien peinado y lucía un afeitado reciente. Transmitía paz y respiraba lentamente. Con cada inspiración la tela de la camiseta subía unos centímetros por la parte del pecho.
Incómodo, volvió al e-book y al tiempo, él también se quedó dormido, sin advertir que habían llegado a su destino. Sintió un toque en su brazo izquierdo y se despertó sobresaltado. El chico de la camiseta amarilla le sonreía, le oyó decir barkatu, se dio cuenta de que habían llegado, le contesto barkatu zu, salió al pasillo, se quitó la parka, se puso la chaqueta, sobre la que volvió a ponerse la parka, cogió su maletín y abandonó el autobús.
Hacía mucho frío en Vitoria y niebla cerrada. Detrás de él, por su derecha, le pasó su compañero de viaje, que seguía vestido solo con la camiseta amarilla, sobre la que llevaba una mochila. En la mano llevaba una chamarra azul y en su oreja izquierda lucía un pendiente redondo y brillante, en el que no había reparado en la oscuridad del autobús. Iba a buen paso y le adelantó. Mientras le veía alejarse, se deleitó con un cuerpo no muy alto, muy bien proporcionado, que calzaba una New Balance azul marino, que, de repente, giraron a su izquierda.
Lamentó no poder prolongar la visión de aquel joven y fresco veinteañero, mientras se encaminaba a una aburrida reunión arrastrando su decadencia y su soledad.
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