La imagen, no buscada, ha sido portada nada menos que en The Times. Rafa Nadal, número uno de la ATP, ganador de 17 torneos del Gran Slam, vecino de Manacor, localidad próxima a Sant Lorenç, de donde es su abuelo, se puso un chandal viejo y unas katiuskas, cogió un rastrillo y se fue a achicar el barro, caído por toneladas después de la riada de la víspera. No solo eso, además ofreció las instalaciones de su academia para los vecinos que no podían regresar a sus casas. ¿A cuántos deportistas o personajes públicos de ese nivel os imagináis haciendo lo mismo?
Me vienen a la cabeza algunos futbolistas, que ni siquiera han sido internacionales, que, en expresión de un colega, parece que mean colonia, a los que no me imagino ni de lejos con esas trazas, achicando agua como un voluntario más.
He leído alguna entrevista a su tío, Toni Nadal, que fuera su entrenador hasta hace poco, que llama Rafael -y no Rafa- a su sobrino. El trabajo, el respeto, la disciplina, están en la base de un comportamiento que le hace luchar en la pista hasta resolver situaciones que parecen insalvables. Y que fuera de la pista le hace tener los pies en el suelo y saber que lejos de los santuarios de Roland Garros, Wimbledon, New York o Australia, donde los aficionados le rinden pleitesía, es un ciudadano como cualquier otro.
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