El domingo, por whatsapp, Javier Colomo me hizo llegar este articulo de Jorge Marirrodriga publicado ese mismo día en El País.
Este periódico, en su sección Verne, informaba esta semana de que algunos equipos de fútbol de Galicia han decidido eliminar los goles de los resultados en sus categorías inferiores. Afirman que lo hacen por respeto a los niños y niñas que juegan, que no se trata de sobreprotegerlos sino de educarlos en valores deportivos y aseguran que lo único que importa del resultado es si han ganado o perdido porque a esas edades no tiene ninguna importancia que los demás se enteren de cuántos goles se han marcado o recibido. La Federación Gallega de Fútbol ya propuso la medida la temporada pasada. Allí explican que todas las semanas tienen que lidiar con padres que les exigen que corrijan los datos porque sus hijos han marcado tantos y no cuantos goles. Reconocen que el problema es con padres y en ningún caso con los chavales.
Sin poner en duda ni la buena intención ni la existencia de una reflexión que ha desembocado en la medida, no está de más colocar sobre la mesa alguna derivada que se puede generar. Por ejemplo, por pura coherencia, se podrían llevar las cosas hasta el final. Así, no solo los goles, lo que habría que eliminar es la competición misma. Millones de españoles han crecido jugando al fútbol en patios, calles y campos llenos de cardos y piedras sin participar en ninguna competición. En interminables partidos, sin árbitro, ni registros, ni clasificaciones, ni uniforme, ni —por supuesto— padres mirando. ¿Peleas? Escasísimas y siempre olvidadas al día siguiente. ¿Lesiones importantes? Menos aún ¿Traumas? El de tener que interrumpir porque había que irse a comer o cenar. Aprendieron a reconocer un penalti sin que hubiera un árbitro que se lo impusiera y a aceptar que había buenos y malos. No había banquillo. Todos jugaban. Siempre había sitio para uno más en el campo. Eso sí que era un juego de convivencia y aceptación. Todos diferentes y todos en el mismo juego.
Es importante aprender a ganar y perder cuanto antes. A saber por qué ha sucedido y a afrontarlo sin miedo a lo que digan los demás, incluyendo tu padre. Los que ganan merecen el reconocimiento de todos y los que pierden la simpatía y el ánimo. No es lo mismo perder por goleada que en el minuto 93 o en los penaltis. De eso algunos sabemos mucho. Que lo importante es si se ha ganado o perdido es lo que enseñan las malas escuelas de negocios.
¡Que daño está haciendo el buenismo y la ¿corrección? política a nuestra juventud! Como dice el columnista: Es importante aprender a ganar y perder cuanto antes. A saber por qué ha sucedido y a afrontarlo sin miedo a lo que digan los demás, incluyendo tu padre.
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