martes, 9 de octubre de 2018

Despedida

‘El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra el final perfecto.’ La frase es de Charles Chaplin y no seré yo quien le lleve la contraria, aunque, en mis mejores sueños, había imaginado un final distinto a una carrera profesional que comenzó aquel lejano 19 de junio de 1978 en la sucursal de Azkuene de la Caja de Ahorros Municipal de San Sebastián, que más tarde fue Kutxa y que a día de hoy es Kutxabank.

El próximo 7 de noviembre cumpliré 63 años y me jubilaré, pasando a ser dueño de esas horas que durante más de cuarenta años he pasado con clientes, compañeros y otros profesionales de distintos sectores que guardan alguna relación con una entidad financiera.

He tenido la suerte de asistir al crecimiento de las Cajas de Ahorros y espero haber aportado mi granito de arena. De lo que estoy seguro es de no haber contribuido a su desaparición, que la historia situará en el debe de unos gestores que ni quisieron ni supieron entender un modelo de negocio basado en la orientación al cliente, poniendo el rumbo a una rabiosa orientación al negocio, que ha derivado en la situación actual de la banca en España.

He sido afortunado por tener, con alguna excepción que prefiero olvidar, magníficos jefes, que además de enseñarme las cuestiones estrictamente técnicas, me transmitieron una cultura, unos valores y una forma de hacer, que me ayudaron a crecer personal y profesionalmente, que confiaron en mí, que me dieron feedback (sin saber que existía este palabro), que me apoyaron cuando les necesité, que me pidieron opinión, que me escucharon, que se preocuparon de mi formación y  de cómo asimilaba los conceptos y los comportamientos aprendidos.

He disfrutado de magníficos equipos en todas las sucursales por las que pasé durante 17 años y también en los Servicios Centrales, con distintas funciones, objetivos y proyectos. Recuerdo especialmente a algunos compañeros y compañeras a quienes tuve la oportunidad de dirigir y que han desarrollado una carrera profesional en la que les animo a perseverar, convencido de que pueden llegar donde se propongan. Ha sido un lujo.

He vivido unos años en los que las Cajas de Ahorros colaboraban de verdad, compartían, aprendían y probaban, buscando la excelencia, esa carrera en la que nunca se llega a la meta. En esos foros, he conocido a profesionales extraordinarios en el ámbito de la gestión de personas, la calidad, la ingeniería de procesos y la transformación de las organizaciones. Me precio de contar con su amistad y les agradezco todo lo que me han enseñado.

En los 63 años que cumpliré dentro de un mes he tratado de aprender lo que me ha enseñado la vida, mis padres, el colegio, la universidad, el trabajo, el deporte (ser árbitro de fútbol durante 13 años me enseñó a tomar decisiones y, sobre todo, a conocerme), la familia, en el doble rol de esposo y padre, los amigos y, muy especialmente, los fracasos. No hay mejor aprendizaje que el que nos proporcionan nuestros errores.

Como decía un compañero, ya jubilado, dejamos el trabajo cuando para lo único que valemos es para trabajar. Quienes hemos hecho deporte o desarrollado alguna actividad física sufrimos en nuestras propias carnes y en nuestros propios huesos la decadencia de la materia, sobre la que no me extenderé en detalles por todos conocidos. Sin embargo, quiero pensar que conservamos una visión amplia y un criterio bastante sólido para orientar a quienes pasan por situaciones que ya hemos vivido y que, en su momento, tuvimos que gestionar con mayor o menor acierto.

Lo que está sucediendo, a mi modo de ver, es que la sociedad actual no valora suficiente-mente e incluso desprecia esa visión y esos criterios, con los que se concilian mal algunos comportamientos que observamos en ámbitos tan dispares como la familia, el trabajo, la política, la economía, la cultura, la sanidad o el deporte.

Uno de los buenos jefes que tuve me calificó como un hombre de acción, al que le estimulaban los cambios. No sé cómo voy a llevar el pasar de la actividad frenética de estos 40 años, a formar parte de las clases pasivas de este país. Por eso, agradeceré cualquier oportunidad que me deis de ser útil, de aportar y, en definitiva, de servir porque, termino con otra cita, ésta de Teresa de Calcuta: ‘El que  no vive para servir, no sirve para vivir.’

No quiero despedirme con un punto final, sino con un punto y aparte; y empezar a escribir un nuevo párrafo de mi vida, al que estáis invitados.

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