Fueros dos horas y media que se me pasaron volando. El pasado viernes quedé con A, un abogado penalista, cuyo nombre omitiré por dos razones: porque no estoy seguro de que le guste ser citado y prefiero no preguntárselo; y porque su posición podría levantar las iras de algunos/as de los lectores/as de este blog. Tengamos presente que A lleva causas penales, defendiendo a personas acusadas de delitos como agresiones, violaciones, robos, tráfico de drogas y similares. Como afortunadamente vivimos en un estado de derecho en el que rige la presunción de inocencia, es necesario probar que el acusado ha cometido el delito que se le imputa y el trabajo de A consiste en defender la inocencia de su cliente.
Ahora que me voy a jubilar, estoy valorando seriamente escribir una novela, algunos de cuyos capítulos y/o escenas he publicado en este blog. Como es una novela negra, hay situaciones procesales, diligencias policiales y cuestiones de ese pelaje, que necesitaba aclarar antes de seguir escribiendo para abrir, cerrar y/o explorar situaciones y líneas argumentarles que encajen con la ley y los usos y costumbres de ese oscuro mundo de delincuentes, víctimas, policías, abogados, forenses, peritos, jueces, fiscales, periodistas y demás agentes que participan en las crónicas de sucesos.
Me desmontó rápidamente algunas de las ideas que tenía, lo que me va a obligar a imaginar situaciones y soluciones alternativas, mientras desgranaba un sin fin de casos en los que ha participado, con resultados dispares y en algunos casos sorprendentes. Hubo de casi todo. Digo casi porque no llegamos a comentar ningún caso de homicidio o asesinato, frente a un amplio abanico de agresiones sexuales, violaciones, peleas, tráfico de drogas, robos con intimidación... Me confesó que en alguna ocasión ha llegado a sentir miedo y, sin embargo, se confesó adicto a esa rama de la abogacía, que no es la más rentable ni factura como la civil o mercantil, pero que, a cambio, le proporciona un chute de adrenalina que quienes competimos sabemos identificar. Tal es así que, como digo más arriba, el tiempo se nos pasó volando.
Seguro que no es nuestro último encuentro. Y no descarto que la novela la termine escribiendo él. Apuesto a que los lectores saldrían ganando.
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