miércoles, 2 de agosto de 2017

¿Sexo o dinero?

Puente dos Tirantes
Le vio por la Rúa do Padre Gaite, justo a la salida del Estadio da Xuventude. Marta, que volvía a Marín, se había ofrecido a llevarle en coche hasta su casa, en la Rúa Sarmiento. Mientras Marta estuvo en el gimnasio catando las pesas, había escrito el mail a Iria. Cuando terminó, estuvieron un rato charlando sobre la sesión del día siguiente y se les hizo tarde, una vez más. Aquella era su segunda casa.

Tuvo una corazonada y la pidió a Marta que diera la vuelta en la rotonda y le dejara al otro lado, en dirección contraria a su casa, a la altura del Puente dos Tirantes. Se bajó del coche y siguió a Mario, que caminaba ensimismado cien metros por delante. Cinco minutos más tarde, se paró delante de la casa de Iria, en la Avenida de Buenos Aires, y tocó el timbre. Jota se paró en seco, poniéndose al abrigo de uno de los árboles de la avenida, desde donde podía ver sin ser visto.

Durante un minuto que le pareció eterno, Mario permaneció en la puerta hasta que recibió una llamada en el móvil. La conversación apenas duró unos segundos y a continuación entró en la casa. Iria no se dejó ver. Miró el reloj: las 21:58 del 20 de julio de 2016.

Avenida Buenos Aires
Cinco minutos después, cruzó la avenida, avanzó unos metros y se situó frente la casa, a la sombra de los árboles, dispuesto a esperar. ¿Qué hacía SuperMario en casa de Iria a esas horas? Sólo podía ser sexo o dinero. A Iria no le gustaban los pijos, le ponían más los malotes y, además, Mario era un pipiolo y casi de la familia. El chaval era guapo, suelto, desenvuelto, simpático, hasta descarado, pero no se lo imaginaba cortejando a Iria, que para él era caza mayor. Encajaba más lo del dinero. El señor notario habría hablado con su amigo el abogado y éste había mandado a su hijo para que hiciera de recadista; no iba a ser la diva la que fuera al bufete, como cualquier otro cliente.

Le saltaron las alarmas cuando se encendió la luz del primer piso, en la habitación de Iria, y creyó ver, a través de las cortinas, dos sombras entrelazadas, que rápidamente se alejaron de la ventana, despareciendo de su campo de visión. La luz seguía encendida. ¿El novato había cazado a la depredadora; o era ésta la que se conformaba con una pieza menor, para matar el hambre? Porque estaba claro que tenía hambre y querría darse un buen banquete antes de la abstinencia que se autoimpondría para llegar al 20 de agosto con el depósito al cien por cien. Faltaba un mes.

Inquieto, volvió a mirar el reloj: las 22:21. Y en el primer piso seguía la fiesta. Conocía bien a Iria y estaba seguro de que, una vez saciada, pondría fin al banquete sexual que se estaba dando con carne tan fresca. Les concedió media hora más y tomó una decisión.

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