jueves, 10 de octubre de 2024

La casa por el tejado

La idea de este post y su autoría en un 90% corresponde de Imanol González Gete, un tipo que ha practicado el futbol, el ciclismo, el triatlón y el atletismo. Tiene 43 años y una hija que rondará los 10. Se asoma periódicamente a esta ventana, en la que siempre es bien recibido.


Allá va.

Parafrasear a Fito Cabrales. Es lo que hago cada vez que le doy una vuelta a lo que estamos convirtiendo el deporte base gipuzkoano. Y sí, digo estamos puesto que de una manera u otra todos somos responsables y todos y cada uno de nosotros somos un eslabón de esa cadena de la que pende nuestro deporte base.

Sé que el deporte no es lo más importante para las niñas y los niños. Lo sé y, a la vez, tengo muy claro que, bien gestionada, la práctica del deporte aporta mucho de cara a la maduración y preparación para una edad adulta, en la que estos niños tendrán que enfrentarse a una auténtica jungla o, mejor pensado, una jaula de grillos.

Así, padecemos situaciones como la que está sufriendo la Federación Gipuzkoana de Ciclismo, que se ha dado de bruces con unas Instituciones que antepusieron gastar una millonada en traer tres días el Tour de Francia, mientras el ciclismo base languidecía y se desangraba.

En este escenario, en este terreno, el FUTBOL impone su dictadura, con el beneplácito, cuando no el aplauso, de las citadas Instituciones. Cuando digo FUTBOL me refiero a las empresas, Sociedades Anónimas Deportivas. Como si fueran una picadora, devoran y trituran a los más pequeños, jugando con sus ilusiones… y están empezando a hacer lo mismo con las niñas. Les importa un comino su formación deportiva. Desde la infancia, transmiten a esos chavales una falsa y triste competitividad, con la complicidad de unos padres que persiguen que sus hijos sean lo que nunca fueron ellos. Casi ninguno lo conseguirá y, en el camino, miles y miles de niños y cada vez más niñas sufrirán.

Esta plaga, casi una religión en la que se han convertido los Clubes de Fútbol profesional, empresas rabiosamente piramidales, con una minoría de privilegiados y una pléyade de súbditos, se ha propagado e instaurado, como lo hiciera la Iglesia Católica desde los tiempos del Imperio Romano. A costa de dolor, decepciones y lágrimas, mientras emite un insoportable olor a rancio, cachuli y Soberano allá por donde pasa.

Esto, para los que se quedan con la anécdota y no con el mensaje, no es un ataque al fútbol como deporte. A mí me gusta el fútbol. Esto es una crítica a todo lo que rodea al monstruo en que lo han convertido y lo han dejado convertirse unas Instituciones con menos credibilidad que Netanyahu en un congreso de paz.

La cultura deportiva que hemos conocido los que ya tenemos una edad se soportaba en el esfuerzo, el compromiso, la dedicación, el entusiasmo y el voluntariado –sí, he dicho voluntariado- de niñas, niños, padres, madres, entrenadores, delegados y directivos que de forma altruista, empleaban su tiempo libre –y lo hacían de buena gana- en el deporte en general, fueran deportes de equipo, como el fútbol, el baloncesto, el balonmano, el hockey…, o individuales, como el atletismo, la natación… o la pelota.


Fruto de esto, el resto de deportes se quedan sin un mínimo de eco, difusión, publicidad y soporte, de cara a ofrecer oportunidades a un montón de niñas y niños que se ven atrapados en la descarnada batalla en la que los clubes de fútbol se han empeñado, arrasando, como el caballo de Atila, allá por donde pasan. Y ya sabemos lo que cuenta la leyenda: allá por donde pasaba el caballo de Atila, rey de los hunos (tribu de bárbaros), no crecía la hierba.

Ahora, es casi imposible contar con alguno de aquellos entusiastas que trabajaban por el deporte de forma absolutamente desinteresada. Hoy, con una estructura profesional y económicamente rentable, que solo se pueden permitir los más poderosos –aquí volvemos al fútbol- desde muy temprana edad se rompen ilusiones y se cercena la curiosidad de unos chavales que no acaban de entender que se separe a “buenos” y “malos” por supuestos formadores. Es inadmisible, a mi modo de ver, que esos supuestos formadores se encarguen de gestionar a niñas y niños cargados de ilusión, fantasía y ganas de jugar y pasarlo bien.
 
No defiendo que todos valemos para todo ni que todos somos iguales, porque no es verdad. Defiendo la protección y la adecuada gestión de la maduración de los más pequeños, de cara a que mantengan una curiosidad por el deporte o actividad que sea. Pero para eso se les tiene que poder ofrecer o al menos tener una ventana en la que asomarse a ellas, sin sentirse condicionados por ningún monstruo codicioso o los anhelos de unos padres que -y me incluyo- mucho tenemos que mejorar en gestión emocional y cultura deportiva.


El deporte, y más en esas edades, es para divertirse y para disfrutar con su práctica. Para nada más. Si no te diviertes, si no disfrutas, o no te gusta o no lo estás enfocando adecuadamente.

Aitas y Amas, dejad que prueben, dejad que elijan, dejad que desarrollen y fortalezcan lazos mediante la diversión que produce la actividad física. Que salgan del círculo de confort, que prueben deportes de equipo e individuales, que conozcan que el esfuerzo tiene siempre una recompensa, que es mejorar, en el deporte y en la vida. Nosotros, los padres y las madres, únicamente tenemos que apoyarles y acompañarles.

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