sábado, 29 de septiembre de 2018

13 de julio. En Sarriguren

Llegaron casi a la vez, el taxi por un lado y el coche patrulla por otro. Iñaki y su acompañante tuvieron la precaución de parar el taxi doscientos metros antes, en la gasolinera de Avia, y llegaron andando. A las tres de la mañana del 13 de julio, la Comisaría central de la Policía Foral de Navarra, en la carretera de Sarriguren, estaba tranquila y sin apenas actividad. Marisa Fernández esperaba en la puerta y saludó a los recién llegados, invitándoles a pasar a su despacho, con la máxima discreción de la que fue capaz.

Fuera todavía, Mikel Arizkun se despidió de su subordinado: ‘Eskerrik asko! Asier. Vuelve a tu puesto. En unos minutos vamos a lanzar la búsqueda de un tipo o dos y vamos a mandar a los del laboratorio a la Avenida de Roncesvalles, 10. Puede que tengáis que echarles una mano.’ Sin dar más explicaciones, fue directo al despacho de Marisa, que estaba tomando declaración, tras informar a la denunciante de las pruebas que le iban a hacer los de laboratorio y la médico forense de guardia.

‘Eran dos chicos de entre 25 y 27 años, que me abordaron en el portal de casa y con los que estuve valorando acostarme. No estaban borrachos, no parecían de Pamplona, por el acento, y estaban bastante buenos. Uno era bastante alto, le calculo cerca de 1.90, con pinta de gañán, con un aire a Paco León, el de Aida, y el otro era más bajito, sobre 1.75, con barbita y muy guapo. Iban vestidos de sanfermineros, con una ikurriña pequeña grabada en la parte de atrás del cuello de la camiseta. El más alto, tenía una cuerdita en el cuello, de la que colgaba una figurita de madera y varios brazaletes en su mano derecha. En la izquierda llevaba un reloj Suunto. El más bajo, tenía una pulsera de plata y el mismo reloj. 

Marisa asistía impasible al relato, asombrada de que lo hiciera con tanta precisión y frialdad.

‘Me gustaba el más bajito, pero era el más parado de los dos, así que pensé que igual no era buena idea enrollarme y me despedí de ellos de forma cariñosa, para que no se mosquearan. Cuando entraba en el portal, el más alto empujó la puerta, me caí de culo y se me echó encima. El otro intentó detenerle, pero, literalmente, le mandó a tomar por culo, diciéndole que me sujetara. En ese momento, se marchó y nos dejó solos en el portal. Hice una rápida valoración de la situación: sola en el portal de mi casa, con tío fuerte y grande, que me arrastró a una esquina, me rompió la camiseta y me arrancó los pantalones, cualquier resistencia que hubiera podido oponerle, hubiera aumentado el nivel de violencia, así que me dejé hacer. El tipo estaba muy excitado, se corrió enseguida, se subió los pantalones y se marchó, creo que algo aturdido por lo que acababa de hacer. Yo me concentré en su cara, y en cualquier detalle que pudiera servir para identificarle. No sentí nada, ni siquiera dolor, solo un inmenso vacío y una angustiosa sensación de impotencia. Todo fue muy rápido. El ascensor estaba abajo, lo tomé, subí a casa, me quité la ropa, lloré y llamé a Iñaki, que es un buen amigo.’

En ese momento, la estatua de hielo negro se fracturo y empezó a derretirse en lágrimas, acompañadas de fuertes convulsiones, inconsolable al abrazo de Iñaki y a la mirada compasiva de los dos policías, que inmediatamente se pusieron en acción.

A través de todos los canales internos, Mikel Arizkun hizo a todas las patrullas desplegadas en la cuidad una descripción del sospechoso, con los detalles facilitados por la víctima. A continuación, acudió a la Policía Científica y con dos agentes de la misma se montó en un coche patrulla y se dirigieron al número 10 de la Avenida de Roncesvalles. Llegaron poco antes de las cuatro de la mañana y tuvieron suerte, porque no se encontraron con nadie en el portal y pudieron trabajar con tranquilidad, sin curiosos y sin interrupciones. Sacaron fotos, recogieron muestras, midieron huellas y antes de las cinco estaban de vuelta en la Comisaría.

Mientras tanto, Marisa Fernández acompañó a la víctima donde la médico forense, que le hizo un examen minucioso y le tomó muestras del pelo, la piel, las manos, las piernas, los pies y la vagina. Completamente desnuda, se dejó hacer, con los ojos cerrados y una respiración relajada que facilitó el trabajo de la forense, que le tomó varias fotos, en las partes de aquel cuerpo esbelto y bien formado, en las que se apreciaba algún signo de violencia. También se quedó con la ropa que había llevado en una bolsa y vestía en el momento de ser atacada. Tras terminar con la forense, volvió al despacho de Marisa Fernández, donde había vuelto Mikel Arizkun junto con la Policía Científica. Fue él quien tomó la palabra.

‘Lo hemos hecho todo con la máxima discreción y, hasta ahora, hemos tendido suerte. Aparte de Marisa y yo mismo, nadie conoce tu identidad. La forense se ha quedado con tu cara y sabe lo que te han hecho, pero no hablará. Cuando hemos ido al portal, hemos podido trabajar sin que nadie nos viera, ningún vecino o visitante ha entrado o salido mientras estábamos allí. Está dada la orden de búsqueda del agresor con los datos que nos has dado y estamos revisando todas las cámaras de seguridad de la zona. Un tipo de 1.90 que se parece a Paco León no se podrá ocultar tan fácilmente. Si sigue en Pamplona, confío en que lo podamos cazar en las próximas horas. Aquí ya van a entrar los medios, ávidos de este tipo de noticias, y eso no lo vamos a poder controlar. Saldrá el dato del portal, pero no tienen por qué asociarlo contigo, al menos de momento. El taxista atará cabos, pero no se ha quedado con tu cara ni con tus datos ¿verdad? Vete a casa, descansa y haz una vida todo lo normal que puedas.’

‘¿Nos podemos ir?’ –preguntó Iñaki, cogiéndola de la mano, mientras ella seguía con la cabeza gacha, casi totalmente oculta por la capucha. Mikel les contestó a afirmativamente y se ofreció a llevarles a casa en un coche camuflado, que conducía él. Por tercera vez en las últimas cuatro horas, entró el número 10 de la Avenida de Roncesvalles, que seguía igual de desierto que las dos anteriores. Subió con los dos y aceptó el Nespresso que le ofreció Iñaki, mientras ella se metía en la ducha.

‘No te voy a engañar, Iñaki, esto pinta fatal. La prensa va a entrar a saco y tu amiga no es lo que se dice una dulce damisela. Va a ser duro.’ Apuró el café, se levantó y se despidió: ‘Despídeme de tu amiga. Ni sé ni me importa cuál es vuestra relación, pero me da que ya nada será igual ¿verdad? Cuídala mucho y haz caso de este viejo psicólogo: te va a necesitar y mucho.’ Le guiñó un ojo, le dio una fuerte palmada en la espalda y desapareció cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido.

Tras permanecer una eternidad en la ducha, salió vestida con un albornoz blanco y se dirigió a la cocina donde puso la radio y empezó a preparar el desayuno.

-¿Qué vas a hacer, Iñaki? –le preguntó, mientras exprimía unas naranjas.
-Dormir, si puedo. Me cojo el día libre. Total, para lo que iba a hacer en el despacho… ¿Y tú?
-¿Quieres desayunar algo más sólido que el café?
-Bueno, si insistes. ¿Te importa que me quede a dormir aquí? No quiero volver a casa y empezar a dar explicaciones. Le pongo un whatsapp a mi madre y le digo que no me esperen en casa este finde.
-Gracias, Iñaki, eres un cielo. Ya conoces la habitación de invitados y dúchate antes de acostarte. Yo me voy a currar y prepárame algo rico para comer.
-¿A currar?

Justo entonces, le entro un wathsapp. Era de Mikel: ‘Le tenemos’.


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