Llegaron
casi a la vez, el taxi por un lado y el coche patrulla por otro. Iñaki y su
acompañante tuvieron la precaución de parar el taxi doscientos metros antes, en
la gasolinera de Avia, y llegaron andando. A las tres de la mañana del 13 de
julio, la Comisaría central de la Policía Foral de Navarra, en la carretera de
Sarriguren, estaba tranquila y sin apenas actividad. Marisa Fernández esperaba
en la puerta y saludó a los recién llegados, invitándoles a pasar a su
despacho, con la máxima discreción de la que fue capaz.
Fuera
todavía, Mikel Arizkun se despidió de su subordinado: ‘Eskerrik asko! Asier. Vuelve a tu puesto. En unos minutos vamos a
lanzar la búsqueda de un tipo o dos y vamos a mandar a los del laboratorio a la
Avenida de Roncesvalles, 10. Puede que tengáis que echarles una mano.’ Sin
dar más explicaciones, fue directo al despacho de Marisa, que estaba tomando
declaración, tras informar a la denunciante de las pruebas que le iban a hacer
los de laboratorio y la médico forense de guardia.
‘Eran dos chicos de entre 25 y 27 años,
que me abordaron en el portal de casa y con los que estuve valorando acostarme.
No estaban borrachos, no parecían de Pamplona, por el acento, y estaban bastante
buenos. Uno era bastante alto, le calculo cerca de 1.90, con pinta de gañán,
con un aire a Paco León, el de Aida, y el otro era más bajito, sobre 1.75, con
barbita y muy guapo. Iban vestidos de sanfermineros, con una ikurriña pequeña
grabada en la parte de atrás del cuello de la camiseta. El más alto, tenía una
cuerdita en el cuello, de la que colgaba una figurita de madera y varios
brazaletes en su mano derecha. En la izquierda llevaba un reloj Suunto. El más
bajo, tenía una pulsera de plata y el mismo reloj.
Marisa
asistía impasible al relato, asombrada de que lo hiciera con tanta precisión y
frialdad.
‘Me gustaba el más bajito, pero era el más
parado de los dos, así que pensé que igual no era buena idea enrollarme y me
despedí de ellos de forma cariñosa, para que no se mosquearan. Cuando entraba
en el portal, el más alto empujó la puerta, me caí de culo y se me echó encima.
El otro intentó detenerle, pero, literalmente, le mandó a tomar por culo,
diciéndole que me sujetara. En ese momento, se marchó y nos dejó solos en el
portal. Hice una rápida valoración de la situación: sola en el portal de mi
casa, con tío fuerte y grande, que me arrastró a una esquina, me rompió la
camiseta y me arrancó los pantalones, cualquier resistencia que hubiera podido
oponerle, hubiera aumentado el nivel de violencia, así que me dejé hacer. El
tipo estaba muy excitado, se corrió enseguida, se subió los pantalones y se
marchó, creo que algo aturdido por lo que acababa de hacer. Yo me concentré en
su cara, y en cualquier detalle que pudiera servir para identificarle. No sentí
nada, ni siquiera dolor, solo un inmenso vacío y una angustiosa sensación de
impotencia. Todo fue muy rápido. El ascensor estaba abajo, lo tomé, subí a
casa, me quité la ropa, lloré y llamé a Iñaki, que es un buen amigo.’
En ese
momento, la estatua de hielo negro se fracturo y empezó a derretirse en
lágrimas, acompañadas de fuertes convulsiones, inconsolable al abrazo de Iñaki
y a la mirada compasiva de los dos policías, que inmediatamente se pusieron en
acción.
A través
de todos los canales internos, Mikel Arizkun hizo a todas las patrullas
desplegadas en la cuidad una descripción del sospechoso, con los detalles
facilitados por la víctima. A continuación, acudió a la Policía Científica y
con dos agentes de la misma se montó en un coche patrulla y se dirigieron al
número 10 de la Avenida de Roncesvalles. Llegaron poco antes de las cuatro de
la mañana y tuvieron suerte, porque no se encontraron con nadie en el portal y
pudieron trabajar con tranquilidad, sin curiosos y sin interrupciones. Sacaron
fotos, recogieron muestras, midieron huellas y antes de las cinco estaban de
vuelta en la Comisaría.
Mientras
tanto, Marisa Fernández acompañó a la víctima donde la médico forense, que le
hizo un examen minucioso y le tomó muestras del pelo, la piel, las manos, las
piernas, los pies y la vagina. Completamente desnuda, se dejó hacer, con los
ojos cerrados y una respiración relajada que facilitó el trabajo de la forense,
que le tomó varias fotos, en las partes de aquel cuerpo esbelto y bien formado,
en las que se apreciaba algún signo de violencia. También se quedó con la ropa
que había llevado en una bolsa y vestía en el momento de ser atacada. Tras
terminar con la forense, volvió al despacho de Marisa Fernández, donde había
vuelto Mikel Arizkun junto con la Policía Científica. Fue él quien tomó la
palabra.
‘Lo hemos hecho todo con la máxima
discreción y, hasta ahora, hemos tendido suerte. Aparte de Marisa y yo mismo,
nadie conoce tu identidad. La forense se ha quedado con tu cara y sabe lo que
te han hecho, pero no hablará. Cuando hemos ido al portal, hemos podido
trabajar sin que nadie nos viera, ningún vecino o visitante ha entrado o salido
mientras estábamos allí. Está dada la orden de búsqueda del agresor con los
datos que nos has dado y estamos revisando todas las cámaras de seguridad de la
zona. Un tipo de 1.90 que se parece a Paco León no se podrá ocultar tan
fácilmente. Si sigue en Pamplona, confío en que lo podamos cazar en las
próximas horas. Aquí ya van a entrar los medios, ávidos de este tipo de
noticias, y eso no lo vamos a poder controlar. Saldrá el dato del portal, pero
no tienen por qué asociarlo contigo, al menos de momento. El taxista atará
cabos, pero no se ha quedado con tu cara ni con tus datos ¿verdad? Vete a casa,
descansa y haz una vida todo lo normal que puedas.’
‘¿Nos podemos ir?’ –preguntó Iñaki, cogiéndola de la mano,
mientras ella seguía con la cabeza gacha, casi totalmente oculta por la
capucha. Mikel les contestó a afirmativamente y se ofreció a llevarles a casa
en un coche camuflado, que conducía él. Por tercera vez en las últimas cuatro
horas, entró el número 10 de la Avenida de Roncesvalles, que seguía igual de
desierto que las dos anteriores. Subió con los dos y aceptó el Nespresso que le ofreció Iñaki, mientras
ella se metía en la ducha.
‘No te voy a engañar, Iñaki, esto pinta
fatal. La prensa va a entrar a saco y tu amiga no es lo que se dice una dulce
damisela. Va a ser duro.’ Apuró
el café, se levantó y se despidió: ‘Despídeme
de tu amiga. Ni sé ni me importa cuál es vuestra relación, pero me da que ya
nada será igual ¿verdad? Cuídala mucho y haz caso de este viejo psicólogo: te
va a necesitar y mucho.’ Le guiñó un ojo, le dio una fuerte palmada en la
espalda y desapareció cerrando la puerta con cuidado de no hacer ruido.
Tras
permanecer una eternidad en la ducha, salió vestida con un albornoz blanco y se
dirigió a la cocina donde puso la radio y empezó a preparar el desayuno.
-¿Qué vas a hacer, Iñaki? –le preguntó, mientras exprimía unas
naranjas.
-Dormir, si puedo. Me cojo el día libre.
Total, para lo que iba a hacer en el despacho… ¿Y tú?
-¿Quieres desayunar algo más sólido que el
café?
-Bueno, si insistes. ¿Te importa que me
quede a dormir aquí? No quiero volver a casa y empezar a dar explicaciones. Le
pongo un whatsapp a mi madre y le digo que no me esperen en casa este finde.
-Gracias, Iñaki, eres un cielo. Ya conoces
la habitación de invitados y dúchate antes de acostarte. Yo me voy a currar y
prepárame algo rico para comer.
-¿A currar?
Justo
entonces, le entro un wathsapp. Era
de Mikel: ‘Le tenemos’.
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