Volvemos con Ane y su padre donde los dejamos el 13 de julio.
Miguel García Bengoechea escuchó el relato de su hija sin
interrumpirla, mirándole fijamente a los ojos, mientras, sentado enfrente de
ella, le acariciaba las manos y la cara, atrapando alguna lágrima que se
deslizaba por el rostro de porcelana de Ane. Se enteró de que su novio, Aitor,
ese chico que nunca le había gustado, había salido en la tele, esposado entre
varios policías forales, que estaba acusado de violación, que su amigo Iker la
había evitado, que quería irse a Pamplona de inmediato para escuchar a Aitor y
para saber la verdad.
Recordó una frase que le solía decir Ángel Echenique, el
veterano oficial de la notaría de Elizondo, su primer destino, que, en vez de a
un superior le trataba como a un hijo, y terminó siendo su suegro: ‘A
ti, Miguel, te traiciona el gesto’. Y se esforzó en mantenerse todo lo impasible
que era capaz, en sofocar el ataque de ira que le estaba invadiendo y en
contener las lágrimas que también a él le querían inundar. Debajo de la imagen
de persona prudente y sosegada que transmitía, que le había conferido prestigio
y reconocimiento profesional y social, además del aprecio de las personas de su
entorno familiar y personal, bullía en él un carácter colérico e irascible, que
muy pocos habían sufrido en alguna ocasión. Ane, una chica maravillosa, siempre
le recordaba –y él nunca podría olvidar- la bofetada que le dio, la única, cuando tenía
ocho o nueve años, y pilló una casqueta a la puerta del ascensor.
Ane levantó la vista y su padre, súbitamente asustado,
retiró la mano que apresaba la mano de su hija hasta hacerle daño. Respiró
profundamente, contó hasta diez, volvió a coger la mano, moduló la voz y le
preguntó: ‘Hay algo más que me quieras
contar? Ane negó con la cabeza, bajó la vista, y se dispuso a escuchar la
charla de su padre. Sabía que la réplica sería asertiva, razonada, prudente y
casi profesional. Así era el aita.
- Eskerrik asko! Ane.
Agradezco tu sinceridad y tu anticipación. No me hubiera gustado enterarme por
terceras personas o por la prensa, nunca mejor dicho. –Y esbozó una sonrisa- Te agradezco también que me lo hayas contado
a mí, antes que a tu madre, que está esperando tu llamada. Al salir de casa, me
ha dicho que le llames tú, que cuando ella te llama, nunca le coges. -Y
volvió a sonreír, esta vez con la complicidad de su hija- Aguanta el chaparrón como puedas. A mí me llamará en cuanto termine
contigo y ya me estoy poniendo la armadura. No sé en qué medida es verdad eso
tan horrible de lo que se le acusa a Aitor. Ya sabes que ese chico no nos
gusta, nunca nos ha gustado, pero tampoco soy capaz de imaginármelo como un
violador. Creo que, pase lo que pase, él te debe una explicación y tiene que
ser él quien te la dé, quien quiera dártela, y no tú quien se le suplique o se
la reclame. No es buena idea que, en estos momentos, te vayas a Pamplona y te
expongas. Ahora es el momento de su familia, de sus padres; y también de sus
abogados. Y aunque seas una abogada incipiente, que no se te pase por la cabeza
defenderle. No podrías hacerlo con la objetividad, la frialdad y la
profesionalidad necesarias. Ya sé que eres mayor de edad y que puedes disponer
de tu libertad de obrar, pero, insisto, no es buena idea. Tampoco es buena idea
que te quedes aquí, en la tienda, a la vista y al alcance de tus amigas, de los
amigos de Aitor y de todos aquellos que conocen vuestra relación. Por muy cosmopolitas
que os creáis los ‘ñoñostiarras’ –Y afloró otra vez la sonrisa, esta vez
más irónica, del bermeano que pensaba que muchos de sus vecinos ‘meaban
colonia’- vivimos en un puto pueblo y la
noticia ya estará circulando. Aitor es un deportista bastante conocido, su
nombre sale esporádicamente en la prensa; aunque lo quieran proteger, nadie lo
va a conseguir. Y luego están las redes sociales, en las que habrá fotos
vuestras y no quiero ni saber ni pensar qué fotos y qué comentarios. Habla con
Sandra y pídele, desde ya, una semana de vacaciones, prorrogables. Seguro que
no te pone ninguna pega. De momento, le llamas a tu madre, después, apagas el teléfono y te vienes conmigo a la
Notaría, conoces a mi amigo Gabino, me ayudas a
capear el temporal que me va a caer con Patricia, volvemos a casa y hacemos
terapia de grupo, que buena falta nos va a hacer. ¡Ah! Y dile a tu hermano que
esté en casa a las seis, sin falta. A ti te hará caso.
Tuvo el impulso de replicar, pero se quedó muda. Cogió el
teléfono, que estaba en silencio, y vio que tenía dos docenas de whatsapps. Buscó el de Sandra, que era
una sucesión de emoticonos con besos y le contestó: ‘Olvídate de lo que hemos hablado, Sandra. Me cojo desde ya una semana
de vacaciones. Te llamaré a la noche. Eskerrik asko!’. También había tres whatsapps de su hermano pequeño: ‘¿Sabes lo de Aitor?’ ‘q hp!!!’ ‘H'estau nadando a la mañana con Iker y no m'a dicho nada’. El cotilla de su hermano en estado puro: ‘Te espero en casa a las seis, enano. Y más
te vale que llegues puntual’ ‘Hasta entonces cierra la p… boca’. Y añadió
cuatro emoticonos con otros tantos amenazantes puños. La respuesta fue
inmediata: primero un emoticono, de una mano levantando el pulgar, y luego otro, levantando
el dedo corazón.
Se levantó, cogió a su padre por el brazo, le dio dos
besos y con la mejor de sus sonrisas, le dijo: ‘Estoy de vacaciones y ya he avisado a Iñaki. Vamos a la notaría a
saludar a ese amigo tuyo tan pesado, aitatxo’.
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