El
despertador sonó a las 6:00 y se levantó de un salto, sin hacer ruido para no
despertar a su mujer, que dormía profundamente. Cogió la ropa que había dejado
preparada, los dos teléfonos y se fue al baño, donde tras, orinar, se bebió dos
vasos de agua, se duchó, se afeitó y se vistió. Ya en la cocina, encendió la
radio y el teléfono móvil, donde vio el SMS de Asier: ‘Aita, despiértame mañana para ir contigo al Hospital. Y no le digas
nada a la ama’.
¿Qué
estaba tramando su hijo? ¿Sería por la chica del Hospital? Hizo memoria, pero
no recordaba su nombre. Asier había dicho que tenía un apellido extranjero. Era
la primera chica que pudiera interesarle a su hijo de la que tenían alguna
referencia.
Le gustaba
ir pronto al Hospital y sabía que Asier se metía un buen desayuno, así que
entró en su cuarto y le despertó. Desde que era un crío, en su habitación lucía
un poster de cuerpo entero del nadador australiano Ian Thorpe, que había sido
su ídolo, incluso después de la irrupción de Michael Phelps. Cuando Thorpe se
declaró homosexual, Asier mantuvo el poster. Que le gustaran las chicas
representaba un alivio para sus padres, mosqueados con un hijo metrosexual,
como se decía entonces, que aparentaba desinterés y hasta desdén por las
chicas.
‘¿Me haces el zumo, aita? Me voy a la ducha’
–le dijo mientras se desperezaba y salía de la cama completamente desnudo, como
dormía desde que empezó a nadar. En casa todos andaban desnudos con mucha
naturalidad y él también dormía desnudo. Asier tenía una planta espectacular,
que su padre no sabía de quién había heredado. De él, seguro que no. Como decía
su entrenador, lástima que le faltaran unos cuantos centímetros para acercarse al 1.96
de Ian Thorpe o a al 1.93 de Michael Phelps.
Mientras
preparaba los zumos y ponía los huevos a hervir, pensó en cómo abordar a su
hijo sin que pareciera un interrogatorio, ante los que se encogía como los
erizos.
‘Háblame de la chica’ –le dijo cuando entró en la cocina
vestido con un bañador, una camiseta del Club Natación Pamplona y unas chancletas.
Asier
sabía que la única posibilidad de ver a Rebeca pasaba por su padre. Él no tenía
ningún vínculo con la chica y no le permitirían la entrada. No había otra que
transaccionar. ‘Ayer me preguntaste si
era guapa, aita. Es guapísima y creo que le he gustado.’ –contestó con la
media sonrisa tímida que tanto éxito le granjeaba con todos y con todas.
-Si quieres verla, tendrás que entrar conmigo
y esperar a que yo la vea primero. ¿Tiene algún familiar con ella?
-Yo saludé a su padre, un tipo muy alto,
que hablaba con acento. Su madre también andaba por allí. Son de San Sebastián.
-Vale, estás unos minutos con ella, y
sales de allí antes de las visitas, que son a las ocho ¿de acuerdo?
-De acuerdo, aita, eskerrik asko! –y le dio dos besos a su padre.
-¿Qué vas a hacer después? ¿Vas a la piscina?
-Sí, tenemos un test fuerte para el
campeonato del sábado.
-Vuelve pronto a casa y ponte a estudiar.
La ama tiene razón. Te juegas mucho con la nota de Bachiller y la de la
Selectividad. Ya lo sabes.
-Sí, sí, aita. ¡Ah! A la ama, ni palabra
¿eh? Y a la cotilla de Andrea, tampoco.
Terminaron
de desayunar y de vestirse y a las siete y cuarto salieron de casa. Apenas
había tráfico a esas horas y antes de las siete y media habían aparcado el
coche en el reservado del Hospital. Fueron directamente a Observación, que
estaba cerca de la entrada de Urgencias, en la que acababan de llegar dos
ambulancias con heridos.
En el
exterior de la sala de observación había un pequeño mostrador y un office donde
estaban el médico y las enfermeras del turno anterior, a las que se dirigió
Antxon para que le dieran el parte. El médico era una chica joven, alta y
bastante guapa. Las enfermeras eran tres, una veterana y dos jovencitas. ‘Espérame aquí’ –le dijo su padre.
‘¿Es su hijo, doctor?’ –le preguntó la veterana, una rubia de
garrafón entrada en carnes, que le hizo una radiografía completa. ‘¡Hay que ver cómo mejora la especie!’
–comentó.
-¿Quieres unas pastas, chaval? Son de las
buenas ¿eh?
-No, gracias, acabamos de desayunar y yo
tengo entrenamiento. A ver si me van a sentar mal.
-¿Tú eres el nadador? –le preguntó una de las jovencitas, a la
que le calculó veintipocos años. Era rubia y tenía el pelo largo y ondulado.
Estaba de pie y debajo del austero uniforme azul se le adivinaba un bonito
cuerpo.
-Sí, luego tengo entrenamiento en el Club
Natación Pamplona.
Reconoció
a la segunda enfermera joven, porque la había visto la tarde anterior cuando
dejaron a Rebeca en Observación. Era más bajita, desgarbada, y menos habladora,
pues permaneció en silencio, mirándole de reojo.
Había sido
una noche tranquila, los enfermos no habían dado guerra, pero la enfermera
veterana le adelantó que les esperaba un día movidito, porque en Urgencias
aguardaban media docena de aspirantes –así hablaba ella- y un dar de ellos con
bastantes dolores. El doctor Araiz revisó la lista de pacientes y enseguida dio
con ella: Rebeca Nowak Larrañaga. 18 años. Atendió primero a los otros cinco y
la dejó para el final. Todos habían evolucionado bien y decidió darles el alta,
aunque la mayor, una mujer de 86 con muy buen aspecto, que se había quedado por
una hemorragia nasal, ya cauterizada, insistía en quedarse. ‘Yo estoy muy mal, doctor’, se lamentaba.
Salió de
la sala, volvió donde su hijo y le dijo: ‘Goazen.
Asier’.
Vestía un
pantalón corto y una camiseta, que dejaba a la vista unas piernas depiladas y
unos brazos musculosos, sin exageración. El cuerpo de un nadador. Conservaba
los cuatro pelos de la cara y el de la cabeza, muy negro y más largo de lo
habitual, evidenciaba las huellas húmedas de una ducha reciente. Estaba mucho
más guapo que la víspera, enfundado en el uniforme casi militar de la Cruz
Roja, dos tallas mayor que el que le correspondía. Se quedó parado, esperando
que su padre atendiera a Rebeca, mientras ésta, algo más recatada que la tarde
anterior, le saludaba con un casi neutro: ‘Aupa!
Asier ¡qué sorpresa!’
Tras un
breve interrogatorio a la paciente, en el que se concluía que sería dada
inmediatamente de alta, el doctor miró el reloj, vio que marcaba las 7:50 y le
dijo a su hijo: ‘Tienes diez minutos. Te
espero fuera’.
Se acercó
lentamente a la cama, cogió la mano derecha de Rebeca con la suya y mirándole a
la cara le preguntó: ‘¿Qué tal?’ Ella
tiró de la mano de Asier, lo acercó y le dio dos besos en cada mejilla.
-¿Tú qué pintas aquí, chaval?
-El médico que te acaba de visitar es mi
padre. Le tocaba guardia y le he pedido que me dejara verte –Para entonces había recuperado la
verticalidad, le había cogido la otra mano y le estaba acariciando los dos
antebrazos- ¿Cómo ha ido la noche?
-Bueno… Al principio, mal, con este olor a
tigre que no me aguanto ni yo. No me han dejado ducharme. Además, me quitaron
el móvil y han estado todo el rato yendo y viniendo. Al final, conseguí
dormirme… y siento decirte que no he soñado contigo, bombón. –le dijo, recuperando el tono de la
víspera, atenuado por la disciplina hospitalaria- Oye ¿has traído el móvil, verdad? Enséñame fotos tuyas.
Entre
cortado y halagado, Asier sacó el móvil y fue a buscar sus fotos, casi todas de
competiciones y entrenamientos de natación, y se las empezó a pasar a Rebeca,
que no tardó en quitarle el aparato de la mano, ser ella quien pasara las
fotos, ampliando las que le gustaban.
-En casi todas estás con el pelo muy corto
¿te lo estás dejando crecer?
-Me lo voy a cortar mañana mismo, el
sábado tenemos competición y hay que aligerar.
-Pues estás más guapo con el pelo más
largo. Piénsatelo.
-Me lo pensaré. ¿Y tú, cómo es que juegas
de portera? Por la planta que tienes serías una buena nadadora.
-El aita fue portero de la selección de
Polonia, se casó con una vasca y se vino a vivir aquí. Yo empecé a jugar a
fútbol, por la estatura me mandaron a la portería y ahí sigo.
-Menuda lengua gastas ¿eh? ¿Al árbitro, le
insultabas en polaco?
-Menudo capullo. Jajajaja!!!! Paczek
sukinsyn, eso es lo que le dije cuando me sacó tarjeta. Capullo cabrón en
polaco.
-Jajajaja!!!! Parecías Cristiano Ronaldo.
Casi tienes los mismos abdominales que él.
-Ese sí que es un capullo. Oye ¿tú no
serás del Madrid, verdad?
-¡Qué va! De Osasuna. Odio al Madrid, ya
sabes: ‘El equipo del Gobierno, la vergüenza del país’.
‘Bueno, chicos, se acabó la fiesta, que vienen
las visitas’ –La
enfermera veterana irrumpió en el box de Rebeca. Asier miró el reloj y vio que
marcaba las 8:00. Se inclinó sobre Rebeca, ruborizado, y se atrevió a
devolverle el piquito de la víspera, tras el cual salió corriendo, casi
huyendo, mientras le decía: ‘Llámame
cuando llegues a Donosti, Vale?
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