domingo, 23 de septiembre de 2018

2 de mayo de 2010. Complicidad

El despertador sonó a las 6:00 y se levantó de un salto, sin hacer ruido para no despertar a su mujer, que dormía profundamente. Cogió la ropa que había dejado preparada, los dos teléfonos y se fue al baño, donde tras, orinar, se bebió dos vasos de agua, se duchó, se afeitó y se vistió. Ya en la cocina, encendió la radio y el teléfono móvil, donde vio el SMS de Asier: ‘Aita, despiértame mañana para ir contigo al Hospital. Y no le digas nada a la ama’.

¿Qué estaba tramando su hijo? ¿Sería por la chica del Hospital? Hizo memoria, pero no recordaba su nombre. Asier había dicho que tenía un apellido extranjero. Era la primera chica que pudiera interesarle a su hijo de la que tenían alguna referencia.

Le gustaba ir pronto al Hospital y sabía que Asier se metía un buen desayuno, así que entró en su cuarto y le despertó. Desde que era un crío, en su habitación lucía un poster de cuerpo entero del nadador australiano Ian Thorpe, que había sido su ídolo, incluso después de la irrupción de Michael Phelps. Cuando Thorpe se declaró homosexual, Asier mantuvo el poster. Que le gustaran las chicas representaba un alivio para sus padres, mosqueados con un hijo metrosexual, como se decía entonces, que aparentaba desinterés y hasta desdén por las chicas.

‘¿Me haces el zumo, aita? Me voy a la ducha’ –le dijo mientras se desperezaba y salía de la cama completamente desnudo, como dormía desde que empezó a nadar. En casa todos andaban desnudos con mucha naturalidad y él también dormía desnudo. Asier tenía una planta espectacular, que su padre no sabía de quién había heredado. De él, seguro que no. Como decía su entrenador, lástima que le faltaran unos cuantos centímetros para acercarse al 1.96 de Ian Thorpe o a al 1.93 de Michael Phelps.

Mientras preparaba los zumos y ponía los huevos a hervir, pensó en cómo abordar a su hijo sin que pareciera un interrogatorio, ante los que se encogía como los erizos.

‘Háblame de la chica’ –le dijo cuando entró en la cocina vestido con un bañador, una camiseta del Club Natación Pamplona y unas chancletas.

Asier sabía que la única posibilidad de ver a Rebeca pasaba por su padre. Él no tenía ningún vínculo con la chica y no le permitirían la entrada. No había otra que transaccionar. ‘Ayer me preguntaste si era guapa, aita. Es guapísima y creo que le he gustado.’ –contestó con la media sonrisa tímida que tanto éxito le granjeaba con todos y con todas.

-Si quieres verla, tendrás que entrar conmigo y esperar a que yo la vea primero. ¿Tiene algún familiar con ella?
-Yo saludé a su padre, un tipo muy alto, que hablaba con acento. Su madre también andaba por allí. Son de San Sebastián.
-Vale, estás unos minutos con ella, y sales de allí antes de las visitas, que son a las ocho ¿de acuerdo?
-De acuerdo, aita, eskerrik asko! –y le dio dos besos a su padre.
-¿Qué vas a hacer después? ¿Vas a la piscina?
-Sí, tenemos un test fuerte para el campeonato del sábado.
-Vuelve pronto a casa y ponte a estudiar. La ama tiene razón. Te juegas mucho con la nota de Bachiller y la de la Selectividad. Ya lo sabes.
-Sí, sí, aita. ¡Ah! A la ama, ni palabra ¿eh? Y a la cotilla de Andrea, tampoco.

Terminaron de desayunar y de vestirse y a las siete y cuarto salieron de casa. Apenas había tráfico a esas horas y antes de las siete y media habían aparcado el coche en el reservado del Hospital. Fueron directamente a Observación, que estaba cerca de la entrada de Urgencias, en la que acababan de llegar dos ambulancias con heridos.

En el exterior de la sala de observación había un pequeño mostrador y un office donde estaban el médico y las enfermeras del turno anterior, a las que se dirigió Antxon para que le dieran el parte. El médico era una chica joven, alta y bastante guapa. Las enfermeras eran tres, una veterana y dos jovencitas. ‘Espérame aquí’ –le dijo su padre.

‘¿Es su hijo, doctor?’ –le preguntó la veterana, una rubia de garrafón entrada en carnes, que le hizo una radiografía completa. ‘¡Hay que ver cómo mejora la especie!’ –comentó.

-¿Quieres unas pastas, chaval? Son de las buenas ¿eh?
-No, gracias, acabamos de desayunar y yo tengo entrenamiento. A ver si me van a sentar mal.
-¿Tú eres el nadador? –le preguntó una de las jovencitas, a la que le calculó veintipocos años. Era rubia y tenía el pelo largo y ondulado. Estaba de pie y debajo del austero uniforme azul se le adivinaba un bonito cuerpo.
-Sí, luego tengo entrenamiento en el Club Natación Pamplona.

Reconoció a la segunda enfermera joven, porque la había visto la tarde anterior cuando dejaron a Rebeca en Observación. Era más bajita, desgarbada, y menos habladora, pues permaneció en silencio, mirándole de reojo.

Había sido una noche tranquila, los enfermos no habían dado guerra, pero la enfermera veterana le adelantó que les esperaba un día movidito, porque en Urgencias aguardaban media docena de aspirantes –así hablaba ella- y un dar de ellos con bastantes dolores. El doctor Araiz revisó la lista de pacientes y enseguida dio con ella: Rebeca Nowak Larrañaga. 18 años. Atendió primero a los otros cinco y la dejó para el final. Todos habían evolucionado bien y decidió darles el alta, aunque la mayor, una mujer de 86 con muy buen aspecto, que se había quedado por una hemorragia nasal, ya cauterizada, insistía en quedarse. ‘Yo estoy muy mal, doctor’, se lamentaba.

Salió de la sala, volvió donde su hijo y le dijo: ‘Goazen. Asier’.

Vestía un pantalón corto y una camiseta, que dejaba a la vista unas piernas depiladas y unos brazos musculosos, sin exageración. El cuerpo de un nadador. Conservaba los cuatro pelos de la cara y el de la cabeza, muy negro y más largo de lo habitual, evidenciaba las huellas húmedas de una ducha reciente. Estaba mucho más guapo que la víspera, enfundado en el uniforme casi militar de la Cruz Roja, dos tallas mayor que el que le correspondía. Se quedó parado, esperando que su padre atendiera a Rebeca, mientras ésta, algo más recatada que la tarde anterior, le saludaba con un casi neutro: ‘Aupa! Asier ¡qué sorpresa!’

Tras un breve interrogatorio a la paciente, en el que se concluía que sería dada inmediatamente de alta, el doctor miró el reloj, vio que marcaba las 7:50 y le dijo a su hijo: ‘Tienes diez minutos. Te espero fuera’.

Se acercó lentamente a la cama, cogió la mano derecha de Rebeca con la suya y mirándole a la cara le preguntó: ‘¿Qué tal?’ Ella tiró de la mano de Asier, lo acercó y le dio dos besos en cada mejilla.

-¿Tú qué pintas aquí, chaval?
-El médico que te acaba de visitar es mi padre. Le tocaba guardia y le he pedido que me dejara verte –Para entonces había recuperado la verticalidad, le había cogido la otra mano y le estaba acariciando los dos antebrazos- ¿Cómo ha ido la noche?
-Bueno… Al principio, mal, con este olor a tigre que no me aguanto ni yo. No me han dejado ducharme. Además, me quitaron el móvil y han estado todo el rato yendo y viniendo. Al final, conseguí dormirme… y siento decirte que no he soñado contigo, bombón. –le dijo, recuperando el tono de la víspera, atenuado por la disciplina hospitalaria- Oye ¿has traído el móvil, verdad? Enséñame fotos tuyas.

Entre cortado y halagado, Asier sacó el móvil y fue a buscar sus fotos, casi todas de competiciones y entrenamientos de natación, y se las empezó a pasar a Rebeca, que no tardó en quitarle el aparato de la mano, ser ella quien pasara las fotos, ampliando las que le gustaban.

-En casi todas estás con el pelo muy corto ¿te lo estás dejando crecer?
-Me lo voy a cortar mañana mismo, el sábado tenemos competición y hay que aligerar.
-Pues estás más guapo con el pelo más largo. Piénsatelo.
-Me lo pensaré. ¿Y tú, cómo es que juegas de portera? Por la planta que tienes serías una buena nadadora.
-El aita fue portero de la selección de Polonia, se casó con una vasca y se vino a vivir aquí. Yo empecé a jugar a fútbol, por la estatura me mandaron a la portería y ahí sigo.
-Menuda lengua gastas ¿eh? ¿Al árbitro, le insultabas en polaco?
-Menudo capullo. Jajajaja!!!! Paczek sukinsyn, eso es lo que le dije cuando me sacó tarjeta. Capullo cabrón en polaco.
-Jajajaja!!!! Parecías Cristiano Ronaldo. Casi tienes los mismos abdominales que él.
-Ese sí que es un capullo. Oye ¿tú no serás del Madrid, verdad?
-¡Qué va! De Osasuna. Odio al Madrid, ya sabes: ‘El equipo del Gobierno, la vergüenza del país’.

‘Bueno, chicos, se acabó la fiesta, que vienen las visitas’ –La enfermera veterana irrumpió en el box de Rebeca. Asier miró el reloj y vio que marcaba las 8:00. Se inclinó sobre Rebeca, ruborizado, y se atrevió a devolverle el piquito de la víspera, tras el cual salió corriendo, casi huyendo, mientras le decía: ‘Llámame cuando llegues a Donosti, Vale?


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