
El sábado por la
mañana, paseando por el puerto, pudimos ver a las chicas de San Juan y Arraun
Lagunak, que presentaban una planta atlética que en nada tiene que envidiar a
la de los chicos, salvando las diferencias inherentes al sexo en constitución y
talla. Eran dos grupos de chicas alegres, motivadas, unas más serias, otras más
extrovertidas, que lo mismo podrían haber quedado para desarrollar cualquier
otra actividad, fuera o no deportiva.

Hoy es el día en el
que disfruto por igual viendo competir a las chicas que a los chicos en un
deporte, el atletismo, que como otros de tradición olímpica, la natación o la
gimnasia, no hace distingos en función del sexo. Deportes modernos, como el
triatlón, han cogido esas dos olas de la natación y el atletismo, para rodar
por las carreteras de la igualdad.
Lejos de la mirada
condescendiente, cuando no escandalizada, con la que algunos machistas de ambos
sexos contemplan el acceso de la mujer a todo tipo de deportes, creo que los
hombres debemos alegrarnos de ello y
celebrarlo, aunque sea por puro egoísmo.

¿Os imagináis un
mundo al revés, en el que resucitara aquella vieja Sección Femenina de
franquismo, transmutada en una hipotética Sección Masculina, en la que los
hombres, en exclusiva, tuviéramos que asistir a los enfermos, atender los
comedores, aprender a coser, planchar y bordar y un largo etcétera de tareas
que se adjudicaban en exclusiva al entonces llamado sexo débil?
Creo que todos
(todas y todos) tenemos que aplaudir la incorporación de la mujer al deporte, a
cualquier deporte, porque está empíricamente demostrado que la actividad física,
tanto a los hombres como a las mujeres, nos hace llevar una vida más ordenada,
mejorar nuestra alimentación y nuestros hábitos, sentirnos más a gusto con
nuestro propio cuerpo y, también, ser y estar mucho más guapos y mucho más
guapas y disfrutar más de la práctica del sexo. ¿A que sí?
Dejemos, yo el primero, de poner etiquetas al deporte en función del sexo.
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