Su cambio de imagen tenía mucho
que ver con la dieta y con la práctica de una actividad física sistemática. El
orden en las comidas y la ingesta de frutas y verduras habían sustituido al
caos que era su alimentación, con largos ayunos, que alternaba con atracones de
grasas, dulces y proteínas. El crossfit había
sustituido aquello de subir al monte,
que era el deporte jatorra por
excelencia de aquellos que huían de machacarse, fuera corriendo, nadando,
andando en bici… o practicando cualquiera de los deportes más o menos olímpicos.
De ser una jovencita algo entrada
en carnes, había pasado a tener una imagen mucho más estilizada, fibrosa y
austera. Se le afiló la nariz, descubrió sus pómulos, desaparecieron los
mofletes y perdió hasta tres tallas de pantalón.
Antes del crossfit había probado con la natación –se aburría- el running –se lesionaba- y con la bici,
que ya sólo utilizaba para desplazarse por la cuidad cuando no iba andando.
La primera vez que apareció por
el box de Ibaeta, fue un domingo por
la mañana y venían casi de gau pasa
después una bertso afaria en la que
se cruzaron algunas apuestas alcohólicas. Sin saber muy bien ni cómo ni por qué,
se vio levantando unas pesas, caminando sobre otras, saltado a la comba, subiendo
y bajando escaleras, dando saltos, remando en el ergómetro, empujando neumáticos…
Se lo pasó bomba y descubrió una coordinación muy superior a muchos de sus
compañeros de farra. Aquel mismo domingo, por la tarde, después de levantarse
de la siesta con una tremenda resaca, buscó la web del CrossFit Donostia, apuntó
su teléfono y el lunes llamó para concertar una cita. Se presentó allí y le
atendió un chico de Astigarraga muy aficionado al bertsolarismo, que la reconoció de inmediato, le enseñó las
instalaciones, le explicó la filosofía de ese deporte y le acompañó en la práctica
de algunos ejercicios. Era un chaval joven, guapo, simpático y muy fuerte, que
le convenció para empezar… y que alimentó algunos sueños húmedos y prácticas onanistas.
Hacía dos años de aquello y se
había convertido en una asidua al box,
donde coincidía frecuentemente con Aiora Lasa. Habían estudiado juntas en el
Lizeo Santo Tomás y fueron buenas amigas hasta que la querencia de Maider por
el bertsolarismo la introdujo en unos
ambientas ajenos a los de la mayoría de las chicas de su edad. Siguieron
manteniendo contacto, felicitándose por sus cumpleaños o quedando en alguna
cena de la cuadrilla, cada vez más alejadas y con intereses muy diferentes.
Aiora siempre fue muy buena deportista, pero orilló esa práctica, muy centrada
en su carrera de medicina, limitándose al running más o menos ocasional.
Para las dos fue una sorpresa coincidir
en su pasión por el crossfit. Fue
Aoira quien le dio las primeras indicaciones dietéticas y era con ella con la
que se picaba en el box. ¡Cómo
disfrutaban las dos con aquellos piques! Las dos solían ir en bici y muchas veces,
tras acabar el wod (work of day), tomaban un café, un zumo o
un batido para recuperar fuerzas.
Aquel 6 de agosto Maider se
hubiera quedado de buena gana, pero Aoira tenía prisa por ir a comer a casa de
sus padres. Una pena, porque le hubiera gustado desahogarse con ella.
Fueron juntas en bici hasta el
Antiguo, donde se quedó Aiora, mientras ella seguía hasta Sagues, intentando
dejar la mente en blanco. Seguía preocupada por la entrevista con la rusa.
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