Se sorprendió al verla tan pronto
en la Oficina de Diseño. Solía llegar sobre las 8:30 y eran las 7:45. Karmele
Lizarralde le abordó antes de que llegara a su mesa y le pidió que la
acompañara a su despacho. Se disculpó por no haberle citado con antelación y le
adelantó que quería recibir feedback
sobre su trabajo en CAF, en el marco de una beca que finalizaría el 31 de
agosto. Se ofreció a darle su propio feedback
y facilitarle los trámites necesarios con el Área de Recursos Humanos.
Karmele era la responsable de la Oficina de Diseño. En lo que afectaba a Mikel, era la tutora
que le habían asignado, función que apenas había ejercido más allá de los
saludos de cortesía y alguna reunión informativa con toda la Oficina.
Mikel tampoco había buscado ese
contacto. Aunque no encontraba ningún argumento sólido, se sentía incómodo en
su presencia y tenía la percepción de que se trataba de una persona ambiciosa,
que no reparaba en los medios para conseguir sus fines. Con él, que era el
becario, apenas se había metido, pero era implacable y autoritaria con sus
subordinados, beligerante con sus colegas de otros Departamentos y sumisa a
todo lo que viniera de la Alta Dirección.
Tenía 55 años, era viuda y madre
de tres hijos, de los que apenas hablaba con nadie. Sin ser especialmente
atractiva, su altura, su porte y la energía que desprendía le ayudaban a
transmitir una buena imagen física, que ella cuidaba. Conservaba el color
natural de su pelo, ya entrecano y rizado, que llevaba en una melera corta.
Vestía un traje de pantalón y chaqueta de color salmón y una austera blusa
blanca; y caminaba sobre unos zapatos casi planos de un tono parecido al del
traje. Sin llamar la atención, eran prendas caras. Iba discretamente maquillada
y no se pintaba las uñas. Sus ojos, de
color gris, fríos, parecían querer taladrar a su interlocutor.
En el tono y el estilo que cuadraba con las referencias de
Mikel, empezó por agradecerle, de forma convencional, el trabajo que había
desarrollado los meses de verano, anunciándole que no tendría continuidad.
Esa primera comunicación no le impactó demasiado a Mikel.
Estaba contento con el trabajo que había hecho desde junio y con todo lo que había
aprendido. Le hubiera gustado seguir con algún tipo de contrato, más por lo que
representaba de seguridad y soporte económico que por convencimiento y
motivación; pero sentía que el atletismo podía ofrecerle una oportunidad, que
iba a exprimir hasta la última gota.
En un tono neutro, le fue haciendo preguntas sobre su
experiencia en CAF, el trabajo desarrollado, su aportación al proyecto de fin
de carrera, el trato con los compañeros de la Oficina de Diseño y con otros
Departamentos. También se interesó por su relación con clientes y proveedores y
le preguntó por aspectos que, a su modo de ver, podían mejorar el
funcionamiento de la Oficina.
Mikel fue contestando de forma breve y bastante
convencional, extendiéndose más en lo relativo a su proyecto de fin de carrera
que, posiblemente, era lo que menos podía interesar a Karmele.
Fue una entrevista rápida, de apenas veinte minutos, que
dio por terminada, deseándole mucha suerte en su futuro profesional. Habían
pasado por alto su condición de atleta y le sorprendió cuando se despidió
interesándose por sus marcas. Consiguió con ello que Mikel se relajara y le
hablara de sus objetivos… y de sus sueños.
- Solo una cosa vuelve un sueño imposible: el
miedo a fracasar –le contestó Karmele- Es una cita de Paulo Coelho.
Se levantó de la mesa, cogió del brazo a Mikel y le
acompañó a la salda del despacho. Justo cuando salía le dijo:
- Ganarías mucho si te afeitaras todos los días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario