Estaba siendo una mañana
tranquila en el laboratorio. En agosto se quedaba menos de la mitad de la
plantilla y siempre temían que alguna crisis infecciosa pudiera superarlos. Como
responsable del servicio de Inmunología del Hospital Universitario de Donostia
y por aquello de dar ejemplo, solía coger vacaciones en agosto, mes que
aprovechaba para hacer largos viajes en tren, que le habían permitido recorrer
toda Europa, América del Norte y Japón. Estaba soltero y respondía al perfil
del lobo solitario, lo que le permitía disfrutar a contracorriente de las
hordas de turistas en busca de sol y playa. Natural de Irun, había estudiado en
Francia, hizo la carrera de medicina en Burdeos y hablaba francés como
cualquier nativo. Se había esforzado en aprender inglés y se manejaba bien en ese
idioma, que le permitía moverse con solvencia por gran parte del mundo.
Pero este año era distinto,
porque tenía que quedarse en casa por mor de su hobby, que él había convertido
en su segunda profesión. Fue un mediofondista mediocre antes de empezar en la
Universidad y, tras dejar la práctica activa del atletismo, consiguió el título
de entrenador. Todas las tardes, a las 17:30, bajaba desde el Hospital hasta la
pista de Anoeta, donde dirigía los entrenamientos de una veintena de atletas
entre los que, desde hacía cuatro años, destacaba un chaval que venía del fútbol
y que llevaba una progresión que no había conocido en los más de treinta años
que llevaba trabajando con fondistas y mediofondistas.
Mikel Agirre llegó donde él en el
otoño de 2014. Lo adoptó sin mucho entusiasmo. Venía de correr la Behobia-San
Sebastián del año anterior y algunas carreras populares. La última había sido
el Memorial Josetxo Imaz de Ordizia, que había acabado en 34’:57”, con un
sprint final en la pista de Altamira, que asombró a la media docena de atletas
que arrasó en los últimos trescientos metros. Aquel 2014, contra todo pronóstico,
ganó la San Silvestre Donostiarra, con un gran final en la calle Easo, dejando
atrás a los mejores fondistas y mediofondistas locales.
Tres meses de entrenamiento
sistemático hicieron que aquel chaval de 19 años superara a atletas que, antes
de que se pusiera a las órdenes de Rubén González, le hubieran sacado cuatro
minutos de ventaja.
Desde entonces, había seguido
creciendo más y más, orientando su carrera al medio fondo. En 2018 llegó a las
finales de 800 y 1.500 metros del Campeonato de España y en 2019, a las puertas
de un nuevo Campeonato, estaba entre los favoritos y muy cerca de las marcas mínimas
para el Campeonato del Mundo de la IAAF, a celebrar en Doha a caballo de los
meses de septiembre y octubre.
Nunca había entrenado a un atleta
de ese nivel y sentía un cierto vértigo, agudizado por presiones externas para
orientar a su pupilo a otros entrenadores con más prestigio y trayectoria
profesional. Él siempre le había dado libertad para elegir, pero Mikel lo tenía
claro: quería entrenar en casa y quería entrenar con él.
El Campeonato de España, a
celebrar el 31 de agosto y el 1 de septiembre, obligaba a entrenar en agosto y
estaba siendo el mejor agosto del modesto entrenador Rubén González, asombrado
de la capacidad y la calidad del único atleta que seguía en el tajo del
mini-estadio de Anoeta. Era 6 de agosto y faltaban más de tres semanas para el
Campeonato. Por su nivel, Mikel necesita competir antes y necesitaba hacerlo
con atletas capaces de correr en ritmos en los que ni siquiera hubiera soñado
unos meses atrás.
Ya había confirmado su
participación en la reinauguración del estadio de Vallehermoso, el 25 de agosto
y necesitaba buscar más competiciones, antes de ese día. Se habían planteado
incluso soñar con la Diamond League, que tenía competiciones en agosto, en
Birmingham y en Paris, pero era muy complicado que le dieran una oportunidad a
un atleta desconocido en el panorama internacional. Llevaba dos semanas
insistiendo con la Federación Española, con escaso éxito, y había contactado también
con sectores atléticos y académicos en Francia, buscando el hilo del que tirar para que le
hicieran un hueco en Paris.
Justo estaba repasando el último
mail que había mandado a la Federación Española, cuando recibió la llamada del
responsable de medio fondo, tan sorprendido como él porque habían recibido
invitaciones de Birmingham y Paris y necesitaban saber en qué pruebas, 800 ó
1.500 metros, iba a competir Mikel Agirre en cada uno de esos dos templos del
atletismo.
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