Fue un regalo de Miren, siempre
tan descarada, el 14 de febrero, día de San Valentín. Pacto de Amor es un libro dividido en dos: Él y Ella, que funciona
como un juego de rol en el que cada miembro de la pareja recibe uno de los dos libros e interpreta un
personaje, dando rienda suelta a sus fantasías eróticas.
Mikel llevaba varias semanas
ofuscado con las competiciones de atletismo y no demasiado interesado en el
sexo, más allá de algún polvo rápido y Aiora necesitaba algo más, para romper
con la rutina. Se llevó a la guardia el libro y estuvo haciendo risas con
Miren, para elegir la aventura que le iba a proponer a su novio.
Fue entonces cuando llegó la
señora de la fractura de fémur, lo más noticiable de una noche bastante
tranquila, como corresponde a un lunes de agosto. Se habían decantado por la
ficha 47, que decía así: ‘Sin duda habrás
soñado con iniciar a algún jovencito virgen en las cosas del amor. Es un sueño
que va a hacerse realidad. Esta noche representarás el papel de la casera que
todos los años admite a un estudiante de primer curso. El inquilino que tienes
en este momento es la imagen misma del joven tímido y desmañado. Los breves
encuentros que habéis tenido han despertado en ti deseos muy especiales. Estás
decidida a dejarle tu huella y a iniciarle en todas las formas de satisfacer a
una mujer. Ha llegado la hora de la primera lección. Tema de la clase: anatomía
de la mujer y zonas erógenas. Sigue la táctica que te parezca más divertida:
dominadora y autoritaria o tierna y emocional. Tu objetivo es asombrar a tu
aprendiz con tu buen hacer y tus conocimientos. Ha llegado el momento de que te
vistas un poco (que no haya demasiadas barreras entre vosotros) y de ir a su
habitación para sorprenderle. Tal vez resulte que es un alumno superdotado.’
-
¿Superdotado? –Miren se echó a reir- ¿Y tú de
que vas a ir? Te pega lo de dominadora y autoritaria. Prueba y ya me contarás.
-
A ver, señoritas, ¿quieren dejar de reírse y
hacerme caso? Tengo muchísimo dolor.
La señora era de las de armas
tomar. Le habían hecho unas radiografías, que confirmaban el diagnóstico de la
fractura de fémur y estaban a la espera del resultado de los análisis. Le
habían administrado unos calmantes, estaba acompañada por su hijo y poco más
podían hacer, de momento.
Miren se acercó a la paciente y
su acompañante, les explicó el protocolo y trató de calmar a la señora, que no
paraba de refunfuñar y de quejarse.
Aiora aprovechó ese momento para
mandarle tres whatsapps a Mikel: ‘Pagina 47’ ‘A las 20:00 en tu piso’
‘Asegúrate de que estemos solos’. Eran las cuatro de la mañana del martes 6 de agosto.
Entraron nuevos pacientes, que fueron
atendiendo entre las dos, hasta que apareció el Dr. Ansorena y le montó la
escena, citándola en su despacho.
- Pasa y siéntate –le dijo, mientras se reclinaba
en su asiento al otro lado de la mesa- Operamos a la paciente de la fractura de
fémur mañana a primera hora. Quiero que estés presente. Ya he organizado los
turnos. Voy a estar muy atento a lo que hagas. Te veo muy dispersa. Las
guardias no son para hacer risas con el móvil y con las colegas, y mucho menos
a la vista de los pacientes. La de hoy no es la única queja que he recibido.
Esa señora podría ser tu abuela. Piénsatelo.
No contestó. Se mordió el labio
inferior dentro de la boca, hasta hacerse daño, y bajó la vista para no
evidenciar la rabia y la impotencia que sentía. Recordó una frase que solía
repetir su padre: ‘No libres ninguna
batalla que no estés segura de ganar’. Y decidió capitular y retirarse.
- Muchas gracias, doctor, lo tendré en cuenta. Si
no quiere nada más, voy a seguir con la guardia.
Se levantó y abandonó el
despacho. Se metió en el primer baño que encontró, cerró la puerta y rompió a
llorar. Tras secarse las lágrimas con un pañuelo de papel, se lavó la cara en
el lavabo y volvió a Urgencias. Miren andaba con mucho lío y a ella tampoco le
faltó tarea hasta las 12:00, momento en el que le llegó el relevo.
Se cambió a la carrera, poniéndose
unas mallas, un sujetador deportivo, una camiseta de tiras, calcetines y unas
zapatillas, cogió la bici y bajó al box del CrossFit de Ibaeta. Necesitaba
sudar y soltar toda la mala leche acumulada.
Nada más llegar, llamó a su
padre, que andaba como un colegial con el rodaje de la peli de Woody Allen,
para llorarle un poco y para desahogarse, pero no le hizo demasiado caso, así
que cortó y lo dejó para después de comer.
Se iba a dar una buena paliza para llegar con hambre.
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