domingo, 1 de septiembre de 2013

¡Fiesta!

Estoy leyendo y releyendo Todo lo que era sólido, un gran ensayo de Antonio Muñoz Molina. Con su permiso, voy a compartir con vosotros parte de lo que cuenta en el capítulo 25, que suscribo al 100%. Habla de nuestra inclinación a la fiesta.

... Es triste que en un país la idea de la fiesta incluya con tanta regularidad la ocupación vandálica de los espacios comunes, el ruido intolerable, las toneladas de basura, el maltrato a los animales, el desprecio agresivo por quienes no participan en el jolgorio.

... La conmemoración y no el presente; el simulacro y no la realidad; la apariencia y no la sustancia; el acontecimiento espectacular de unos días y no el empeño en mejorar lo cotidiano; la fiesta como identidad y casi como forma de vida y no la secuencia de los días laborables, del tiempo en que el trabajo se compensa con el ocio privado.

... La fiesta con trajes regionales, con corridas de toros, con carreras de mozos beodos delante de becerros despavoridos, con batallas colectivas en las que se arrojan y pisotean toneladas de tomates, con aterradores escándalos de petardos.

... La fiesta en la que hacen reportajes equipos de televisión extranjera, confirmando lo brutos y primitivos y lo exóticos y coloristas que son los españoles. (Y los vascos también ¿eh?).

... Uno de los rasgos menos examinados de la democracia española ha sido la propensión al paroxismo de la fiesta. Y uno de los capítulos más incalculables del despilfarro que ahora tenemos que pagar es el de todo el dinero público que desde hace treinta y tantos años se ha gastado en fiestas.

... El carnaval que se había extinguido por aburrimiento o decadencia hacía un siglo se decidía que en realidad había sido proscrito por el franquismo y que por tanto era obligatorio recuperarlo... Toda la presunta efervescencia de creatividad popular de la que no quedaría el menor rastro en el momento en que el dinero que se dedicaba a ella se hubiera dedicado a fines más útiles.

... Las actuaciones musicales que en otra época organizaban empresarios particulares con la digna intención de obtener un margen de beneficio ahora las programaban las nuevas áreas pujantes de cultura de los ayuntamientos... El efecto inmediato fue doble: sin la cautela de la inversión privada y el cálculo de riesgos, el precio que los ayuntamientos pagaban por los espectáculos se multiplicó exponencialmente... El público se acostumbró a pagar muy poco o a no pagar nada, y por lo tanto a no conceder valor alguno a lo que se le ofrecía gratis.

... Como en España durante muchos años nadie parece haberse preguntado de dónde salía el dinero que gastaban tan a manos llenas las instituciones públicas, los figurones de la política se permitían el lujo de hacer creer a la ciudadanía que le regalaban por pura generosidad y sin contrapartida cualquier diversión que le apeteciera.

Aquí lo dejo. ¿Qué os parece?

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