Os adelanto que el que sigue es un texto largo, escrito con el corazón, que puede despertar vuestras emociones y hasta hacer que alguna lágrima intente asomarse a vuestros ojos.
Comento lo de la extensión y la emoción, porque lo he recibido a las 13:43. Teniendo en cuenta el tiempo que le habrá llevado escribirlo, os podéis hacer una idea del estado de ánimo de su autor: Imanol González Gete, que asoma una vez más este blog para inyectarle en vena la pasión con la que escribe y vive este gran deportista. Le vemos en la foto de Javier Zatarain, encabezando el grupo.
Allá vamos:
Mientras escucho el 'Danger Zone' de Kenny Loggins (canción estrella de la película Top Gun; 1986), pienso en atletismo. Sí, lo reconozco, soy de los raros que cuando hablan de este deporte, se les viene a la cabeza saltos, lanzamientos y relevos de velocistas perfectamente sincronizados, pasándose de mano en mano esa posta maldita.
Pero como fondero montonero que soy, me muevo en esa amplia nebulosa que abarca desde el 1.500 a Dios sabe dónde. Allende las Torres de Hércules, que dirían los griegos.
En cuanto a lo que se dice correr, los 100 metros y el maratón, son mis pruebas preferidas. Son el rey y la reina de las carreras. Los 100 por ser el mayor exponente de los pura sangre humanos. La segunda, porqué es la prueba más dura del deporte mundial. No hay nada más jodido, que correr un maratón a tu límite, nada. Ni ultra fondos, ni ironmanes, ni gaitas. Cuarenta y dos kilómetros más la propina, mataron a Filípides, el resto es historia.
Y llegados al maratón, os invito a escuchar de primera mano lo que se siente y se ve desde dentro, cuando alguien pone toda la carne en el asador, se la juega a una carta y dice, ahí voy con todo, apartaos que es mi turno.
Es mi cuarto año como liebre en el maratón de Donostia, un papel que me gusta, en el que disfruto y me muevo como pez en el agua. En anteriores ocasiones, nos las hemos visto de todos los colores, como los batacazos de Sergio Román y Juanlu Gómez en 2016 y 2018 respectivamente. O aquella mañana de 2017 llena de gloria, sudor y lágrimas de alegría junto a Marco Rodrigo. Con unos primeros veinticinco kilómetros mano a mano, en los que la casta pudo al sufrimiento, uno de esas jornadas en que la única bala que tiene uno en el cargador, se guarda hasta el momento clave y ¡tracatrá! todo sale.
Con este gran recuerdo en la memoria y unas buenas palizas previas, Juanlu Gómez "el potro de Candelario", Asier Martínez y Guillermo Vahl, se aferraban a una causa común, que no era otra que dar el 100%.
¿Mi labor?, las analogías ciclistas me encantan y aquí no podía ser de otro modo. Así que junto a Igor Amantegi, nos disponíamos a ser los Massimo Ghirotto, Alberto Leanizbarrutia o Herminio Diaz Zabala del día. Tirar a un ritmo sostenido, apretando, sin ahogar. Forzando, sin quemar, animando, sin estresar. Facilitando cruzar el Rubicón que es esa línea imaginaria de la media maratón y lanzar la carrera más allá del dolor. A ese lugar inhóspito, donde la fatiga pasa a ser tu segundo nombre y la agonía se mezcla con tu respiración, creando una melodía que te seguirá hasta la extenuación.
Antes de la salida, café en el Xanti. Café en el Xanti, es una frase que se repite como un mantra en mi cabeza. Tiene un significado especial, es concentración, es reunión previa a la carrera, es la motivación de Sergio Román, atender a Florian mientras te explica la jugada, ver la carrera a través de los ojos de Edu Gallego, que como siempre habla poco, pero dice mucho. Miro a Juanlu y Asier, se masca la tensión en el ambiente, pero es a lo que hemos venido, estamos a punto de desembarcar en Omaha Beach.
Yo tengo claro en todo momento cual es mi deber, así me lo han hecho saber y así lo voy a llevar a cabo. Nos acercamos a la cámara de llamadas, con esa despreocupación que te da la seguridad, ves rostros serios, pocas bromas. Jose Gómez de Arriba tiene ante si un gran reto, cuenta con la ayuda de Gonzalo Fuentes, les deseo lo mejor, de corazón. Antes de empezar me parece algo inalcanzable, 2h25' ¡¡¡bufff!!! Telita...
Tres, dos, uno, las nueve en punto, salida.
Según pasan los kilómetros me voy viniendo arriba, el dorsal y la afición que anima, dan alas. La responsabilidad de llevar a gente que confía en ti, no es algo que me pese, es más, me pone las pilas. En ocasiones, miro de reojo y veo la cara de concentración de Juanlu, la casta ciclista de Asier y esa dureza innata de Guillermo y Mikel Mujika. ¡Leches! Se me ponen los ojos en blanco, como al león de la película Madagascar.
Ya no soy un corredor, estoy poseído, soy libre. Corro, me siento vivo y me gusta; el chute de endorfinas que recibo es bestial. Siento que me tienen que atar, porque soy un caballo desbocado.
Igor Amantegi se acerca y silba: '¡Tranquilo, tres treinta y cuatro, que se nos va la mano!' Nada grave.
La cosa marcha, en los avituallamientos, levantamos levemente el pie para beber con calma, mientras sentimos que volamos. La ciudad es nuestra y nuestra la hacemos. Se me pone la piel de gallina, mientras nos animamos mutuamente, en esa lucha fratricida contra un crono impasible, que incluso parece ir más deprisa según pasan los kilómetros. Es la eterna pelea psicológica del atleta: ¿Merece la pena este sufrimiento? ¿Qué me ha llevado a esto? ¿Podría parar y quién se atrevería decirme nada? Eso no va a pasar.
Mientras el ritmo repetitivo del paso a paso, mantiene su destructora monotonía, se empieza atisbar “el paso”. Para mí, el kilómetro veinte es un momento clave, números redondos, fácil de calcular en una situación en que la sangre a duras penas llega al cerebro. Poco antes hemos cazado a Unai, el hermano de Asier, este flaquea. Le animamos desde el grupo.
Trabajamos juntos, sabemos lo que tenemos que hacer, señalo los charcos, agujeros, giros, soy un gregario entregado y no hace falta una palmada de agradecimiento, su resuello en mi espalda es suficiente, no hablan, no piensan, simplemente confían en mí y yo es en ellos. En perfecta comunión, avanzamos entregados a una empresa mayor. No queda otra, amigos que ayudan a amigos, un quid pro quo, así es como tiene que ser.
La media se pasa cumpliendo las expectativas, una hora dieciséis minutos y treinta segundos. La fatiga me mina, empiezo a moverme en un terreno que no es el mío y noto como esos potros que llevo detrás resoplan, saben que llega ese momento para el que tanto se han preparado, comienza el maratón. Mientras tanto, con una respiración cada vez más agitada, voy quemando mis últimas naves. Veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro y al fondo veo el final de mi camino, kilómetro veinticinco, me paro, hago un Kwiatkowski.
Me giro y mientras cojo aire, grito, grito y grito, sé lo que se juegan y sé que empieza su carrera. Es sensacional. Es el instante en que cada uno se enfrenta a sus demonios y donde florece el trabajo en la sombra.
Con los nervios a flor de piel, me ducho y me pongo a mirar el móvil, Marco manda pasos, el treinta, el treinta y cinco, la información se cruza y espero en el paseo de Errondo al momento clave, ya vienen….
Veo a lo lejos a Joseba Diaz, fino como el coral, chupado a más no poder; va a bajar de dos horas veinticinco, marcón. Pero ¡ojo! cerca viene Jose Gómez de Arriba acabando como un obús, me alegro de haberme equivocado, se va a salir también. Primer y segundo giputxis por debajo de dos horas veinticinco, esto honra a la carrera. Tercero viene Jokin Muñoz dos horas veintiocho. Pedazo podium local. Como dicen en Colombia: 'Mis dieses a estos atletas' (Me quito el sombrero).
A los pocos minutos, empiezan a llegar los corredores del grupo del que he ido tirando, Mikel Mújika se sale: 2h31'. Juanlu: 2h33'.
Cuando me voy a marchar corriendo hacia meta, veo que viene Iker Manso, del Tolosa, clavo los pies y me vuelvo. El nivel emocional de este corredor en este momento, se palpa, se en lo que está pensando y se merece esta marca, no puedo más que gritarle y gritarle: ¡Enhorabuena!
Una vez en meta, me encuentro a Sergio Román, aparece Marco Rodrigo y por fin, sale Juanlu Gómez Gallego de la zona de boxes. Nos fundimos en un abrazo de los de verdad, de los que se dan los amigos, hay trabajo, hay entrenos, hay vivencias y muchos cafés detrás de esto. Y aunque el reloj diga dos horas treinta y tres, la cabeza sabe que será un momento eterno.
P.d: Si al leer estas líneas, alguien se siente atraído por la idea de correr un maratón, me abstengo de toda responsabilidad. Esta carrera alberga horrores, ahí fuera hace mucho frio, es cruda, te pone en tu sitio sin la menor consideración y no hay lugar para la suerte.
'But, never say, never again' (James Bond dixit).
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