La destitución, sustitución, cese, dimisión o lo que haya sido de la continuidad de Robert Moreno como seleccionador del equipo de España, me ha traído el recuerdo de un episodio que padecí hace muchos años y que podría guardar alguna semejanza. Digo semejanza porque a Robert Moreno no se le puede cuestionar un desempeño excelente, que sí se me cuestionó a mí.
Como en el caso del ya ex-seleccionador de España, yo accedí a una responsabilidad importante sustituyendo a quien, entonces, era mi amigo y, más tarde, mi jefe directo, si bien esa relación de amistad había sufrido alguna dentellada por las diferencias de criterio, naturales, a mi modo de ver, entre dos enfoques no necesariamente coincidentes, que podían ser complementarios.
Como Luis Enrique, mi jefe decidió marcharse y me recomendó para ocupar su lugar. No fue tarea fácil. Como Robert Moreno, yo carecía del carisma de mi jefe, de su talento, de su ingenio, de sus 'tablas', de sus relaciones, y tuve que tirar adelante con trabajo, trabajo y más trabajo, teniendo claro que debía ser coherente con la estrategia y los valores de la empresa... y también con mis principios.
La experiencia duró año y medio y, de la noche a la mañana, un cambio en la dirección de la empresa derivo en mi cese fulminante. A diferencia del caso de Robert Moreno, mi sucesor no fue mi predecesor, sino un compañero y amigo común de los dos.
Estas circunstancias enfriaron nuestra relación, que ya no fue de amistad, aunque yo le sigo estando agradecido por haber confiado en mí y sigo admirando su enorme talento.
Aquella 'estocada' me sentó mal, pero me vino bien. Me permitió encarar otros retos profesionales, aprender a buscarme la vida dentro de la empresa, dirigir proyectos importantes, formar equipos de alto rendimiento, evitar jefes tóxicos y ganarme una reputación, a la que yo no soy el más indicado para poner calificativos. Otros lo hicieron por mí y estoy más que satisfecho.
Volviendo a Robert Moreno -por quien debo confesar que siento una gran simpatía- creo que le han echado en el mejor momento en el que le podía echar. A mi modo de ver, nunca contó con el apoyo de sus superiores, y mucho menos de la prensa deportiva cavernícola que tenemos en España, que, a falta de poder criticarle por sus resultados, han cuestionado hasta su forma de vestir. Tampoco creo que su condición de catalán sea ajena a esa inquina de los medios 'de Madrid'.
Cuando se le pase el cabreo, el sofocón o lo que esté padeciendo en el duelo que como toda persona habrá de pasar, estará en condiciones de postularse para retos y proyectos que difícilmente le hubieran ofrecido antes de hacerse cargo, con éxito, de la selección española de fútbol. Evitará a tipos que parecen tan poco de fiar como Rubianes y se librará del acoso al que, sin duda, le sometería la prensa deportiva del establishment.
Lo que sucede, conviene. La recompensa del trabajo bien hecho es la oportunidad de hacer más trabajo bien hecho. ¡Ojalá! se la den y la aproveche.
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