Los líderes políticos que nos han llevado a esta encrucijada, difícilmente nos servirán para buscar la salida.
Aunque, con la lectura que hago de sus comportamientos, tengo dudas sobre su salida de la política, al menos a corto plazo es una buena noticia el abandono de Albert Rivera después del descalabro electoral parecido por Cuidadanos en las elecciones del 10N. Uno menos. Eso sí, si quien le sustituye es la otra cara de ese ¿partido político?, Inés Arrimadas, no sé qué será peor, si el remedio o la enfermedad.
Dentro del rechazo que me producen la mayoría de los líderes políticos, admitiré que mi mayor animadversión se polariza en Albert Rivera. He escuchado en directo, por la radio, su comparecencia ante la prensa, sin preguntas, para hacer tres anuncios, que podía haber resumido en uno. Con el histrionismo y la sobreactuación que le caracteriza, ha hablado de dos decisiones políticas: dimisión como presidente de Ciudadanos, renuncia al acta de diputado; y una personal: abandono de la política. Podía haber empezado por ahí y nos hubiera ahorrado un discurso vacío, cargado de autocomplacencia, sin la más mínima autocrítica, y trufado de emociones y sentimientos que, admitiendo que pudieran ser ciertos, no hacían sino proyectar una cortina de humo sobre el estrepitoso fracaso de un proyecto político y personal.
Quien ha provocado -más que nadie, a mi modo de ver- la enorme fractura social en Catalunya, proyectada ahora a todo el estado español, ha presumido de unidad, igualdad y libertad. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Tanta paz lleve Albert Rivera como descanso deja a quienes, como yo, hemos sido testigos de sus bandazos políticos, sus faltas de respeto, sus mentiras, su egolatría y su histrionismo.
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