lunes, 3 de enero de 2022

¡Basta ya!

Ni vi, ni escuché, ni le leído el discurso de Nochevieja del lehendakari Urkullu. Por salud mental, porque su sola presencia me irrita y porque se trata de un discurso, a mi modo de ver y como vengo repitiendo, triste, frailuno y cobarde. Lo que quedará de ese discurso es su imagen, luciendo una mascarilla blanca, principal y casi única herramienta de gestión, junto a todo tipo de restricciones focalizadas en la hostería, el ocio nocturno y los toques de queda. 

Esta semana, en varios artículos de opinión, publicados en El Diario Vasco, periódico generosamente subvencionado por el Gobierno Vasco y con una línea editorial totalmente alineada con ese Gobierno (la portada del día 24 de diciembre la recordaré siempre), se han publicado distintos comentarios y valoraciones sobre el uso de la mascarilla en exteriores.

El lunes 27 podíamos leer: '... Y lo de las mascarillas al aire libre me parece un abuso, un despropósito, una afrente y una humillación...'

Ayer, un articulista, al que tengo por moderado, comenzaba así: 'El lehendakari Urkullu fue el único responsable autonómico que despidió 2021 con mascarilla al dirigirse a los ciudadanos. No había razón alguna para que lo hiciera en los jardines de Ajuria Enea. Ni riesgo de infectar a los profesionales de la emisión, con solo mantener la distancia obligada de la grabación. Quiso enviar un mensaje de disciplina que le llevó a suplir la falta de lenguaje facial con un movimiento de brazos y manos imposible de descifrar...'

También ayer, en otra columna más ligera, el articulista, sin mencionar ese complemento facial, terminaba así: '... Algún día tocará mirar a nuestro 'yo' de 2020, 2021 y 2022, y por ahora, lo único que puedes hacer es no olvidar que puede que resulte un ejercicio bochornoso. La sensación de haber hecho el ridículo... no es instantánea, sino que se encarga de otorgarla el tiempo. Y llegado un punto, además, crece imparable.

He dicho al principio que la presencia y el discurso del lehendakari Urkullu me resultan irritantes; y cada día que pasa, a medida que voy ignorando esa presencia y ese discurso, voy pasando de la irritación al patetismo.

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