Llevo dos días mordiéndome la lengua y ya vale. Quienes tenéis la paciencia y la generosidad de seguir esta blog ya conocéis mi posición sobre el estado de alarma decretado por el Gobierno de España el pasado 14 de marzo y sobre cómo se ha gestionado la ¿pandemia? que supuestamente estamos padeciendo.
A mi modo de ver, lo que de verdad estamos padeciendo los ciudadanos que cumplimos la ley, respetamos a nuestros vecinos y pagamos religiosamente nuestros impuestos es el cortoplacismo y la corrección política de unos dirigentes incapaces de entender y asumir que vivir no es lo mismo que estar vivo. A esos dirigentes podemos añadir unos medios de comunicación, en sentido amplio (periódicos en papel o digitales, radio, televisión, redes sociales...) que nos tratan como menores de edad.
Como ya he comentado en un par de posts anteriores, estoy terminando de ver la serie The Wire. En su quinta y última temporada, aborda el comportamiento de una prensa, que ha dejado de informar para dedicarse a entretener. Y estamos hablando del año 2008. Desde entonces, los periódicos han seguido una deriva hacia su inexorable desaparición porque nadie los compra y no hay dinero para pagar a periodistas capaces de buscar la verdad e informar de lo que realmente está pasando.
Buen ejemplo de ello son las dos entrevistas que ayer (Iñigo Urkullu) y hoy (Idoia Mendia) ha hecho el periodista Pedro Blanco en la Cadena SER a dos candidatos a lehendakari en las Elecciones al Parlamento Vasco convocadas para el próximo domingo. Lo primero que ha preguntado a los dos es si van a imponer el uso obligatorio de la mascarilla, incluso en la calle, conminándoles casi a ello. Y no ha sido una sola pregunta, en los dos casos, sino el eje de la entrevista.
No me consta ninguna evidencia empírica y sistemática contrastada científicamente sobre las bondades del uso de la mascarilla en espacios abiertos y lejos de otras personas. Cuando digo lejos me quedo con la referencia de los dos metros de la mal llamada distancia social.
Antes, las beatas (y los beatos, que haberlos, haylos) se dedicaban a rezar a tener pulcros los lugares de culto y a criticar discreta y veladamente los comportamientos supuestamente inmorales de sus vecinos. Ahora, llaman a la radio, escriben en el Sirimiri de El Diario Vasco o en las redes sociales, escandalizados porque personas como yo, sanas, que evitan las conductas de riesgo, que se aplican a una higiene extrema, que no han pisado un bar, etc. etc. vamos por la calle sin mascarilla. Además, esas beatas y beatos pueden ser de cualquier edad. Todos esos guardianes de la ortodoxia, jaleados por los medios de comunicación, están creando un clima de opinión y de pensamiento único y acrítico en el que nos quieren recluir a todos los demás ciudadanos.
Para los políticos resulta mucho más fácil obligar al uso de la mascarilla que tomar otras medidas, evidentemente más complejas, para buscar soluciones a una situación extremadamente complicada, en la que hay que valorar la salud pública, el bienestar social, la capacidad de generar ingresos para llevar una vida digna de tal nombre y hasta la salud mental de sus votantes.
Por no hablar de otros, yo ya me he dado de baja de dos clubes de los que era socio desde hace décadas porque no puedo hacer uso de sus servicios sin unas limitaciones que no estoy dispuesto a asumir. También he dejado en stand by las vacaciones que teníamos previstas porque soy de los que cree que esos días son para disfrutar y no para estar sometido a toda clase de sevicias. ¡Ojalá! no haya más personas como yo y quienes trabajan en esos Clubes y en esos hoteles puedan mantener sus puestos de trabajo.
Tengo poca confianza en la capacidad de la clase política de ver más allá de la próxima encuesta o las próximas elecciones y mucho me temo que tendré que terminar poniéndome la dichosa e inútil -a mi modo de ver- mascarilla para salir a la calle. Y estoy convencido de que no valdrá para nada, porque seguirá habiendo contagios.
Tampoco confío en que llegue la vacuna que nos anuncian y sólo me queda la esperanza de que, en algún momento, cuando nos estemos aproximando al precipicio, cuando se acaban los ERTES, cuando se dispare el paro... y espero que antes de que se produzcan revueltas y saqueos, alguien asuma que debemos convivir con un virus, que será muy cabrón, pero que no deja de ser un virus.
Estudios del uso de la mascarilla hay. La razón por la que terminarán obligando es que hay gente que no la utiliza en espacios abiertos en los que no se puede mantener la distancia física. Vaya por delante que tienes razón en que estar vivo no es lo mismo que sobrevivir y que la incidencia (mortalidad) se reduce a un grupo en concreto. La mayoría de las muertes son en gente mayor de 75 años o con otras enfermedades. También es cierto que la paralización de la economía y las muertes derivabas del confinamiento pueden ser muy importantes. Dicho esto estamos ante la mayor pandemia en un siglo.
ResponderEliminarQuizá las medidas más sencillas sean las más efectivas pero para ello hay que dejar el egoísmo a un lado y mirar como sociedad.
Y estate seguro que la vacuna, y si no lo es así tratamiento eficaz, llegará antes de final de año. Esa vacuna valdrá más que el oro. Y ahí hay otro dilema moral.