Me la recomendó un buen amigo, la puse en la lista de espera, empecé a verla en marzo, pasó el corte y me ha acompañado hasta hoy en mis sesiones de bici estática.
La serie está protagonizada por un grupo de élite de la policía/ejército de Israel, al que podemos aplicar aquello del agente 007: con licencia para matar. En cada una de sus tres entregas, ese grupo persigue a distintos terroristas o líderes palestinos, que van surgiendo como setas. También aquí podríamos apelar a aquello de a rey muerto, rey puesto.
Fauda, además de reflejar con toda crudeza la guerra soterrada que se libra en Palestina, nos va adentrando en las relaciones personales y familiares de los policías/militares de Israel y los activistas/terroristas palestinos. Aunque, bueno, si hablamos de terror, tan temibles son los unos como los otros.
Las mujeres judías que vemos en Fauda no se diferencian en el rol profesional de los hombres, asumen los mismos riesgos, toman la iniciativa en el sexo y es difícil asimilarlas al rol de ama de casa.
Abundan las torturas, las ejecuciones estilo aquí te pillo, aquí te mato. Las venganzas, los ajustes de cuentas, el ojo por ojo, diente por diente, en una espiral de violencia de la que parece imposible salir.
En el DV del miércoles entrevistaban al periodista Mikel Ayestaran, que lleva varios años residiendo en Jerusalén y ha escrito el libro Jerusalén, santa y cautiva. El titular de esa entrevista es: 'Jerusalén me ha dejado claro que aquí las sociedades multiculturales no funcionan.' Pues eso.
Fauda es una serie dura, en la que no hay 'buenos' y casi todos tienen su punto de maldad, con dosis de lealtad, solidaridad, compañerismo, amistad, amor a la familia. Trata de escapar, a mi modo de ver, de convencionalismos y prejuicios, abordando con buenas dosis de imparcialidad el conflicto palestino-israelí. A mí me ha gustado, aunque debo confesar que me ha dejado mal cuerpo.
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