La semana pasada terminé de ver Baron Noir, serie francesa de 2016, que se desarrolla en tres temporadas y ocho capítulos por cada una de ellas. Protagonizada por Kad Merad, que da vida a Philippe Rickwaert, alcalde de Dunkerque, ciudad portuaria del norte de Francia, a la vez que diputado en la Asamblea Nacional por el Partido Socialista.
La trama arranca con la investigación de una supuesta financiación irregular del Partido Socialista, en plena segunda vuelta de las elecciones a la Presidencia de la República. Rickwaert es uno de los más directos colaboradores del candidato socialista, Francis Laugier, que lo abandona a su suerte y que termina ganando esa elección.
A partir de ese momento, asistimos a la caída de un político intrigante, marrullero y tramposo, a la vez que seductor. Y a su remontada. Casi siempre en la sombra y muy contadas veces protagonizando audaces golpes de efecto, va librando sucesivas batallas, relacionándose y sirviéndose con y de todo el espectro político y enseñándonos las miserias del sistema, las debilidades y vanidades de los hombres y mujeres que han hecho de la política su oficio, y algunas -pocas- de sus grandezas.
Advertimos los peligros del populismo y las trampas de la comunicación y las redes sociales, en un guión muy bien trabajado, que resulta absolutamente creíble... y descorazonador.
La percepción del personaje de Philippe Rickwaert, por el que empecé teniendo un profundo rechazo, va evolucionando hacia una cierta simpatía por ser, tal vez, el menos deshonesto y el menos incoherente, además de el más inteligente y visionario de todos los que le rodean, sosteniendo los principios tradicionales de su partido. Un animal político, sin ninguna duda.
Tiene alguna similitud con Borgen, serie danesa, aunque en Baron Noir los personajes, por aquello de ser latinos tienen un punto de mayor agresividad y mala leche.
Imprescindible para cualquier ciudadano responsable... si es que aún queda alguno.
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