domingo, 29 de marzo de 2020

Éramos felices y no lo sabíamos

El cambio de hora me dio la oportunidad de hacerme la primera trampa generosa del confinamento. Me acosté cerca de una de la mañana, después de ver ´La dama de oro' y colgar la ropa. Si me hubiera levantado a las 5:00, habría dormido poco más de tres horas, así que mi plan B fue levantarme a las 7:00. Para las 6:45 ya estaba dando vueltas en la cama y a las 6:55 ya estaba levantado.

He puesto en marcha las rutinas de cada día, una de las cuales es encender la radio y he escuchado esta frase: 'Éramos felices y no lo sabíamos.'

He imaginado el placer de salir a correr por La Concha, en vez de torturarme en la bici estática. Y me he tenido que conformar con andar menos de un kilómetro para comprar el periódico y el pan. 

He disfrutado del placer de subir 6 pisos de una escalera de 127 peldaños, que previamente había bajado de uno en uno, y que de dos en dos, teniendo en cuenta los tramos impares, se quedan en 67.

Un domingo normal, después de correr y de desayunar, mi mujer y yo hubiéramos ido a nadar, probablemente a Etxadi. En una hora, yo hubiera hecho entre 80 y 90 largos, depende del día, y ella entre 8 ó 10 más. Después, hubiéramos repetido el desayuno (nadar da mucha hambre) y hubiéramos andado un par de horas.

En vez de comer solos lo que sobró del arroz de ayer (que hoy seguía estando exquisito) es probable que un domingo cualquiera nuestros hijos y sus parejas, que ya son de la familia, hubiéramos comido juntos alguna de esas comidas tan especiales que prepara con tanto mimo mi mujer.

La sobremesa se hubiera prolongado en el sofá hasta que mi mujer repartiera los tuppers, que nuestros hijos ya no necesitan, porque los dos están en las que son sus casas, teletrabajando, o lo que sea eso, y le están cogiendo gusto a eso de cocinar. Han tenido y tienen una buena maestra.

Puede que ahora veamos una película, o que yo lea el periódico, que tengo pendiente, o siga leyendo, o sucumba la tentación de seguir navegando por la ciénaga de internet. 

En estas reflexiones estoy, cuando me encuentro con esta cita de Alberto Moravia: 'La felicidad es tanto mayor cuanto menos la advertimos.'

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