El factor humano es un libro, escrito por John Carlin en 2008, que cuenta la fascinante historia de cómo Nelson Mandela consiguió el milagro de la reconciliación entra blancos y negros en Sudáfrica. Quienes no lo hayáis leído, es probable que hayáis visto la película Invictus (2009). Uno y otra son un buen plan para estos días de confinamiento con los que nos ha castigado el Gobierno de España.
El factor humano es determinante en nuestras relaciones y la clave del éxito de muchos planes, proyectos, iniciativas... y fundamental para la resolución de conflictos.
No abundan las personas que tienen esa virtud -y buena muestra la tenemos en la mayoría nuestros actuales dirigentes políticos- y, por el contrario, situaciones como ésta del confinamiento contribuyen a que aflore lo peor de la condición humana.
Como muestra os contaré lo que me pasó ayer en el Lidl de Galarreta.
El lunes por la tarde, incineramos a mi madre en el Tanatorio de Rekalde. Nos dijeron que pasáramos al día siguiente, a partir de las nueve de la mañana, para recoger las cenizas. Así lo hice y aproveché que había cogido el coche para acercarme al Lidl de Galarreta. Para mi sorpresa (agradable), había muy poca gente. A la entrada, nos hicieron limpiarnos las manos y ponernos unos guantes de plástico. Hasta aquí, todo normal.
Compré 24 yugures naturales (son un vicio), 6 litros de leche de avena, una bolsa de 4 kilos de naranjas para zumo, 3 kilos de patatas, mantequilla y un bote de tomate. Cuando me acerqué a pagar a las líneas de Caja, tenía un único cliente por delante y me situé a un par de metros de distancia de él, siguiendo las recomendaciones que todos estamos recibiendo... sin darme cuenta de que las rayas marcadas en el suelo con una cinta blanca, estaban más alejadas que esos dos metros. Detrás de mí, otro cliente, también a un par de metros.
Me detendré en el cliente que me precedía, protagonista de esta historia y trataré de ser lo más aséptico y objetivo que pueda. Era un tipo corpulento, probablemente más joven que yo, que tengo 64 años, pero -permitidme la vanidad- con bastante peor aspecto y -aquí seré objetivo- peores modales, mucho peores.
Mientras yo colocaba esas poquitas cosas en la cinta, a voces, me dijo que respetara la raya. Al darme cuenta de mi error, le di la razón, le pedí disculpas, dejé que la cinta corriera y retrocedí medio metro para situarme detrás de la raya. No contento con eso, siguió vociferando, diciendo que todos nos vamos a morir, pero que él, de momento, quería seguir vivo.
Mi difunto abuelo solía decir, en euskera: 'Hariak jostorratza baino luzeagoa izan behar du' (el hilo tiene que ser más largo que la aguja). Es una frase que me aplico en situaciones en las que se puede generar un conflicto gratuito y, ayer, lo último que quería era tener un conflicto con un tipo al que podría describir como entrado en carnes, probablemente camorrista y evidentemente grosero. Si midiera dos metros y pesara cien kilos, quizá hubiera reaccionado de otra manera, pero con mis 60 kilos escasos, preferí ignorarle y esperar que terminara de pagar.
En la entrada, pedían que los pagos se hicieran con tarjeta y solo permitían la entrada de una persona por carro. Pues bien, este cliente, que llevaba un carro a reventar, pese a que la Cajera se lo recordó, pagó en efectivo, demorándose en buscar monedas y billetes en sus bolsillos. Y no acaba aquí la historia.
Dado lo que había comprado, mi proceso de pago fue rápido y con tarjeta, por supuesto. Al salir, me crucé con este cliente, que estaba en otra Caja, pagando también en efectivo la compra que había hecho una mujer (otro carro a reventar), con la que deduzco que convive y con la que sospecho que tendrá un comportamiento parecido. Pobrecita.
En fin, la condición humana. Y no hemos hecho más que empezar.
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