viernes, 9 de octubre de 2020

No es una carta de despedida

Una vez más, Imanol González Gete, un tipo polifacético que destaca, por encima de todo, por tener un gran corazón, lo abre en canal para expresar sus sentimientos. Nos habla de su hermano menor, Josu, fallecido en la montaña el pasado mes de diciembre. 

Allá va: 

En tu memoria, en honor a tu originalidad y a tu forma de ser. En recuerdo a tu buen humor y a la alegría que desprendías. Eterno.

NO ES UNA CARTA DE DESPEDIDA. ES UN… IRÉ EN UN RATO.

La vida es evolución y cambiar forma parte de ello. Recelo de los que nunca cambian. (Gabriel Beldarrain, septiembre 2019)

Julio de 1992, el Tour de Francia sale de Donostia, era la época Induráin. Para los que no la hayáis vivido, sinceramente lo siento. 

Con seis y once años respectivamente, tuvimos una primera experiencia de trabajo en equipo. Para mi madre, fue más bien un disgusto; para nosotros, una obra maestra. Un mural en una pared del cuarto que compartíamos, con el recorrido de aquel Tour de Francia, los equipos, los corredores, unas caricaturas de Roche, Lemond, Fignon, Perico o el propio Induráin, que eran los vencedores de la Grande Boucle que tomaban parte en aquel Grand Depart desde Alderdi Eder.

De ahí en adelante, nuestra relación, como la de todos los hermanos, pasaría por las fases que se deben de pasar, pero ambos siempre mirábamos por el rabillo del ojo, sabedores de que había una persona ahí, que nunca te iba a fallar.

Josu tiró por el fútbol, el balonmano, el kárate, el triatlón, el crossfit ese, pero la montaña siempre estuvo presente. A mí me echaron del equipo de fútbol, del de baloncesto y balonmano. Lejos de crearme trauma alguno, llegué al ciclismo, más tarde al triatlón, para, siendo bien talludito, empezar a correr. Pero el ciclismo, ese ciclismo que nos envenenó en 1992, siempre era nuestro nexo deportivo. Ver las clásicas de primavera desde la salida en el sillón de casa de los aitas, era algo sagrado, tanto que se lo transmitimos para su desgracia a mi hija Julia. Jajajaja!!!! Saber que la Ama se asomaba al marco de la puerta y sonreía al vernos juntos, era algo único.

Esta afición nos llevó, a crear una revista digital Rotapunctatis, de la que Josu era sin duda Alma Mater.

Tras años y años, en los que como toda familia se pasan y se dejan atrás todo tipo de momentos, puedo decir sin temor alguno que nuestra relación era de total confianza y amor, de cariño y de cómo todo hermano/a mayor me entenderá, de sentimiento protector de mi parte hacia él. Creo que es algo natural. 

El pasado verano de 2019, justo antes de su boda, Josu había decidido incorporarse a una expedición al Chopi, en los Andes. La cosa pintaba seria y yo le animé a seguir el entrenamiento que Florian me mandaba semanalmente, amoldado a su capacidad. No era raro verle por Anoeta, rodando por lo verde. No le faltaba ojo. El segundo día que apareció por la pista ya me dijo: ‘aquí todo el mundo corre, pero el que me gusta es ese, el hipster’. Miré y vi a Eneko Agirrezabal preparando el maratón de Valencia, aún me río de recordarlo. Los entrenamientos se sucedieron y compartir preparación era echar más leña al fuego en el nexo que compartíamos, con un Juanlu Gómez que se lo pasaba bomba cada vez que nos juntábamos los tres. Aquí estamos en la foto. A mi izquierda, Juanlu y más a la izquierda, Josu.

Pasó septiembre, su boda con Zuri y la felicidad desbordaba por donde pasaban. Era una gozada estar con esta pareja, pura energía positiva.

Hasta aquel 27 de diciembre.

Junto a un compañero suyo, tenía planificada la escalada al Curavacas, mientras yo descansaba en casa para participar en el primer 3.000 de la temporada. Al día siguiente habíamos quedado para cenar, una cena que se alargaría contándonos nuestro particular sufrimiento y agonía…

Y la vida cambia en un segundo, con una llamada, con un clic…

Sonó mi teléfono y recuerdo ponerme tenso, oír la voz de una persona que no acertaba a decir nada con sentido, pero que sin duda me estaba dando una mala noticia, la peor.

De ahí en adelante, es difícil de explicar, pero un montón de emociones se adueñan de uno: la impotencia,  la angustia, el dolor, la pena y la tristeza, la rabia; pero sobre todo hay dos palabras que aparecen de repente y que son como un puñal en el corazón: “para siempre”.

Este es el momento, en que empezó a aparecer no gente, sino personas en su mejor versión. El cariño y afecto recibidos no tienen modo de explicarse con palabras y es algo que en la vida voy a olvidar.

Como me dijo Alboroto, no se trata de superar nada, esto es algo con lo que hay que aprender a vivir.

Y a esta frase, junto al amor de la gente cercana, es algo a lo que personalmente me aferré. 

De aquí vino que tras un bonito homenaje rodeado de mucha de la gente que quería a Josu a las faldas del Bisaorin, me aventurara junto a Mattin a intentar subir al Mont Blanc.

Lo de intentar, va tal cual, porque si el viaje y la experiencia fueron algo muy enriquecedores, en gran medida gracias a la compañía, la ascensión fue cosa de locos. Era algo que teníamos planificado junto a mi hermano y así lo quise llevar adelante, una pequeño pedazo de él quedaría en la montaña y otra gran inmensa parte en nuestros corazones.

Recién llegados a Donosti, me esperaba Mikel Albeniz. Sí, el hombre que se comió un saco de pilas Duracell y que no para de sol a sol, el mismo.

Habíamos planificado ir en bici hasta el monte Curavacas y colocar una placa. Era un tema pendiente en mi cabeza, no se trataba como bien dijo Alboroto de superar nada, sino de dar pasos, avanzar. Ir en bici representaba lo que tanto nos unía y subir el Curavacas, emocionalmente me suponía un reto, cerrar un pequeño capítulo y aunque suene raro, mostrar mi respeto a la montaña.  

Esto último, viene al hilo de la admiración de Josu por Iñaki Ochoa de Olza, quien solía decir que éramos unos privilegiados, a los que la montaña nos permitía adentrarnos en ella.


Así fue. Tras unas buenas palizas en bici, en un viaje repleto de anécdotas (que dan para un buen artículo), llegamos a la Montaña Palentina, adonde se acercó en moto
Sergio Román. Con mis dos hermanos mayores del atletismo, dos tipos que me han enseñado mucho y a los que el aprecio que les tengo es enorme, ascendí a este monte. Lejos de ser una experiencia trascendental, no sentí nada, subí y bajé. Pero a la vuelta a casa y tras otros dos días a fuego con Mikel, me sentía en paz. 

Con este texto, no pretendo nada más que intentar expresar una experiencia, la pérdida de una de las personas que más quería y que sin duda querré. Un hecho que no hay día que haga que no se me escape una lágrima, pero que, paradójicamente, hace que valore todo mucho más y afronte el día a día con positivismo, haciendo que me sienta un privilegiado, de tener a la gente que hay a mi alrededor, de la vida que tengo y de poder disfrutar de lo que me gusta. 

Es increíble, pero me doy cuenta de lo bonito que es vivir.

Esta no es una carta de despedida Josu, no sé cuánto tardaré, pero creo que los padres del ganador de la próxima París-Roubaix que veamos juntos, aun no se conocen.

Te quiero Negro

Gracias Gabriel.

Eskerrik asko! zuri Imanol.

No hay comentarios:

Publicar un comentario