martes, 7 de abril de 2020

Sucedió hace doscientos años

Sucedió hace doscientos años, bueno, en realidad son ciento noventa y siete, pero, para el caso, alguien que nos viera de fuera podría pensar aquello que cantada Julio Iglesias: La vida sigue igual. 

El 7 de abril de 1823, un contingente francés, con voluntarios españoles, al mando del duque de Angulema, entró en territorio español, poniendo fin al trienio liberal que vino tras la sublevación de Riego el 1 de enero de 1820.

Fueron recibidos por el pueblo español como libertadores al grito de '¡Viva el rey absoluto!' y ¡Viva la religión y la Inquisición!'

Gracias a la intervención de ese ejército, apoyado en la sombra por el rey Fernando VII, que contaba con la adhesión del clero, la nobleza, algunas partes del campesinado y los viejos artesanos de la ciudades, que se sentían perjudicados por el capitalismo liberal y el liberalismo político, España reinstauró la Monarquía Absoluta y lo que se conoció como el Antiguo Régimen, popularizado con aquel famoso '¡Vivan las caenas!' con el que los tradicionalistas más acérrimos jaleaban a Fernando VII por ignorar la Constitución de 1812.

Riego fue ahorcado en Madrid el 7 de noviembre de aquel mismo año, 1823.

Cuando observamos con qué docilidad, asentimiento y hasta, en muchos casos, proactividad, estamos celebrando y jaleando la cercanación de las libertades más elementales consagrada por el estado de alarma decretado por el Gobierno de España, quienes defendemos esas libertades y los principios básicos de la democracia tenemos motivos para estar preocupados.

Me resulta difícil entender con qué facilidad estamos renunciando a la libertad en nombre de una seguridad, que es imposible de garantizar. Las leyes de confinamiento han sido aprobadas casi por unanimidad, sin que en los medios de gran difusión se escuchen críticas a medidas tan absurdas como la prohibición de nadar en el mar, aunque la playa esté desierta, de pasear solo por el monte o de correr por las calles desiertas de la cuidad a las cinco de la mañana.

En Alemania o en Austria (ver la prensa de hoy), donde históricamente se han cometido muchos abusos en nombre de la seguridad, están abordando la gestión de la pandemia confiando en sus ciudadanos, con un confinamiento más racional y menos indiscriminado. Allí, se puede circular por la cuidad si vas solo o con un familiar con el que convives sin que te arreste la policía y sin que te hostiguen desde los balcones.

Asusta observar con qué facilidad estamos renunciando a la libertad.

Termino con la cita textual con la que la ensayista franco-alemana Géraldine Schwarz termina la entrevista que la hacían ayer en El País: 

Hay una espiral de información que crea un pánico existencial. Es innecesario y en realidad es muy peligroso. Puedes sentirlo, puedes estar muy preocupado, por ti mismo o por tus padres, pero no hace falta este pánico existencial alimentado por los medios constantemente, o por leyes demasiado estrictas. La gente se está volviendo loca. No acabará bien. No es una forma apropiada de lidiar con esta situación la de meterle miedo a la gente. Uno de los desencadenantes para que Alemania se volviera bárbara y criminal en el Tercer Reich fue el miedo. El miedo desata lo peor de los seres humanos. Leo que hay vecinos que denuncian a sus vecinos porque puede que tengan el virus… No sé si pasa en España. El miedo saca lo peor de nosotros. Y por eso se puede repetir la historia.

1 comentario:

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo, y la verdad es que somos muy pocos los que estamos en contra de este estado de excepción encubierto, cosa que me parece lamentable. Encima, cuando reivindico mis libertades, algunos me saltan a la yugular y tengo la suerte de que por wthasapp no me pueden pegar.
    Un abrazo para ti y otro para Joaquín Leguina y compañía por su manifiesto, aunque no les llegue.

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