El barco se lo quedó Jon en la adjudicación de la herencia de su madre, fallecida el 14 de marzo de 2019. Era un velero clásico, con casi un siglo de antigüedad, que había sido propiedad de su abuelo. Con él había salido del puerto de Lekeitio el 15 de septiembre de 1936, llevando consigo a su mujer y su hija, la madre de Jon, y un arcón con 200 lingotes de oro. Se instaló en Brighton y dirigió desde allí la compañía pesquera que dejó en Bermeo en manos de su hermano, un seminarista apocado, al que la Guerra Civil Española pilló en Madrid y que, por salvar el pellejo, se adhirió a la causa nacional.
Juan Aguirre, que así se llamaba, volvió a España cuarenta años después, y lo hizo en el mismo velero, acompañado de sus dos nietos... y sin lingotes de oro. Su mujer había fallecido un año antes y su hija voló en avión desde Londres hasta el viejo aeropuerto de Sondika. Falleció el 1 de mayo de 1983, de un infarto, a los pocos minutos de que el Athletic de Bilbao ganara en Las Palmas por 1-5 y se confirmara la derrota del Real Madrid en Valencia, por 1-0, que le daba el título. Jon, que entonces tenía 18 años, estaba con su abuelo, escuchando por la radio la narración, y de la euforia pasó al llanto, en un día que nunca olvidaría.
Ese mismo año, empezó a estudiar en la Universidad y fue uno de los primeros licenciados en salir de la Facultad de Informática de Donostia. En aquellos años, finales de los 80 y principios de los 90, los informáticos gozaban de un estatus privilegiado y Jon fue alternando diversas compañías, bancos, cajas de ahorros, Gobierno Vasco... hasta recalar, hacía diez años, en una Compañía de Seguros, con sede en Bilbao. Desde 2015, él trabajaba desde casa, en Donostia, y se había especializado en la rama de seguros médicos.
Cumpliría 55 años el 4 de abril y seguía soltero. Había tenido varias parejas y con alguna de ellas había llegado a convivir, pero había desistido de compartir el espacio con nadie que no fuera su sombra. Desde hacía diez años, mantenía una relación con Julia, una exiliada, como él, de padre albanés, psicóloga, que había tenido su momento de gloria en un reality show de televisión, allá por 2010, que fue cuando la conoció. Julia no era de los concursantes, sino que les ofrecía apoyo y tratamiento profesional. Se veían casi a diario, se acostaban regularmente, iban juntos de vacaciones, casi siempre navegando, solos o en compañía de otros amigos.
A la muerte de su madre, Jon, el cuarto de sus hijos, el segundo varón, y el único que no le le había dado ningún nieto, se quedó con el velero, que valoraron en 200.000 €, y con distintos activos: acciones, depósitos, fondos de inversión... valorados en casi dos millones de euros. La liquidación de la herencia fue un proceso largo, que concluyó en diciembre de 2019, momento en el que tomó la decisión de dejar la empresa y dedicarse a navegar.
Lo habló con Julia y también con sus jefes, que le rogaron que se lo pensara y les diera tiempo para buscar un relevo. Jon no tenía prisa y se planteaba dejar la empresa en el horizonte de un año, pero la crisis del coronavirus precipitó los acontecimientos.
Por su posición y responsabilidades en la compañía de seguros, Jon tenía información sobre la gravedad de la pandemia y ya a finales de enero, cuando nadie se lo planteaba -y menos los políticos- estaban dibujando distintos escenarios, que contemplaban alternativas como el confinamiento total, siguiendo el modelo chino.
Jon lo tuvo claro. Vendió el viejo barco de su abuelo, una joya, por el que le dieron más de quinientos mil euros, con los que compró un moderno velero, con bandera inglesa, que llegó al puerto de Lekeitio, con toda la documentación en regla, el 7 de marzo.
El 13 de marzo, firmó el finiquito en la compañía de seguros, se despidió de sus jefes, cerró su piso de Donostia, hizo las maletas y pasó la noche en casa de Julia.
El 14 de marzo, justo un año después del fallecimiento de su madre, cogió un taxi, y fue a visitarla en el cementerio de Lekeitio, tras lo cual, Julia y él embarcaron en el Gezi, con agua y provisiones para tres meses y se hicieron a la mar.
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