Ayer a la tarde, fuimos al cine a ver Perdiendo el norte. Siguiendo la senda marcada por 8 apellidos vascos, nos ofrece una sucesión de gags, que provocan sonrisas y hasta carcajadas, en medio de una historia que rezuma topi-cazos, melancolía, baja estima, autocomplacencia, postureo, patetismo, paletis-mo, desencanto, fatalismo, además de solidaridad y una historia de amor con final feliz en la meta del maratón de Berlín.
Las interpretaciones de los actores salvan una historia disparatada, llena de baches y frases hechas, perfectamente replicables en cualquier serie de televisión o monólogo.
Es también una postal de Berlín, escenario de las azarosas andanzas de Hugo y Braulio.
Yo he pasado un buen rato, pero he salido del cine con mal cuerpo.
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