A grandes males cierra la segunda trilogía de César Pérez Gellida: Refranes, canciones y rastros de sangre. Y lo hace a lo grande, con un escenario principal, Buenos Aires, al que a uno le quedan ganas de volver.
Sigue a Sarna con gusto y Cuchillo de palo y es mucho más que una novela negra, ya que introduce pasajes de novela histórica en un complicado puzzle, que nos lleva a un laberinto de thriller, por el que César Pérez Gellida nos va desorientando cada vez más a medida que avanzamos por él.
Hay saltos en el espacio y en el tiempo y casi todos los personajes tienen una doble lectura. Nada es lo que parece y nada parece lo que es.
El inspector Ramiro Sancho es mucho menos protagonista que en las anteriores entregas, hasta el punto de que se diría que está desaparecido en gran parte del relato, mientras los focos -y la portada del libro- se fijan en la doctora en psicología de los pelos rojos, Erika Lopategui, que junto con el islandés Olafur Olaffson lleva el peso de la investigación.
Hay dos personajes más, Alcides Edgardo Bujalesky, un experto en masonería y Telmo, encargado de mantenimiento del palacio Barolo, argentinos ambos, verdaderamente hilarantes y una misteriosa estatua de mármol, que lejos de la verborrea de los porteños, no dice ni una palabra.
Pero tened presente que nada es lo que parece y nada parece lo que es.
Sigue a Sarna con gusto y Cuchillo de palo y es mucho más que una novela negra, ya que introduce pasajes de novela histórica en un complicado puzzle, que nos lleva a un laberinto de thriller, por el que César Pérez Gellida nos va desorientando cada vez más a medida que avanzamos por él.
Hay saltos en el espacio y en el tiempo y casi todos los personajes tienen una doble lectura. Nada es lo que parece y nada parece lo que es.
El inspector Ramiro Sancho es mucho menos protagonista que en las anteriores entregas, hasta el punto de que se diría que está desaparecido en gran parte del relato, mientras los focos -y la portada del libro- se fijan en la doctora en psicología de los pelos rojos, Erika Lopategui, que junto con el islandés Olafur Olaffson lleva el peso de la investigación.
Hay dos personajes más, Alcides Edgardo Bujalesky, un experto en masonería y Telmo, encargado de mantenimiento del palacio Barolo, argentinos ambos, verdaderamente hilarantes y una misteriosa estatua de mármol, que lejos de la verborrea de los porteños, no dice ni una palabra.
Pero tened presente que nada es lo que parece y nada parece lo que es.
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