Después de ganar ayer en Granada y de sumar 8 puntos en los cinco partidos disputados tras la suspensión de La Liga, con dos ganados (Valencia y Granada), dos empates (Athletic y Getafe) y una sola derrota (Real Madrid), el Eibar abre una brecha de 9 puntos con el descenso y salvo debacle propia, sumada a remontada épica de alguno de los tres colistas (Español, Leganés y Mallorca), seguirá un año más en Primera División.
Vi la segunda parte del partido de ayer y disfruté con su victoria como con pocas, porque siento debilidad por este club, que lleva el nombre de una ciudad de 27.522 habitantes, la más pequeña, de largo, de las que están en esa Primera División.
Hace treinta años, el Eibar estaba en Tercera División y yo era árbitro de fútbol. Arbitré varias veces en Ipurua y una de las primeras fue un Eibar-Anaitasuna, que acabó 0-0. Creo recordar que el Eibar iba segundo en la tabla y los azkoitiarras del Anaitasuna eran sextos, en aquellos tiempos en los que la victoria valía dos puntos. Recuerdo ese partido por la fecha, el 26 de abril de 1981, la misma tarde en la que la Real Sociedad, en Gijón, ganaba su primera Liga con aquel histórico gol de Zamora, del que nos enteramos en los vestuarios, acabado nuestro partido, y que celebramos todos, locales y visitantes.
Tendría que repasar los archivos de mi etapa arbitral para confirmar el dato... pero los tengo en el trastero de la casa de mis padres, así que lo dejaré para otro día. De las veces que arbitré al Eibar, que fueron unas cuantas, en Ipurua y en otros campos, ese empate será de los pocos puntos que dejaron escapar los armeros. Era un equipo que se me daba bien, de los que no crea problemas a los árbitros, con jugadores tan ejemplares como el mítico portero José Ignacio Garmendia, que entonces tendría 21 años.
Era otro fútbol y eran otros futbolistas, cuya huella se atisba en los bravos jugadores que ayer vestían de verde. Es el club más pequeño, pero tiene la identidad más grande.
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