viernes, 5 de junio de 2020

Optimismo y paciencia

Es célebre el anuncio que ilustra este post, utilizado por Ernest Shackleton para su Expedición Imperial a la Antártida, en el buque Endurance, que quedó atrapado en el hielo y que derivó en un épico ejercicio de supervivencia, de más de dos años de duración, del que todos regresaron con vida, que se usa en muchos manuales de liderazgo.

Se dice que más de cinco mil personas contestaron al anuncio y que sólo 58 se embarcaron en la expedición. Se cuenta que en las entrevistas de selección, además de las competencias técnicas necesarias (saber y poder), valoraba al mismo nivel el carácter y el temperamento (querer) y dos cualidades que resultaron decisivas en el buen fin de la expedición: optimismo y paciencia.

 

También se cuenta que fue uno de los pioneros en eso de que los consultores, cien años después, bautizaron como estructuras horizontales, rebajando las jerarquías tradicionales en la época (1914-1917) porque esperaba que todos los hombres, incluidos los científicos, asumieran su parte en las tareas del barco.

 

Hablemos hoy de optimismo y de paciencia, cualidades que me consta que no tengo. Por eso, porque sé que no me sale de forma natural, siempre hago el ejercicio de ver el lado bueno de las cosas, la botella medio llena, y conservo la esperanza de que llegarán tiempos mejores.

 

Echando la vista atrás, empecé el estado de alarma con el fallecimiento de mi madre, a la que no pudimos despedir como nos hubiera gustado. Simultáneamente, me vi encerrado (confinado) en casa, con normas tan absurdas como no poder salir a correr de madrugada, al aire libre, cuando apenas iba a coincidir con media docena de personas, mientras podía ir a la compra, mezclándome con decenas de personas en un espacio cerrado.

 

Con optimismo y paciencia –aquí habría que añadir el sacrificio de mis posaderas-  descubrí la bici estática de mi mujer y de los 20 kms que hice el primer día en una hora, ya he llegado a los 28 kms.

 

Añadiéndole la disciplina, ‘diseñé’ un circuito de 15 metros en casa, que asfalté con alfombras, para minimizar las molestias a los vecinos, y que diariamente recorrí hasta trescientas veces.

 

Ahora que podemos salir a correr a cualquier hora, seguimos tropezando con medidas absurdas, como no poder utilizar las pistas de Anoeta, salvo en un horario restringido a las tardes y sólo para atletas federados, previa cita, mientras los bares y las terrazas están abarrotados.


Yo sigo recurriendo a la paciencia, pensando que pronto nos dejarán volver a las ocho de la mañana a la media docena de jubilados que tenemos para nosotros más de diez mil metros cuadrados, donde resultará francamente difícil que nos podamos contagiar.

Y quiero ser optimista y creer que lo peor de la pandemia ya ha pasado, que el virus ha perdido agresividad, porque si nos mata se muere y él también se tienen que adaptar, porque hemos aprendido de medidas preventivas tan simples como lavarse las manos a menudo y guardar distancias de seguridad (lo de las mascarillas no lo tengo tan claro); y porque creo que podremos con un virus mucho más tóxico que el Covid19: el miedo.


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