Como dos pistolas a Jesucristo le sientan los trajes a Alfredo Pérez Rubalcaba. Y no digamos las chaquetas. Ahora que va a volver a la docencia, es probable que le veamos por la Facultad de Químicas de la Universidad Complutense de Madrid con una indumentaria más cómoda y más acorde con la de alguien que fue velocista en sus años mozos; algo cargado de hombros y en una postura al acecho que recuerda a la de los primeros apoyos de los atletas nada más salir de los tacos.
Soy consciente de que no me voy a ganar muchos amigos ni muchas adhesiones con lo que sigue: siempre he apreciado a Rubalcaba. Gran parlamentario y eficaz gestor en todos los variados ministerios y cargos que le ha tocado desempeñar en 21 años de vida política, le ha sobrado responsabilidad, tal vez mal entendida, y le ha faltado madera de líder. Le ha faltado ¡qué ironía! química para buscar la complicidad de los militantes del partido, Y mucho más importante, le ha faltado química para atraer votantes. Yo nunca le he votado.
La política es el arte de lo posible y algo totalmente alejado de la bondad absoluta. Son luces y sombras, muchas veces superpuestas, con las que es imposible dar gusto a todos los espectadores que asistimos a la función. Seguro que Rubalcaba tiene puntos oscuros. ¿Y quién no?. Florentino y escurridizo, ha salido ileso de las cornadas que ha recibido de uno y otro lado durante más de dos décadas. Y eso, para un velocista, tiene mucho mérito.
Ahora, ha decidido mar-charse a casa con 63 años, pensando que ya nunca llegará a esa meta a la que tal vez nunca quiso llegar de verdad. Durante las últimas semanas, han circulado por las redes sociales imágenes como las de la derecha. Conocidos los anteceden-tes, parece una hitópesis factible.
Sin embargo, permitidme que, una vez más, peque de ingenuidad y crea de ver-dad que va a volver a dar clases de química orgánica y que lo va a hacer con el estilo didáctico y con la magnífica dicción que siempre le han caracterizado.
Yo no le veo como un animal político, tipo Fraga, Aznar, Felipe González, Otegi o Arzallus. Por eso, tal vez ahora, out of the box, piense como espectador en la capacidad de transformación de la política que, como la química, necesita un catalizador que ni él ni ningún político de su generación ha sido capaz de ser.
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