En una entrevista reciente, Arturo Pérez Reverte, en la promoción de su última novela, Falcó, hablaba del esfuerzo que tuvo que hacer al escribirla para empatizar y hasta simpatizar con un personaje tan amoral. Hablaba de las miserias del ser humano y se decantaba por un malvado como Falcó, antes que por un estúpido, y por éste antes que por un cobarde. Lo suscribo al 100%.
Esta mañana, como todos los días, me he levantado a las 5:00 y he puesto la radio. Para entonces la balanza ya se inclinaba por el lado de Donald Trump, cuya victoria en las elecciones presidenciales de los EE UU se ha confirmado un par de horas después. No me ha sorprendido.
Esta mañana, como todos los días, me he levantado a las 5:00 y he puesto la radio. Para entonces la balanza ya se inclinaba por el lado de Donald Trump, cuya victoria en las elecciones presidenciales de los EE UU se ha confirmado un par de horas después. No me ha sorprendido.
A diferencia del fenómeno Obama, que despertó la ilusión de los votantes, estas elecciones se han polarizado entre lo malo y lo peor, habiendo división de opiniones respecto de quien era el malo o la mala y quien de los dos era peor.
De las seis emociones básicas: miedo, sorpresa, asco, ira, alegría y tristeza, ha salido triunfante la primera: el miedo. La civilización occidental, engañada con el señuelo de una seguridad que ningún muro le puede garantizar, atemorizada y cobarde, camina inexorablemente hacia su destrucción.
Estoy leyendo La caza del carnero salvaje, de Murakami. Viniendo a trabajar, en el autobús, me he quedado con esta frase: 'Cierto escritor ruso escribió que la personalidad cambia un poco, pero la mediocridad jamás cambia'. Y esa mediocridad va ganando terrero, cada vez más, y de ella se benefician personajes como Trump, Putin, Berlusconi y un largo etcétera de líderes populistas de uno y otro signo, que ofrecen soluciones simples a problemas muy complejos.
Decía Churchill que 'la democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás'. Si el viejo Winston levantara la cabeza y viera lo que estamos haciendo con la democracia...
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