Puente dos Tirantes |
Le vio por la Rúa do Padre Gaite, justo a la salida
del Estadio da Xuventude. Marta, que volvía a Marín, se había ofrecido a
llevarle en coche hasta su casa, en la Rúa Sarmiento. Mientras Marta estuvo en
el gimnasio catando las pesas, había escrito el mail a Iria. Cuando terminó, estuvieron un rato charlando sobre la
sesión del día siguiente y se les hizo tarde, una vez más. Aquella era su
segunda casa.
Tuvo una corazonada y la pidió a Marta que diera la
vuelta en la rotonda y le dejara al otro lado, en dirección contraria a su
casa, a la altura del Puente dos Tirantes. Se bajó del coche y siguió a Mario, que caminaba ensimismado cien metros
por delante. Cinco minutos más tarde, se paró delante de la casa de Iria, en la Avenida de Buenos Aires, y tocó
el timbre. Jota se paró en seco,
poniéndose al abrigo de uno de los árboles de la avenida, desde donde podía ver
sin ser visto.
Durante un minuto que le pareció eterno, Mario
permaneció en la puerta hasta que recibió una llamada en el móvil. La conversación apenas duró unos segundos y a continuación
entró en la casa. Iria no se dejó ver. Miró el reloj: las 21:58 del 20 de julio
de 2016.
Avenida Buenos Aires |
Cinco minutos después, cruzó la avenida, avanzó unos
metros y se situó frente la casa, a la sombra de los árboles, dispuesto a
esperar. ¿Qué hacía SuperMario en
casa de Iria a esas horas? Sólo podía ser sexo o dinero. A Iria no le gustaban
los pijos, le ponían más los malotes y, además, Mario era un pipiolo y casi de
la familia. El chaval era guapo, suelto, desenvuelto, simpático, hasta
descarado, pero no se lo imaginaba cortejando a Iria, que para él era caza
mayor. Encajaba más lo del dinero. El señor notario habría hablado con su amigo
el abogado y éste había mandado a su hijo para que hiciera de recadista; no iba
a ser la diva la que fuera al bufete, como cualquier otro cliente.
Le saltaron las alarmas cuando se encendió la luz del
primer piso, en la habitación de Iria, y creyó ver, a través de las cortinas,
dos sombras entrelazadas, que rápidamente se alejaron de la ventana,
despareciendo de su campo de visión. La luz seguía encendida. ¿El novato había
cazado a la depredadora; o era ésta la que se conformaba con una pieza menor,
para matar el hambre? Porque estaba claro que tenía hambre y querría darse un
buen banquete antes de la abstinencia que se autoimpondría para llegar al 20 de
agosto con el depósito al cien por cien. Faltaba un mes.
Inquieto, volvió a mirar el reloj: las 22:21. Y en el
primer piso seguía la fiesta. Conocía bien a Iria y estaba seguro de que, una
vez saciada, pondría fin al banquete sexual que se estaba dando con carne tan
fresca. Les concedió media hora más y tomó una decisión.
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