Publicamos 17 números entre diciembre de 1994 y marzo de 1998, momento en el que las exigencias profesionales hicieron que Javier Barace -que era el editor y el más brillante redactor- y yo, que hacía poco más que juntar letras, tuviéramos que arrinconar tan placentera labor. Se titula: Acto 1º. Estiramientos y tiene que ver con la representación de la ópera Aïda, en el Velódromo de Anoeta ese mismo invierno. Es una larga y seguramente pesada historia, con la que no os quiero dormir... al menos hoy.
¿Por qué todo este rollo? O como diría mi hija: '¡Arranca, aita!' Vale. Allá voy.
Tengo una compañera que está de baja por un difícil trance de salud. Hablo con ella por teléfono. Nos cruzamos whatsapps. Le escucho, me escucha. Nos ponemos al día. Nos animamos y mantenemos viva la llama de una relación que queremos mantener. 
Esta mañana, le he puesto un whatsapp, diciéndole: 'Ya he mandado la evaluación de 2016 diciendo que eres muy alta, muy rubia (bi gezur) y muy guapa (egi potoloa). Muxu handi bat.' Me ha contestado a los cinco minutos: 'Benoooo, te va a crecer la nariz. Ongi da. Mertziiii'. Y ahí me he acordado de mi nariz fina y puntiaguda.
Ella es morena y más bien baja, pero eso, obviamente, no lo he contado en la evaluación, que concluye con esta frase: '... es una gran profesional que no escatima actitud y talento para cumplir con los objetivos encomendados, esforzándose por superarlos. Además, tiene un ritmo de trabajo muy alto, es versátil y aprende muy rápido. Contagia con su ejemplo personal.'
¿Se puede encontrar algo más bello en un compañero/a de trabajo?
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