Con ocasión de una decisión que tomé la semana pasada, respecto de salir de un proyecto en el que me embarqué hace cosa de un año, he podido desempolvar uno de los mejores libros que he leído en el amplio campo del management y de la gestión de personas: La sorprendente verdad sobre qué nos motiva, del americano Daniel Pink, publicado en España en 2010.
Tal como nos los presenta el autor, son tres los motores de la motivación:
- Autonomía. He sido afortunado y en 40 años de vida profesional he tenido muy buenos jefes (también alguno malo ¿eh?), que me han dejado hacer, me han permitido crecer, me han escuchado y me han orientado en la buena dirección. Sé detectar cuando tengo un buen jefe… y cuando no lo tengo. En mi trabajo, me tengo que conformar con el que me ha tocado y gestionarlo lo mejor que pueda y sepa. Fuera de mi trabajo, cuando estoy haciendo algo de forma voluntaria y desinteresada, si el ‘jefe’ (director, guía, líder, rector, capitán…) no está a la altura, rápidamente pierdo el interés. Ya no vale con la obediencia, necesitamos el compromiso.
- Dominio. Es sentirte capaz de hacer aquello que te encargan o que te propones. Es ponerte retos, que sean exigentes y que, con trabajo y esfuerzo, estén a tu alcance. Con toda la humildad que soy capaz de expresar, me he enfrentado y he superado con éxito retos profesionales, personales, familiares, sociales y deportivos. También he tenido tropezones y he cometido errores de los que he procurado aprender. Con el tiempo, me he ido conociendo y procuro combinar aquello de ‘no meterme en camisa de once varas’, con una pizca de riesgo y de vértigo. Me sigo equivocando y creo que he aprendido a rectificar a tiempo y a bajarme del tren antes de que descarrile y/o coja demasiada velocidad.
- Finalidad. El famoso ¿para qué? En este mismo blog, arriba, debajo de mi nombre hay una pestaña: Sobre mí, que dice así: Soy un corredor de fondo, convencido de que el trabajo duro es divertido, si te sabes reír de ti mismo, te rodeas de personas inteligentes y evitas a los que se quejan por todo. Creo que el tiempo es mi mayor tesoro y que la mejor forma de disfrutarlo es procurar el progreso y la felicidad de mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo, mis clientes y mi entorno, estimulándoles a salir de su zona de comodidad y acompañándoles en el camino. Y hay una cita a la que recurro en momentos de duda o confusión: ‘El que no sabe dónde va, no llega a ninguna parte’. Tengo 62 años, me quedan cada vez menos y quiero que sean interesantes. Quiero tener intereses comunes con aquellos con quienes me embarco, quiero saber adónde se dirige el barco y quiero conocer el rumbo que va a tomar. Cuando se llega a un puerto, hay que elegir el siguiente y quiero estar convencido de que es una buena elección.
Termino con una cita de Sebastian Coe, medalla de oro de 1.500 metros en los JJ OO de Moscú (1980) y Los Ángeles (1984) y actual presidente de la IAAF, que aparece en el libro: ‘A lo largo de toda mi carrera atlética, la meta global ha sido siempre ser mejor atleta de lo que era en aquel momento, ya fuera a la semana siguiente, al mes siguiente o al año siguiente. La mejora era el objetivo. La medalla era simplemente la última gratificación por conseguir esa meta’.
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