sábado, 18 de abril de 2020

Cinco semanas después

El jueves al mediodía, recibí un whatsapp de… le llamaremos Andrés. Comenzaba diciendo: ‘Quiero enviarte una reflexión… si te parece correcta, la editas, la corriges y la publicas…’ Su título: Vergüenza de país.

Tras leerla, le contesté: ‘La vuelvo a leer con calma y la comentamos’. Eran las 14:28. Me puse a ello y a las 15:02 le dije: ‘Le doy forma y antes de publicar nada, te lo mando para que, en su caso, de les el O.K. Eskerrik asko!’

A las 16:13, llegó su respuesta: ‘Déjalo, me he venido arriba. Paso de rollo y es más de lo mismo. Todos pensamos igual’

Así las cosas, me quedo sin trasladaros las reflexiones de Andrés, que eran las de un tipo que está muy cabreado con la situación y que, como yo, no entiende las inconsistencias y la falta de libertades a la que nos ha abocado el estado de alarma decretado por el Gobierno de España hace cinco semanas.

Tengo un conocimiento muy superficial de Andrés. Sé que no tardará en cumplir 40 años, que está casado… Sé que es padre, pero no sé cuántos hijos tiene ni sus edades. Sé que le encanta el deporte y practica varios y muy diversos. Sé que tiene una cinta de correr -¡qué envidia!- y sé que le gusta el vino y es un entendido en la materia. No sé en qué ni dónde trabaja; y por el escaso trato que he tenido con él, le tengo por un tipo abierto, generoso, decidido y de los que tiene pinta de ser muy buen amigo de sus amigos.

Con esos ingredientes, me he animado a construir un relato, fechado hoy, que podría ser así:

Cinco semanas después, Álvaro se levantó a las cinco, como cada día. Con cuidado de no hacer ruido –su mujer y sus hijos dormían- se fue a la cocina, recogió el lavavajillas y la ropa que tenía colgada, la dobló y la dejó lista para la plancha. Se preparó un desayuno muy completo, como cada mañana, y comenzó con una tabla de gimnasia, pesas y estiramientos, que le llevó hasta la 7:30.

A esa hora, tal como habían acordado la víspera, llamó a su mujer, le preparó el desayuno, hizo la cama, se aseó y se fue a la terraza, donde tenía la cinta de correr. Había sido su regalo de cumpleaños, el 15 de febrero, una semana después de conseguir su primer gran trabajo en un piso de lujo en Donostia, por Miraconcha: una reforma total, que debía hacer entre el 4 y el 19 de abril, aprovechando que los dueños estarían de vacaciones en su residencia de Marbella.

Álvaro era un arquitecto que salió de la facultad en 2008 y que a los 23 años se encontró con la crisis del ladrillo, sin trabajo y sin expectativas de tenerlo en los próximos años. No le quedó otra que ayudar a su padre, un modesto albañil, y a sus tíos: fontanero, mecánico, electricista… Eran una familia numerosa, original de Retuerta (Valladolid), tierra de buen vino.

Se casó en 2015, con 30 años, y con los ahorros de siete años en los que no había parado de trabajar en los oficios más diversos, de sol a sol, con contrato y sin él, y cuando, seis años después de acabar la carrera, había empezado a hacer algún pinito como arquitecto.

Conoció a Anne (con dos enes), una chica de buena familia, cuando era un prometedor mediofondista del Urola y siguió con ella, aún después de dejar el atletismo. Justo hasta la boda, había trabajado en Deloitte, como jurista, y, con la ayuda de su padre, que estaba trazando el camino de su jubilación, había montado un despacho mercantil en Azkoitia, de donde era natural, y daba servicio a Pymes, comercios, hoteles, bares y restaurantes de la zona. Le iba bien.

Enseguida tuvieron su primera hija, Argi, y dos años más tarde, en 2018, nació Aitor. Vivían en un adosado muy coqueto, que compraron en obra y que diseñó el propio Álvaro. En la planta baja estaba el garaje, un amplio trastero y una terraza cubierta. En la primera planta tenían la cocina, el salón, la habitación principal y un baño. Y en la segunda planta estaban las habitaciones de los niños, una adicional de invitados y un baño. Bajo la cubierta, se había hecho un estudio, donde trabajaba. 

La casa fue un capricho de Anne, financiado por los ahorros de Álvaro, la ayuda de los padres de Anne, por la misma cantidad, y un préstamo de 300.000 € de Kutxabank, por el que pagaban casi 1.300 € al mes.

El de Miraconcha había sido el primer proyecto que había conseguido en Donostia, gracias a los buenos oficios de Anne. Los padres de una amiga suya, con la que había trabajado en Deloitte, iban a reformar su vivienda y quedaron convencidos por el proyecto… y por el precio, sensiblemente menor que los presentados por otros arquitectos, diseñadores y contratistas donostiarras. El de Álvaro era un todo incluido, por 250.000 €, de los que él se hubiera llevado 25.000 €.

Anne insistió y le convenció para que compraran una cinta para correr de las buenas, que pagaron con el adelanto que cobraron, 5.000 €, a la firma del contrato, el 10 de febrero.

Cinco semanas después, se cayó la obra, el proyecto quedaba aplazado y se arrepentía de la primera vez en la que había gastado un dinero antes de tenerlo seguro y que tanto iban a necesitar los próximos meses… y quién sabe si los próximos años.

Mientras Anne desayunaba, a la vez que veía una serie en la tablet, se subió a la cinta, empezó a correr y, durante una hora, se sintió en un paraíso en medio del infierno del confinamiento.

¿Continuará?

viernes, 17 de abril de 2020

Cambio cinta rosa por mascarilla FFP3, EPI y triple guante

Hoy damos entrada a Oiana Ortiz, una menuda fondista tolosarra nacida en 1988, inconfundible por el brillo de sus ojos y la cinta rosa rosa que luce en el pelo. Madre de Martina y pareja de Jon, es enfermera de QUIRÓFANO. Lo pongo en mayúsculas porque es un detalle que ella siempre destaca.

Si no me corrige, tiene 39:25 en 10 km, 1:25:39 en medio maratón y 3:03:09 en maratón. Y por terminar de dibujar su perfil, me atrevería a decir que le gusta la buena mesa, por aquello de que hemos coincido varias veces en buenos restaurantes de Gipuzkoa.

Así nos cuenta su nueva vida en la época del Covid19, el estado de alarma y el confinamiento indiscriminado:

Hace más un mes, el 13 y 14 de marzo, fue la última vez que troté libremente con dos amigas. Con una el viernes y con otra el sábado a la mañana. Creo que todas sabíamos que algo iba a cambiar, pero ¿tan rápido y de esta forma? Fueron dos salidas de confesiones y planes. ¡Qué lejos se ven ahora!

Ese mismo sábado anunciaron el comienzo del confinamiento, que se hizo oficial el lunes. Mucho ha llovido desde entonces. Yo estaba feliz, cuidando de mi hija que acaba de cumplir 8 meses, y no volvía a trabajar hasta mediados de mayo. Todavía seguiría de excedencia si todo esto no hubiera ocurrido.

Antes de mi baja por embarazo, llevaba trabajando nueve años como enfermera de quirófano y esperaba con ilusión el momento de volver.

Esa misma semana, una tarde, hablando con mi antigua supervisora, que ahora coordina el personal y el funcionamiento de los cambios por el Covid19, le comenté que si hiciera falta contasen con mi ayuda. Ni 24 horas pasaron desde aquella conversación. A la mañana siguiente, me llamo el jefe de personal, preguntándome si estaba dispuesta a reincorporarme dos meses antes de lo previsto. Necesitan reforzar la UCI y contaban conmigo por mi experiencia.

Lo tenía hablado con mi pareja y acepté al momento. Siendo enfermera y viendo la situación, no podía quedarme cruzada de brazos.

A partir de ese momento, dudas y más dudas. Con lo bien que estaba… ¿Estaré haciendo bien? Temor por contagiar a mi familia, a mi hija, a mi madre, que entramos en edades peligrosas. Privarle de poder ver crecer a Martina, su nieta… Dos días después me reincorporé y hasta ahora.

De momento, en la UCI, a los pacientes más graves los intubamos y conectamos al respirador para estabilizarlos y mandarlos al hospital de Donostia. Esas son las órdenes. Mientras, ayudamos en lo que se pueda en las plantas, al principio desbordadas. Afortunadamente, muy poco a poco se empiezan a notar los efectos del confinamiento, con menos ingresos.

A esas plantas las hemos bautizado como Chernobyl y Zona 0. Vemos escenas muy tristes a diario, con pacientes solos y muy asustados, sin llegar a entender qué les sucede y por qué sus familiares más directos no van a verles. Solo nos ven a nosotros que entramos con los famosos EPIs y parecemos astronautas. Yo siempre me presento, les digo mi nombre, les intento transmitir un poco de cariño y humanidad.

Hay matrimonios, ingresados en la misma habitación, en los que uno de ellos de va poniendo peor... hasta morir. Asistir a ese sufrimiento se hace muy duro y piensas que podría ser un familiar.

Los pacientes se van clasificando a reanimables y no reanimables, siguiendo un protocolo en el que se tienen en cuenta distintos criterios, de los que la edad es sólo uno de ellos.

En este escenario me quiero quedar con los buenos momentos, como esas video-llamadas con sus familias, para las que les ayudamos porque muchos, por aquello de la edad, no controlan la tecnología de los móviles.

También me quedo con el compañerismo y las ganas de ayudar de todos los que trabajamos en el hospital, dejando a un lado nuestros miedos y actuando sin dilación.

Al terminar de la jornada, llega el ritual de limpieza-desinfección. Me ducho antes de llegar a casa, en el mismo hospital. Desenvuelvo el móvil del plástico protector y lo lavo. Después, me vuelvo a lavar las manos una y otra vez.

Al entrar por la puerta de casa, me tengo que aguantar las ganas de besar y achuchar a Martina. Me rocío con un spray desinfectante, dejo los zapatos a la entrada, meto las llaves y el bolso en una bolsa y echo toda la ropa a lavar. Vuelvo a lavarme las manos hasta casi hacerme daño y, entonces sí, corro hasta donde está ella para achucharla, confiando en no estar contagiada y en no contagiar a Martina y tampoco a Jon, mientras las dudas asaltan mi cabeza: ¿me he quitado bien el traje? ¿me duele la cabeza o es cansancio? ¿me molesta la garganta? Dudas y temores, pero estamos todos bien y eso es lo importante.

Lejos han quedado las preocupaciones de antes, de cuándo volver a entrenar y salir a correr; de cuándo volveré a ponerme la cinta rosa.

Pero esto pasará… y nos reiremos… y lo recordaremos… y también lo iremos olvidando.

jueves, 16 de abril de 2020

¿El que calla otorga?

No. El que calla, simplemente, calla. 

El pasado 17 de marzo publicaba mi primer post sobre el estado de alarma decretado por el Gobierno de España. Se titula La mala reputación y comenzaba manifestando mi posición diametralmente contraria.

Ese nadar contra corriente ha propiciado numerosas réplicas, la mayoría respetuosas. Algunas no lo han sido tanto y unas pocas, comentadas sobre el mismo blog, están pendientes de publicación por aquello del anonimato, de lo que hablaba el 20 de marzo. ¡Ah! y el anonimato va más allá de un comentario anónimo. Que alguien firme como Gabriela, sin más datos, sigue siendo, para mí, anónimo.

He ido contestando, replicando o matizando algunos de esos comentarios, mientras que otros han quedado sin contestación réplica o matiz. ¿Por qué? 

Una primera explicación sería aquella que dio Sigmund Freud cuando dijo: 'Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.'

'Pesa las opiniones, no las cuentes.' dicen que dijo Séneca. Yo me lo aplico y lo traduzco como que no todas las opiniones tienen el mismo valor. Y no todas, a mi modo de ver, necesitan o merecen una respuesta.

Suelo recordar también lo que un viejo amigo me dijo hace muchos años, cuando me empeñaba en convencer con argumentos sólidos (hechos y datos) a un interlocutor irreductible: 'No es tierra de misiones.' 

Decía Churchill que 'La democracia es la necesidad de doblegarse de vez en cuando a las opiniones de los demás.' Pues eso.

miércoles, 15 de abril de 2020

Macron alcanza una audiencia del 94% de los franceses

Dicen que Albert Rivera se inspiró en Emmanuel Macron para dar el salto a la política nacional, después de su éxito en Catañunya al situarse en medio o de frente a dos nacionalismos: el catalán de CiU y Ezquerra Republicana, y el español del PP.

Pensó, quizá, que el chauvinismo francés, un fenómeno muy difícil de exportar, podría encajar en España y terminó en la foto de Colón, con Abascal y Casado. El resto de la historia ya la conocéis.

El lunes, tras salir a aplaudir en el balcón –confieso que con menos ganas cada día- puse la televisión francesa para escuchar el discurso de Macron. Me apaño bastante bien con el francés, en este tipo de alocuciones los políticos hablan despacio y Macron es un buen orador, por lo que resulta fácil seguirle.

Fue su tercer discurso desde la irrupción de la pandemia, Tuvo una duración de treinta minutos y alcanzó una audiencia del 94%, muy muy por encima de las tediosas comparecencias de Pedro Sánchez.

Puestos a buscar más diferencias, Macron aparecía sentado y la cámara tomaba un primer plano, como si de un presentador del Telediario se tratara. Vestía traje azul, camisa blanca y apostaría a que la corbata era negra, de luto.

Frente a la frialdad de Pedro Sánchez, que trata de disimular tuteando a la audiencia, me pareció que Macron, dentro de un tono serio, ponía más calor y más emoción. En vez de miedo, transmitió optimismo, admitiendo que la epidemia no está controlada. Con humildad, admitió errores, carencias y retrasos burocráticos en la respuesta a la crisis.

Para aliviar el sufrimiento de las familias con enfermos a punto de morir, anunció que se permitirán las visitas y el acompañamiento, debidamente protegidos.

Anunció también medidas en el ámbito de la economía a las pequeñas empresas, autónomos y familias con pocos recursos.

Dio a conocer su intención de que los niños  vuelvan a las escuelas a partir del 11 de mayo y de relanzar la actividad económica en general para esa fecha, salvo los bares, restaurantes, cines, teatros y similares, por ser lugares con gran afluencia de público. Los festivales populares, si todo va bien, deberán esperar a mediados de julio.

Habrá mascarillas para todos en los Ayuntamientos, fabricadas en Francia.

No hay nuevas reglas ni prohibiciones. Se puede seguir haciendo deporte al aire libre, se puede pasear, los niños pueden salir… Mientras en España, con toda la escenografía militar, apelan al miedo, Macron apeló a la responsabilidad de los franceses.

Francia es un precioso país del que sus habitantes están muy orgullosos. A mi modo de ver, tienen motivos para ello. Mi mujer y yo hemos viajado mucho por Francia y siempre nos ha llamado la atención el civismo, la cortesía, la limpieza, la estética, la diversidad…

Un poco de todo eso hubo en el discurso de Macron y casi nada de eso soy capaz de percibir en las comparecencias de Pedro Sánchez, largas y cansinas.

martes, 14 de abril de 2020

Lo de la Real y el C.S.D.

El sábado, charlando por whatsapp con mi hijo Iñigo, me enteré de que la Real Sociedad había decidido reanudar los entrenamientos en Zubieta esta misma semana. Mi valoración fue positiva, por cuanto, desde la implantación del estado de alarma por el Gobierno de España, no he entendido que los deportistas profesionales se tuvieran que someter a esas medidas.

Tampoco entendía las quejas del presidente del Comité Olímpico de España, Alejandro Blanco, cuando, antes de que se produjera el aplazamiento de los Juegos Olímpicos de Tokyo 2020, lo reclamaba argumentando que los deportistas españoles estaban en inferioridad de condiciones porque no podían entrenar. A mi modo de ver, Alejandro Blanco estaba faltando a la verdad. No es que no pudieran entrenar, es que no les dejaban entrenar.

Yo lo explicaba con un ejemplo muy sencillo, aplicado a la natación. Puedo entender que cierren las piscinas de Anoeta o Etxadi, que tienen la desgracia de padecerme casi a diario desde octubre de 2018, porque allí nos juntamos centenares y hasta miles de personas de todo origen y condición, pero no he encontrado ninguna razón que justifique que, por ejemplo, Mireia Belmonte no pueda entrenar en una piscina reservada a los nadadores de élite.

En su artículo de ayer en El Diario Vasco (página 43) Antxon Blanco explica muy bien su disconformidad -y la mía- con la decisión adoptada por el Consejo Superior de Deportes impidiendo que los futbolistas de la Real Sociedad puedan entrenar individuamente en Zubieta, por lo que no añadiré nada más.

En Alemania, desde hace un par de semanas, los futbolistas han vuelto a los entrenamientos, que por lo que he leído en la prensa, hacen en grupos de cuatro. No sé lo que están haciendo otros deportistas profesionales, pero apostaría a que no han interrumpido su actividad hasta el punto de estar encerrados en sus casas. También aquí hay enormes diferencias entre España y Alemania.

En fin, que más allá de la ineptitud, la inflexibilidad, la disciplina castrense y un más que discutible 'ejemplo', que puede esconder algo tan humano y tan español como la envidia, sigo sin entender nada.

lunes, 13 de abril de 2020

Esta pandemia no es una guerra

‘Esta pandemia no es una guerra. Las naciones, los soldados no están enfrentados entre sí. Es una prueba de nuestra humanidad’ dijo el sábado por televisión el presidente de Alemania Frank-Walter Steinmeier.

Según cuenta Europa Press, ‘… esta crisis saca lo peor y lo mejor de las personas… Mostremos a los demás lo mejor que tenemos dentro’ -ha apelado a sus conciudadanos, al tiempo que ha defendido compartir cualquier avance científico para frenar la pandemia.

Ha apelado también a la solidaridad europea: ‘… Mostrémoslo también en Europa… Alemania no podrá salir de la crisis fuerte y saludable si sus vecinos no se vuelven también fuertes y saludables… Treinta años después de la reunificación alemana, 75 años después del final de la guerra, a los alemanes no solo se nos pide solidaridad en Europa, estamos obligados s darla’

En Alemania, el presidente es una figura institucional, como el rey de España, con la diferencia de que aquel es elegido por los ciudadanos. Hasta el sábado, sus discursos se limitaban al ya tradicional de Navidad y esa comparecencia es la primera de este tipo en la historia del país.

Mientras tanto, en España, Felipe de Borbón hace lo que hace y el Presidente del Gobierno sigue con la retórica militar: ‘Cuando venzamos esta guerra, necesitaremos a todas las fuerzas del país para vencer a la posguerra’.

En su intervención de ayer, entre apelaciones a la guerra, el campo de batalla, armas, enemigo… apenas dijo nada de los tests al personal sanitario y otros trabajadores que están dando la cara. Tampoco le escuché decir nada concreto de tests y diagnósticos para la población.

Y todos los días, en las ruedas de prensa, en vez de escuchar a los expertos en epidemiología y medicina, a los que supuestamente atiende, seguimos viendo y escuchando a militares y policías, cargados de condecoraciones, que nos inyectan la ración diaria de miedo.

En Tierra, la última novela de Eloy Moreno, podemos leer:  ‘… Y llega el día en que uno se da cuenta de que podemos hacer con la gente lo que queramos, que tenemos a rebaños de personas sentadas en el sofá dispuestas a tragarse cualquier idea que les queramos meter en el cerebro…’

Y termino con una cita de Senderos de Gloria (1957) película antibélica de Stanley Kubrick, que bien podría aplicarse hoy a quienes, como los sanitarios, están dando la cara en esta pandemia: ‘Dejaréis de ser héroes cuando la gente no tenga miedo. Dejaréis de ser héroes cuando a los políticos les interese. Ahora sois carne de cañón, por eso os llaman héroes.’

domingo, 12 de abril de 2020

El corona-incendio

Loyea Ayala -Gainberri de segundo apellido- es una atleta nacida en Tlalnepantla (Mexico) en febrero de 1987, que desde su más tierna infancia vive en Gipuzkoa. Especialista en 800 metros, tiene una mejor marca de 2:08:02, conseguida en Huelva el 3 de junio de 2016, que la coloca sexta en el ranking Gipuzkoa de todos los tiempos.

Es fisioterapeuta en Senide Fisioterapia. Aunque nunca he caído en sus manos (soy fiel a los  fisios que me llevan aguantando desde hace más de treinta años), por mi hija Maria tengo las mejores referencias de su trabajo y profesionalidad.

Lo que desconocía de Lorea, que, como yo, es una tímida pertinaz y empedernida, es su faceta poética, a la que está dando rienda suelta en estas semanas de confinamiento salvaje e indiscriminado, en la que tanto están sufriendo los profesionales autónomos como ella.

El vienes, por Messenger, me mando estos versos, que transmiten lo que siente ante la situación que estamos padeciendo:

Un incendio azota el mundo
Y la población en su hogar a resguardo
Porque los ¿sabios? es lo que han mandado
Y nosotros anestesiados por el pánico
Hacemos caso sin pensarlo demasiado

Yo en la soledad del confinamiento me pregunto:
¿Es el miedo un escudo de heno contra este imparable fuego?

Sabemos que un fuerte soplido apaga la vela
Pero el viento por muy fuerte que sea
Sólo avivará y alimentará la llama
Que un día se contagió y transformó en hoguera

Me protejo aislando mis sentidos
Ante ese veneno disfrazado de remedio
Y me niego a cogerlo y comérmelo

Siento la necesidad de destapar el engaño
Y elevar mi voz por mí y mis compañeros
Aunque parezca que estoy sola en el desierto

Pero ahora que levanto la mirada
Me siento alegre y conectada
Porque veo cada vez más personas
Trabajadoras, empáticas y con muchas ganas

Que como yo se sacuden la paja
Y para intentar apagar las llamas
Arrojan barreños de ideas y esperanza

Como pide Lorea, llenemos barreños de ideas y esperanza para arrojar a las llamas que están acabando con nuestra libertad.