Ayer terminé de ver la segunda temporada de After Life, una serie británica que me recomendó mi buen amigo y colega Juan Carlos Fano. La primera se estrenó en 2019 y consta de seis capítulos de media hora. La segunda se estrenó en abril de 202o y también se divide en seis capítulos de media hora. En esta segunda, el doblaje es en un español latino-americano, que me resultó incómodo. Me había acostumbrado a la dicción y las voces del primero y a partir del segundo episodio la vi en el inglés original, con subtítulos. Mucho mejor. Supongo que cuando entremos en la nueva normalidad, llegará el doblaje en español ibérico, o sea, castellano.
Es una serie atípica, protagonizada, escrita y dirigida por Ricky Gervais, que hace el papel del veterano redactor de un periódico local, entrado en la cincuentena, que trata de asimilar la muerte por cáncer de su esposa, de la que estaba profundamente enamorado. Del contenido de la historia no se desprende que el matrimonio tuviera hijos, como tampoco los tiene su protagonista en la vida real.
Frente a quienes quieren ayudarle en su duelo, Tony, que así se llama el protagonista, reacciona con acritud frente a todo y frente a todos. Hace y dice lo que le da la gana, sin importarle las consecuencias porque siente que ya no tiene nada que perder, después de haber perdido a su esposa.
Vuelca todo su cariño en una vieja perra con la que convive y con su padre, ingresado en una residencia, con síntomas de padecer Alzeihmer, a quien visita a diario. Por cierto que el actor que hace el papel de padre de Tony, David Bradley, es el mismo que hacía de patriarca de los Frey en Juego de Tronos. Gran actor.
Por cada uno de los doce episodios van desfilando personajes marginales, frikis e irreverentes, como un psicólogo machista obsesionado por el sexo, una prostituta que se presenta como trabajadora sexual, un tipo con el síndrome de Diógenes, un yonki y camello con el que hace amistad, una viuda que visita diariamente la tumba de su marido y le habla, un cartero desastrado y caradura...
El lenguaje grosero, irreverente y hasta procaz es un arma de doble filo y puede espantar espectadores, como mi mujer, que no pudo pasar del primer capítulo.
Otro detalle curioso es que, tratándose de una serie rodada y ambientada en Inglaterra, en todos los episodios hace un tiempo magnífico, sin asomo de lluvias, fríos, vientos o nieblas.
No es una comedia al uso, tampoco es un dramón y apenas pasa nada relevante, pero a mí ha llegado a conmoverme por momentos. Porque detrás del personaje de Tony, un bocazas antipático y nihilista, descubrimos a un buen tipo que descubre que procurar la bondad y la felicidad de otras personas es capaz de superar la más dura de las depresiones y la más profunda de las tristezas.
Como he leído en la crítica de Valentina Morillo: After Life es una exploración melancólica y existencial del duelo, un viaje de reconciliación con la vida.
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