Dice la Wikipedia que una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Suele ser sinónimo de mal lugar y es un antónimo de utopía, un término que fue acuñado por santo Tomás Moro y figura como el título de su obra más conocida, publicada en 1516, un modelo para una sociedad ideal con niveles mínimos de crimen, violencia y pobreza.
La Real Academia Española, más sobria, la define como 'Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Y para la R.A.E. las dos acepciones de utopía son: (1) Plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización y (2) Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedores del bien humano.
Desde el 14 de marzo, cuando el Gobierno de España decretó el estado de alarma, vivimos en una distopía, con un grave recorte de nuestras libertades y un modelo social y de comportamiento claramente indeseables, al menos a mi modo de ver. Sobre esto me vengo extendiendo desde hace dos meses.
Parece que vamos a seguir al menos un mes más en este estado de cosas, aunque bien es verdad que del confinamiento salvaje de las primeras semanas hemos pasado a una situación menos severa, aunque lejos del modo de vida que nos gustaría practicar, al menos a mí.
El ser humano se acostumbra a vivir en su zona de confort y le cuesta salir de ella. Muchos añoran la normalidad anterior al 14 de marzo, mientras que apuesto a que algunos se están acostumbrando a la nueva normalidad que les ha traído el estado de alarma y el miedo a la pandemia.
Desde las instancias del poder, entendido en sentido amplio, nos empiezan a conducir a lo que han llamado nueva normalidad, que nadie sabe muy bien en qué consiste y que, al menos a mí, me produce una profunda desazón cuando no un comprensible recelo.
Así que le ha dado unas vueltas a cómo me gustaría que fuera mi nueva normalidad, asumiendo que cumpliré 65 años en noviembre y que tendría que ser realista en el planteamiento de mis utopías, aun cuando Gabriel García Márquez dijera aquello de que: ‘Yo creo que todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra.’
No voy a hablar de grandes avances sociales o políticos y me conformaré con cuestiones más mundanas, empezando por el planeta en el que vivimos.
Espero que la nueva normalidad nos haga tomar conciencia de la importancia de respetar el medio ambiente. No sé cuántos vuelos de avión puede soportar al día el planeta, cuánta gasolina se puede quemar, cuánta agua se puede malgastar, cuántos árboles se pueden talar, cuántos animales se pueden sacrificar y un largo etcétera de excesos que estamos cometiendo, sin que se ponga en peligro la sostenibilidad de la vida en la Tierra. De la misma manera que estamos atendiendo las recomendaciones de los científicos en esto de la pandemia, atendamos lo que nos dicen sobre algo mucho más serio; aunque no tengan toda la verdad y aunque no haya un mapa que los guíe.
Espero que la nueva normalidad nos traiga la erradicación del capitalismo salvaje en que vivimos y que volvamos a resetear desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unida el 10 de diciembre de 1948, cuyo artículo primero dice así: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Espero que la nueva normalidad rechace que un futbolista o cualquier otro profesional, por bueno que sea, gane en un día lo que un trabajador gana en un año. Ahora mismo, hay personas que en un día ganan lo que un trabajador no llegará a ganar en toda su vida.
Espero que la nueva normalidad nos ofrezca la posibilidad de vivir una vida digna de tal nombre, con pleno uso de nuestra razón y nuestra conciencia, sin prolongarla más allá de lo que la naturaleza lo permitiría sin artificios.
Espero disponer de los recursos materiales necesarios para vivir los años que me quedan, sin excesos innecesarios y disfrutando de lo mejor de la vida, que casi siempre es gratis.
De la misma manera que para ejercer determinadas profesiones: médico, ingeniero, abogado, arquitecto… es necesario acreditar una formación y unos conocimientos reglados, espero que en la nueva normalidad los dirigentes políticos tengan que acreditar la solvencia necesaria para ejercer como tales. No puede ser que, como pasa con la mayoría de la clase política, todos ellos estén mamando de las ubres del Estado casi desde su más tierna infancia, sin contacto con la vida real. No puede dirigir un país, una comunidad autónoma o un ayuntamiento quien no ha dirigido con éxito una empresa, ha gestionado eficazmente un presupuesto, ha pagado puntualmente unas nóminas, ha negociado con clientes y proveedores y ha resuelto situaciones complejas en el día a día.
Podría seguir sabiendo, o teniendo la certeza, como dijera Eduardo Galeano: ‘La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.’
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