Le he reconocido de lejos. Iba yo hacia Ondarreta, por el Paseo de La Concha, y el venía de frente, acompañado por su mujer, en su habitual paseo diario. Serían las 10:30, aproximadamente. Como mandan los cánones y las normas, los dos llevaban puesta la preceptiva mascarilla, tan pulcra y discreta como el resto de su aspecto. Él vestía un pantalón oscuro y una camisa clara. Los dos con gafas de sol.
Es poco probable que nadie reparara especialmente en ellos, salvo por la estatura de nuestro protagonista, un tipo alto, pero no demasiado; atractivo, aunque un punto sombrío; cuidadoso sin apabullar; y más desenvuelto que elegante.
La espléndida mañana de mayo, en Fase 2, me inclina a pensar que su destino sería alguna terraza, en la que tomar un café mientras hojean la prensa del día, tras lo cual retornarían a la paz y la armonía de su hogar, con la misma discreción y cautela.
'Políticamente correcto' podría haber sido el título de este post, pero no hubiera sido justo con el, un tipo que hizo de la corrección su norte, desarrollando una brillante carrera profesional, en la que el orden, la lealtad, la austeridad y el rigor, estuvieron por encima de la obediencia ciega y la subordinación acrítica. Supo ser fiel a la empresa y mantener el compromiso con sus objetivos, sin poner zancadillas, sin traicionar a nadie y sin utilizar maliciosamente a las muchas personas que tuvo a sus órdenes durante muchos años y con muy distintas responsabilidades.
Muy pocas veces le vi enfadarse, aunque muchas veces le sobraran los motivos. Eso sí, parafraseando a Aristóteles, sabía hacerlo con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto.
Uno de esos gipuzkoanos humildes, prudentes y eficaces.
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